domingo, 26 de mayo de 2013

El magistral espectáculo que coronó al Bayern

La final de la UEFA Champions League 2012/13, la que consagró con justicia al Bayern de Múnich como mejor equipo de Europa con su quinto cetro continental, fue un espectáculo insuperable que sirvió como broche de oro para el mejor torneo de cuantos se recuerdan en el Viejo Continente. Pocas veces estuvo tan a la altura de cuanto se espera de ella la máxima competición europea y su final no fue menos: absolutamente magistral. A continuación repasaremos 10 detalles que nos servirán como resumen para entender lo que se vivió la noche del 25 de mayo de 2013 en el mítico estadio de Wembley, en Londres.



1.- El valiente planteamiento de Jürgen Klopp y la superioridad táctica del Borussia Dortmund durante la primera media hora de juego. Hizo buen uso de su silencio el carismático preparador aurinegro.  Sus hombres salieron desde el primer momento con una idea muy clara en sus cabezas: ser fieles a su estilo. El Borussia ejerció una intensa presión en el centro del campo en la que los hombres de tres cuartos de campo, Reus, Grosskreutz y Blaszczykowski se juntaban con Gündogan y Bender para impedir que el Bayern pudiera realizar una salida de balón limpia. El gran perjudicado fue Schweinsteiger, el motor de este Bayern, que fue incapaz de dirigir a su equipo asfixiado por la maraña borusser.

2.- El partidazo de Marco Reus. Nacido en Dortmund y fan del Borussia desde ese mismo instante, vivió sobre el césped la experiencia más grande de su vida. No quiso desperdiciar la ocasión: realizó su mejor actuación desde que regresara al club de sus amores allá por el mes de julio. Terminó el partido sin obtener el premio del gol, pero fue un quebradero de cabeza constante para la defensa del Bayern de Múnich. Su verticalidad desangró al Bayern en los mejores minutos del Dortmund. Una vez que estos pasaron, continuó peleando cada balón hasta el final. Se convirtió en el principal argumento ofensivo del BVB. Además, como ya hemos visto en el anterior punto, fue una pieza fundamental en la presión de su equipo.


3.- Las fantásticas actuaciones de Neuer y Weidenfeller. Los porteros de ambos equipos evitaron que la final, además de una fiesta del fútbol, lo fuera también del gol. Sus paradas dieron consistencia y seguridad a sus compañeros. En Wembley, ambos porteros intercambiaron papeles. Las intervenciones más espectaculares las puso Weidenfeller, salvando varios mano a mano y deleitándonos con más de una meritoria estirada. Neuer, en cambio, estuvo mucho más sobrio pero realizó un partido mucho más completo; no cometió ni un solo fallo.

4.- Javi Martínez, el eje del Bayern. El internacional español fue el mejor jugador de cuantos hubo en el campo. Sólido como siempre deslumbró como nunca. Estuvo muy atento en la recuperación de balón e impecable en las entregas para otorgarle a su equipo valiosas segundas oportunidades. Nunca se fue del partido: brilló aún más cuando el Bayern sufría el acoso de un Borussia que salía en tromba. En ese momento, Javi sacó su escoba para imponerse en la zona ancha y darle equilibrio a un equipo que corría el riesgo de romperse. Jamás perdió la posición. Simplemente, estuvo colosal.

5.- Los errores puntuales condenaron al BVB. Mats Hummels entró a Wembley con el cartel de mejor central de Europa y salió humillado. El motivo: sus fallos y despistes defensivos, algunos imperdonables, dieron vida al Bayern y acabaron por proclamarle campeón de Europa. Aunque no fue un problema exclusivo del alemán –la defensa aurinegra, en general, mostró un nivel mediocre–, sí que fue el máximo responsable de la debacle final. Su compañero Subotic, el mejor de los zagueros del Dortmund en Wembley, le salvó más de una vez de la guillotina futbolística. Debe mejorar mucho la faceta defensiva y, sobre todo, la mental si quiere llegar a convertirse en un central que marque una época en el fútbol mundial.

