viernes, 17 de agosto de 2012

Reyes cuatro años después


Ya no cabe duda alguna: son únicos. Usain Bolt y Michael Phelps han vuelto a dar una clase magistral en Londres de lo que significa el deporte, de lo que representa. No tienen rivales, no tienen barreras. Esta vez no se produjo la estampida de récords mundiales que ambos nos ofrecieron en los Juegos de Pekín. Sólo –por decir algo– sumaron uno entre los dos, el del 4 x 100 relevos en el que Bolt y sus compañeros jamaicanos destrozaron el crono con una marca extraterrestre de 36.84 segundos. Pero su dominio fue absoluto, aplastante. Por si alguien se intentaba convencer de lo contrario, siguen siendo los reyes.


Sin embargo, a pesar de compartir trono y corona, sus estilos como deportistas no tienen mucho que ver, independientemente de las diferencias que existen en sus respectivos deportes. En el estilo de nado de Michael Phelps, su descomunal fuerza física deja paso a una técnica de nado depuradísima, que es la que realmente le permite sacar ventaja frente a sus rivales y ser tan dominante dentro del agua. Aparte de poseer un físico bestial es un estilista, y esa extraña y explosiva mezcla es la que da lugar al mejor nadador de todos los tiempos. Los hubo más técnicos –como Ian Thorpe–, más fuertes –como Pieter van den Hoogenband– y más explosivos –como Aleksandr Popov–, pero jamás tan completos. Ni siquiera el legendario Mark Spitz. El auténtico mérito de Phelps es su versatilidad, su capacidad para adaptarse a casi cualquier prueba. Y su talento natural para ser el mejor en toda aquella en la que participa. En Atenas escribió un sorprendente prólogo; en Pekín su obra maestra; en Londres un epílogo brillante. Es un ser humano extraordinario. Y además, centrado en lo suyo. No quiere ser el centro del universo por otra cosa que no sea la natación. No saluda, no sonríe, no gesticula antes de una prueba. Sólo tiene una cosa en la mente: la victoria.


En cambio, Usain Bolt está hecho de una pasta diferente: es potencia pura. Un talento incontrolable, de esos que aparecen en la naturaleza una vez cada muchos años. No quiere decir que ese talento no haya sido pulido y educado para llegar a lo más alto, pero no cabe duda de que Bolt no posee una técnica de carrera tan elegante como la que pudieran tener Tommie Smith o Carl Lewis, por ejemplo. Su estilo se asemeja más al de su gran ídolo, Michael Johnson, aunque con una zancada mucho más amplia y demoledora. No tiene rival en las distancias cortas. Es demasiado explosivo para el resto. Dinamita pura. Quizá tampoco tendría rival en pruebas más largas como el 400, pero de momento no se plantea participar en el matahombres. Una pena para los aficionados, que sólo pueden disfrutar en tres ocasiones del relámpago en los Juegos Olímpicos. Eso sí, en los tres momentos más espectaculares del evento. Porque ahí Bolt despliega todo su repertorio para ofrecer a los espectadores un ‘show’ inolvidable antes, durante y después de la carrera. Quiere que todo el mundo esté pendiente de él, que intenten buscarle el secreto a la magia que realiza en la pista. Pero la realidad es que no lo hay. Simplemente es un extraterrestre.


Pero aparte de estas diferencias técnicas, sí es cierto que es más lo que les une que lo que les separa. Para empezar porque son los superhéroes de los Juegos Olímpicos, un evento que necesita el reclamo de seres extraordinarios, que vive de eso, y que ha encontrado en Bolt y Phelps dos iconos inmejorables. También fueron dos leyendas que surgieron en los momentos más delicados de la natación y el atletismo, en los que el ocaso de la carreras de Thorpe y van den Hoogenband, y los positivos de Justin Gatlin parecían dejar sin referentes claros a los deportes más representativos de los Juegos. Fue entonces, en Pekín, cuando ambos dieron un paso al frente: Phelps logró la homérica hazaña de superar las siete preseas doradas de Spitz con los ocho oros a los que optaba –siete récords del mundo y uno olímpico– y Bolt logró tres oros con otros tres récords mundiales, alguno tan impactante como su 9.69 en los 100 metros –con deceleración en los metros finales incluida–. Sin duda, son la imagen que el deporte y los Juegos necesitaban para volver a la cima.