6.- La determinación de Ribèry. El extremo francés no tuvo una noche exuberante. En realidad, sí que la tuvo, pero mucho menos vistosa que esas exhibiciones de agilidad, calidad y habilidad a la que nos tiene acostumbrados. Estuvo mucho más pendiente del colectivo, del bien del equipo, de que esta vez no se escapara de nuevo la copa. Consiguió el objetivo y terminó el partido con un sobresaliente. Cada vez que apareció por dentro, hizo del Dortmund un destrozo. De hecho, los dos goles nacieron de sus botas: en el primero filtró un delicioso pase  interior que Robben se encargó de llevar hasta la línea de fondo; en el segundo, un taconazo suyo en la frontal, recibido de nuevo por el holandés, fue el prólogo de la fiesta muniquesa.

7.- El BVB supo reponerse. Lo que parecía una quimera en un equipo tan inexperto como el de Klopp terminó convirtiéndose en realidad: el Borussia Dortmund supo reponerse a un marcador adverso en la final de la Liga de Campeones. Tras el gol de Mandzukic, continuó jugando del mismo modo que lo había hecho hasta el momento y encontró la recompensa tras el absurdo penalti cometido por Dante sobre Reus. El empate de Gündogan desde los once metros trasladó el problema al Bayern: ahora eran los muniqueses los que debían ser fuertes mentalmente para no echar a perder ell trabajo que habían hecho hasta el momento. El golpe fue el doble de doloroso, teniendo en cuenta que los hombres de Heynckes habían perdido las dos últimas finales que habían disputado.

8.- Robben rompió su maldición en las finales. Si alguien se quitó un peso de encima cuando Nicola Rizzoli señaló el final del partido, ese fue Arjen Robben. El extremo holandés vivió un calvario de ochenta y ocho minutos del que se transportó al paraíso en el transcurso de unos pocos segundos. Concretamente lo que tardó en recoger el balón que le entregó Ribèry en el área, driblar a cuantos defensores salieron a su paso y batir con un suave toque de puntera a Weidenfeller. Atrás quedaron sus tres mano a mano desperdiciados, su miedo ante el que Subotic se hizo grande para robarle el gol en la línea, su ansia por querer demostrar que en las grandes ocasiones también puede ser importante. Su mala suerte, en definitiva. Fue el merecido héroe de la quinta Copa de Europa del Bayern de Múnich.



9.- Der Bayern-Dusel. Cuenta la leyenda que comenzó en 1974 cuando el Bayern le empató al Atlético de Madrid en el descuento de la final de la Copa de Europa y después golearon en el partido de desempate (4-0). Después, otros muchos casos se han encargado de reafirmar sólidamente su existencia. Un ejemplo reciente fue el campeonato liguero conseguido por los muniqueses en la temporada 2000/01. Un gol en el último minuto de Patrick Anderson, el único que consiguió como jugador del Bayern, le dio el título a su equipo cuando el Schalke ya se sentía campeón. La “potra del Bayern”, la que le ha hecho grande en Alemania, en Europa y en el mundo, volvió a aparecer en Londres. Esta vez para darle su quinto cetro continental en el último instante del partido.

y 10.- El premio para la generación de 2010. Esta Champions League ha servido para hacer justicia con aquel grupo que rozó el cielo en 2010 y 2012. Precisamente en 2010 se pusieron las bases de esta máquina del fútbol que tiene a Louis van Gaal como padre. Con él debutaron unos jovencísimos y desconocidos Thomas Müller, David Alaba, Toni Kroos, Holger Badstuber o Diego Contento. Además, reubicó a Schweinsteiger en el centro del campo y explotó todas las cualidades de Lahm otorgándole una libertad que nunca antes tuvo. Después, Jupp Heynckes puso el resto, que no es poco. Todos ellos merecen este título que engrandece y consagra aún más sus carreras.


PabloG.

sábado, 25 de mayo de 2013

Los silencios de Klopp

Jürgen Klopp es un entrenador enérgico, expresivo e histriónico. Es un torbellino incontrolable en sus ruedas de prensa. Nunca pretende entrar en polémicas –de hecho, la única que recuerdo fue la que protagonizó después de la eliminatoria con el Málaga– pero siempre logra dar titulares, soltar algunos comentarios ingeniosos y, sobre todo, quitar presión a su equipo. Digamos que no es un entrenador al uso. Pero detrás de esta imagen que todo el mundo tiene de él ahora que ha alcanzado el punto más alto hasta el momento de su carrera, una imagen que él se ha ganado a pulso por otra parte, se esconde mucho más: Jürgen Klopp dice mucho más cuando calla que cuando habla. Cuando sus futbolistas se enfundan la camiseta amarilla es cuando realmente Klopp demuestra quién es, qué quiere y cómo lo quiere. Es un genio, de eso no hay duda, pero su talento reside en su silencio.


No todo fueron éxitos siempre para el técnico nacido en Stuttgart. Al final de la temporada 2006/07, el Mainz, el equipo al que dirigía y con el que lo había dado todo como jugador, descendió a la 2.Bundesliga. Bajaba el equipo de su vida. Quizá esa forma de conocer la derrota terminó de forjar definitivamente un carácter que ya exhibía cuando vestía de corto. Su equipo, cimentado en los principios futbolísticos que hoy asombran al mundo en su BVB, fue incapaz de mantener la categoría, pero ni siquiera eso le hizo cambiar de idea: al espectador hay que darle espectáculo porque para eso paga la entrada. Él lo define a su manera: “Preferíamos dar cinco veces en el larguero que quedarnos cuatro veces sin tirar a la portería. Mejor perder.

Mejor perder que fallar a nuestros principios, mejor morir que vivir sin alegría. Una alegría que nadie les podrá arrebatar jamás porque no depende de algo tangible, sino de una idea que perdura más allá de quién sea el jugador que la ejecute y el entrenador que la plantee. Esa ha sido la auténtica victoria de Jürgen Klopp en el banquillo y de Michael Zorc en la dirección deportiva. Se fue Sahin, el mejor jugador de la Bundesliga en la temporada 2010/11, y el equipo no sólo revalidó la liga sino que se coronó campeón de copa; se fue Kagawa, futbolista más destacado del Dortmund del doblete, y el equipo se ha plantado en la final de la Champions. Se irán Götze y Lewandowski y el equipo seguirá arriba, en la élite. “El dinero podrá comprar los goles, pero no los corazones” dijo un borusser justo después de enterarse de que el Bayern ejecutaría la cláusula del jugador franquicia de su equipo. Sabiéndolo o sin saberlo, soltó por su boca la filosofía que Jürgen Klopp lleva inculcando a la ciudad, en el campo y en los micrófonos,  desde su llegada en 2008. Corazón, unidad, implicación. El camino más recto hacia la victoria nace en los sentimientos. “100.000 freunde, ein verein” que reza su himno (“100.000 amigos, un equipo”). En el campo, 11 amigos y un único objetivo: ganar divirtiéndose.


Esta noche, cuando el balón eche a rodar a eso de las 20.45 con el rebosante estadio de Wembley como ruidoso testigo, podremos juzgar si Jürgen Klopp ha hecho o no buen uso del silencio más importante de su vida. Hoy tiene una dificultad añadida: Götze no podrá jugar por lesión. Deberá percutir con Reus por el centro, trabajar duramente a los laterales muniqueses con Grosskreutz y Blaszczykowski y crear, sobre todo crear, con el talento de Gündogan. Deberá ganar tácticamente para que sus futbolistas se sientan cómodos sobre el césped. Deberá, en definitiva, hacer lo que viene haciendo hasta ahora en la máxima competición europea. Se saben inferiores a su poderoso rival y quieren sacar partido de ello. Es la fuerza de la amistad contra el poder de los millones. Es el camino más bonito para hacer realidad el cuento de hadas del Dortmund. Y Klopp tiene la clave: sólo tiene que ser Klopp.


PabloG.

domingo, 19 de mayo de 2013

La leyenda de Sir Alex Ferguson


Se bajó el telón de manera definitiva. Atrás quedan veintisiete años, treinta y ocho títulos, trece Premier Leagues, dos Copas de Europa y un club instaurado en la élite. Se cierra una época. ¿Cómo será el fútbol mañana? ¿Cómo será el Manchester United cuando despierte y vea que su jefe, una de las más grandes estrellas de su historia ya no ocupa su banquillo? Ferguson deja huérfanos no sólo al United, no sólo a Manchester, sino al mundo entero. Se marcha un hombre que cambió la historia del deporte. No fue un revolucionario en la pizarra ni su equipo jugó jamás el mejor fútbol del planeta, pero se convirtió en un icono por su carisma y su forma de ver y hacer las cosas.