Y aunque Bolt y Phelps escribieron las mejores páginas de la historia del deporte en Pekín, su mayor hazaña la han firmado en Londres. Esta vez hubo dominio absoluto, aunque no tanta brillantez. Pero lo importante es que, con la regularidad que han exhibido cuatro años después, se han ganado una plaza en el olimpo del deporte. Se sembraron muchas dudas sobre la forma de ambos de cara a Londres, sobre si seguirían siendo los mejores. No tardaron en desmentirlo ellos mismos, primero en el agua, y luego en la pista: no hay quien les haga sombra. Y todo ello a pesar de que en estos Juegos contaron con una dificultad añadida a la que no tuvieron que hacer frente en Pekín: la motivación extra de sus rivales por el hecho de enfrentarse a una leyenda viviente, a sus ídolos. Este hecho pasó factura a Phelps, que, después de la decepción de la final de los 400 metros estilos en la que terminó en cuarta posición, vio como un descarado adolescente –que recordó al propio Phelps en Atenas–, le arrebataba el oro en una de sus pruebas favoritas, los 200 metros mariposa. Ese chico era Chad le Clos, un joven sudafricano que comenzó a probar suerte en el estilo mariposa inspirado por la hazaña de Phelps en Pekín. Tras el tropiezo, Phelps se repuso y terminó con un envidiable palmarés de cuatro oros y dos platas. El mejor de los Juegos de Londres, pero que supo a poco después de la exhibición de Pekín. Aun así, sirvió de colofón para una carrera irrepetible.


Mejor suerte corrió Usain, quizá advertido indirectamente por Phelps. En este caso, el enemigo estaba en casa –en el caso de Phelps se suponía que también, pero finalmente Ryan Lochte no dio la talla–. La bestia, Yohan Blake, no daría tregua a su amigo Bolt. Ya lo batió en los trials y se especulaba con que podría hacerlo en la gran cita. Pero ahí el relámpago no dio opción. Volvió a ser el centro de atención, volvió a dar un espectáculo inmejorable. Volvió a demostrar que es el mejor. Batió el récord olímpico en los cien metros e igualó la marca de Michael Johnson en Atlanta ’96 de los doscientos. Blake, sin perder nunca la sonrisa, sólo pudo abrazar a su amigo y rendirse a sus pies. Sabía que era invencible, que era el rey de las grandes citas. También sabía que con su potencial y juventud, algún día será su heredero, pero mientras tanto, disfrutará y aprenderá todo lo que pueda a su lado. Unieron fuerzas en el 4 x 100 y el resultado fue explosivo, con récord del mundo incluido. Bolt se convirtió en leyenda y se ajustó la corona junto a Phelps. El marciano y el superhombre siguen siendo los reyes cuatro años después.


PabloG.

2 comentarios:

  1. Gran artículo. Como dices, sin duda ambos se han confirmado como héroes de los Juegos Olímpicos y esta seguramente haya sido la última vez que los hayamos disfrutado en este maravilloso evento. Al menos, Phelps no estará aunque que si soy sincero creo que sopesará si volver a la competición o no. Por otra parte da la sensación que ambos puedan hacer más. Bolt sólo se luce en los grandes acontecimientos pudiendo dar más las temporadas que sólo hay meetings en los que lo único destacado del jamaicano es su presencia. Parece como si quisiera dejarlo todo para Juegos o Mundiales cuando no debería ser así. Gay por ejemplo estableció sus 9,69 en un meeting. Por su parte Phelps podría dejar el listón de medallas mucho más alto. Seguro que tú también como gran aficionado a la natación alguna vez habrás pensado ¿Hasta dónde podría haber llegado el americano si Cavic le llega a ganar ese apretado final en Pekín? Los ocho oros no ya habrían llegado y en Londres tampoco porque Francia venció a EEUU en el relevo.

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    1. ¡Muchas gracias!

      Sí, parece que Bolt lo deja todo para los grandes acontecimientos, quizá para hacer disfrutar a todo el mundo -los meetings no tienen tanta repercusión mediática como unos Juegos-, pero creo que esta vez hará una excepción. Al menos eso pude deducir de sus frenadas en los últimos metros del 100 y el 200. Pero, de todas formas, eso le hace grande. Ahí demuestra que hace lo que hace por pura diversión. Se lo pasa bien corriendo y no se ciega con las cuantías económicas de los eventos menores.

      En cuanto a lo de Phelps, sí, me lo he planteado muchas veces, pero creo que la final de los 100 mariposa de Pekín terminó como debía de terminar. Cavic estaba en un estado de forma impresionante, muy cercano al de Phelps, como se pudo ver, pero el serbio no posee la misma determinación y regularidad que ofrece el americano. Volvemos a lo mismo: la diferencia entre un buen nadador y el mejor de la historia. Pero de haber perdido el octavo oro en Pekín, creo que USA hubiera hecho el récord mundial en los relevos, y por muy bien que lo hiciera Agnel o por muy regular que lo hiciera Lochte, Phelps hubiera volado.

      ¡Saludos!

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