Un golazo de Mark Hughes frente al Barcelona en la final de la Recopa de 1991 le permitió escribir su historia. Hasta ese instante, su puesto peligraba seriamente: la afición y la prensa estaban impacientes por ganar títulos. Después, la llegada de Cantona cambió el rumbo del club. El genio galo inició un camino en el que le acompañaron y después continuaron unos imberbes Ryan Giggs, Paul Scholes, Nicky Butt, Phil y Gary Neville y David Beckham. Sus niños, su mayor apuesta en la historia del Manchester, le dieron la razón al poco tiempo. Vendió a las estrellas del equipo para sustituirlos por una de las hornadas de canteranos más fascinante de la historia del club, que logró un fabuloso triplete coronado por la ya mítica final de Barcelona contra el Bayern.

Ese fue el mayor ejemplo de lo que significa la era Ferguson: la transición entre proyectos sin perder la identidad. Una transición que no siempre fue pacífica, pero sí exitosa. Si algo ha caracterizado la carrera del escocés ha sido su relación con sus jugadores, que podía pasar del amor al odio en cuestión de días. “Nunca antes había tenido miedo de nadie hasta que vino él; fue un terrorífico bastardo desde el principio”, dijo Bobby Culley sobre Ferguson cuando coincidieron en el East Stirlingshire. Nunca una frase le definió mejor. Jugadores imprescindibles en épocas clave acabaron de la peor manera posible. Roy Keane, su prolongación en el campo durante los mejores años de los red devils; Mark Hughes, su salvador; David Beckham, la estrella de sus Fergie Babes; y Wayne Rooney, para escribir el último capítulo de su carrera.

Precisamente Rooney fue uno de los hombres fundamentales en su última reconstrucción. El scouser llegaba del Everton con 18 años para unirse a los veteranos Ferdinand, Scholes y Giggs y a la estrella emergente del momento, Cristiano Ronaldo. Después, jugadores como Evra, Carrick, Vidic y Van der Sar cohesionaron a un grupo trufado de canteranos que terminaría proclamándose campeón de Europa en 2008, después de una emocionante tanda de penaltis en la que Van der Sar fue el héroe con el Estadio Olímpico Luzhniki de Moscú como testigo. Fue la última gran victoria de Ferguson, que después volvería a alcanzar con su United otras dos finales en las que fue superado ampliamente por el Barça de Guardiola.


Se marcha Ferguson dejando un legado casi insuperable y un equipo referencia en Gran Bretaña y en el mundo. Se marcha dejando al United campeón, con Van Persie como máximo goleador de la Premier. Otro gran acierto de un hombre que demostró hasta el último tener un instinto especial a la hora de convencer y firmar a grandes jugadores.

Pero Ferguson no se marcha solo: su Fergie Babes bajan el telón con él. Scholes, Beckham y Phil Neville han puesto también punto final a su carrera este fin de semana y se unen a Gary Neville y Nicky Butt, semirretirado en la liga de Hong Kong. Sólo Giggs, precisamente el más veterano de todos ellos, seguirá en activo al menos una temporada más. Será el epílogo de un ciclo que se cierra en el fútbol inglés. Será el último recuerdo que nos quede de un hombre que hizo que Old Trafford fuera aún más el Teatro de los Sueños, como lo bautizó Busby. La característica camiseta roja del Manchester United estará por siempre impregnada de la leyenda de Sir Alex Ferguson.

PabloG.

La gran diferencia


Catorce años después se obró el milagro: el Atlético de Madrid ganó un derbi. En el Bernabéu y con la Copa del Rey de por medio. No había mejor manera. Los colchoneros fueron más equipo que el Real Madrid desde el comienzo de la final hasta el último segundo de la prórroga. Sólidos e intensos, pero sobre todo bien situados en el campo. Eso fue lo que le faltó al Madrid, que lamentó que el hombre que lo dirige desde el banquillo estuviera más pendiente de “su lucha” particular que del bien del equipo. Esto no viene de ahora. Y lo peor es que lleva mucho tiempo intuyéndose.

José Mourinho no se jugaba la Copa, sino la defensa de unos ideales. Para ello sacó el equipo más extremista de cuantos se han visto: puso en el campo a sus hombres, a los que están con él en todas, únicamente acompañados de aquellos futbolista que él considera imprescindibles para el equipo, a pesar de que ya hayan demostrado en más de una y dos ocasiones que su concepto del fútbol –no sólo del juego– dista mucho de el del portugués. No encajaba en la cabeza del madridista volver a Özil arrancando desde la derecha después del fracaso de Dortmund. En la de Mourinho sí: Özil es imprescindible pero Modric es de los suyos, ni uno ni otro podía quedar en el banquillo. Y mientras tanto, Pepe, básico en sus esquemas hasta que se pronunció sobre el caso Casillas, veía el partido desde la grada. Ni siquiera la lesión de Varane le permitió entrar en la convocatoria. Decisión técnica.


Hasta ahí la aportación de Mourinho en la final. Una vez que el árbitro señaló el inicio del partido, el portugués se borró y no volvió a aparecer hasta el minuto setenta y seis, cuando fue expulsado. Mientras, su equipo moría sobre el césped, necesitado de un elemento aglutinador que mostrara el camino a seguir, que cumpliera la labor del entrenador. El Madrid estaba roto, y sólo algún destello individual de sus excepcionales futbolistas le permitía inquietar al Atleti. Pudo llevarse la final porque se contaron hasta tres balones estrellados en los postes de la meta de Courtois, pero jamás actuó como un equipo, tan sólo como once muchachos con unas cualidades físico-técnicas excepcionales que coincidieron sobre el césped con la misma ropa.

Mourinho se va y dejará el club desértico, con un vestuario y una masa social dividida entre mourinhistas, antimourinhistas y madridistas, que ven con vergüenza como una persona en tres años ha tornado en guerracivilista su centenario sentimiento. Y encima se les quiere encasillar forzosamente en el segundo grupo por “infieles”, por no defender hasta las últimas consecuencias unas ideas tan demencialmente perniciosas como también lo son las que están en sus antípodas. El madridismo, el fútbol en general no necesita de guerras internas. Tampoco necesita de circos paralelos, de espectáculos como el que ofreció el luso cuando salió al Bernabéu cuarenta minutos antes de un partido para recibir el calor de su público. Acudieron 3.000 de las 80.000 personas que caben en el Bernabéu. Interpretó los aplausos como una victoria sin reparar en la inmensa indiferencia que había causado en el madridismo.

Pero el daño constante que Mourinho realiza a la institución puede ser suavizada con éxitos deportivos. Este año ni eso le salva. El equipo sólo ha ganado la Supercopa de España, un torneo que es consecuencia de la temporada anterior. Atrás queda el segundo puesto en una liga que el Madrid perdió en diciembre, la clara derrota en las semifinales de la Champions ante el Dortmund y la final de Copa. El equipo juega a lo mismo que cuando llegó: a nada, pero ahora los resultados tampoco llegan. Tres títulos en tres años es un balance altamente insuficiente teniendo en cuenta el precio que ha tenido que pagar el club con cada salida de tono del portugués.

Ahora, la pelota está en el tejado del Madrid: con la salida de Mourinho se debe cerrar una etapa e iniciar otra bien distinta. Encontrar a un entrenador que sepa poner los cimientos de un proyecto ganador y levantar de las cenizas del club un nuevo y glorioso imperio. El Madrid necesita a su ‘Cholo’, en definitiva. El argentino es hoy en día lo que cualquier equipo español desea. Ha hecho del Atlético perdedor que le entregaron un ejemplo deportivo casi a la altura de lo que el Dortmund significa en Alemania o el Oporto en Portugal. Victorias cimentadas en la estrecha vinculación de la afición y los jugadores con el club.


Su Atlético es el bloque más sólido de la Liga. Vivió sus mejores momentos coincidiendo con el declive madridista y, aunque últimamente se ha desinflado, ya está clasificado para la Champions por la vía rápida. Sólo hace falta echar un vistazo a sus alineaciones para tomar conciencia de lo que quiere: Falcao, Mario Suárez, Godín, Koke, Diego Costa; mentalidad ganadora, intensidad, no dar un balón por perdido, sacrificio y pelea. Se basa en el fundamento que llevó a la gloria a los mejores equipos de la mitad sur del continente americano y hace que la afición, más unida que nunca, se sienta orgullosa de su equipo. No es cuestión de campeonatos ganados, es una cuestión de estilo. Simeone parte con una ventaja: conoce a la perfección y ama al club.

Toda esa elegancia que pierde su equipo en el campo, la derrocha él en el trato con el público y con la prensa: nunca una palabra más alta que otra, nunca vender una falsa modestia, nunca querer ser el personaje principal. Dice las verdades a la cara pero sin arrugarse el traje. Y eso que siempre fue un hombre impulsivo, emocional, como su Atleti. No es cuestión de dorar la píldora al nefasto periodismo deportivo que habita en nuestro país, es cuestión de hacer las cosas de la forma correcta. Es cuestión, en definitiva, de no crear odios entre la gente a la que –al menos en teoría– le gusta este deporte. El fútbol es algo demasiado bonito como para dejarlo en un segundo plano. Esa es la gran diferencia, no sólo entre Mourinho y Simeone, sino entre un buen entrenador y uno más.

PabloG.

jueves, 16 de mayo de 2013

¡Qué bello es ser interino!


Diez años y más de 1000 millones de euros después del desembarco de Roman Abramovich en Londres, el Chelsea logró en el día de ayer su segundo título europeo, además, de manera consecutiva. El conjunto blue, de las tres finales que ha disputado sumando las de la Champions y la Europa League, ha ganado dos, un 66% por ciento de victorias. Pero hay un dato aún más interesante: ninguno de los entrenadores que dirigieron al equipo en esas tres finales comenzó la temporada en el banquillo. Es decir, fueron entrenadores interinos, de emergencia y como transición ante el final de un macroproyecto.

El hombre que comenzó la tradición fue el israelí Avram Grant. En la temporada 2007/08, José Mourinho fue fulminantemente destituido en la sexta jornada de la Premier League. El motivo, más que los resultados, que hasta el momento estaban siendo excelentes, fue que en el Chelsea se hartaron de las salidas de tono del Special One. Sus problemas no fueron tanto con Abramovich, sino con sus personas de confianza en la dirección del club y los más reticentes a su regreso, Michael Emenalo y Marina Granovskaia, el auténtico brazo fuerte del club. En ese momento, Grant dejó el despacho que tenía como director deportivo de la entidad para asumir las responsabilidades desde el banquillo. Dejó al equipo subcampeón de la Premier y subcampeón de la Copa de la Liga. Pero su gran derrota, que no su gran fracaso, se produjo en Moscú. Un resbalón del capitán John Terry desde los once metros en la tanda de penaltis frente al Manchester United, convertido ya en icono del fútbol mundial, le privó de convertirse en el primer entrenador de la historia del Chelsea en alzar la Champions League. Quizá su fama de perdedor pesó demasiado.


Con la llegada de Vilas-Boas a Stamford Bridge a comienzos del verano de 2011, todo eran sueños e ilusiones renovadas. Se ponía entre manos de un entrenador joven aunque sobradamente preparado un proyecto a la altura del primer gran Chelsea que condujo Mourinho. La idea era la misma: trabajar a largo plazo con grandes talentos del fútbol mundial y un presupuesto casi ilimitado para lograr el gran objetivo de la Champions League. Pero el sueño se volvió pesadilla demasiado pronto. El vestuario viró en una salvaje oligarquía controlada por los pesos pesados de la plantilla y terminó por devorar a Vilas-Boas y su pésima gestión. Fue cuando su segundo, un viejo conocido del club como Roberto Di Matteo, tomó las riendas del banquillo (¿las tomó realmente?). El técnico italiano, que podría pasar a la historia como el entrenador más rácano de cuantos se han visto, terminó la Premier en quinta posición, pero acabó ganando la FA Cup y el santo grial del club: la Champions League.

Ante esta situación, y probablemente sin estar del todo convencido, Roman Abramovich le ofreció dos campañas más a Di Matteo. “I won it!” (“¡yo la gané!”), le dijo con una sonrisa en la boca el italiano al propietario de su club en el palco de Múnich, consciente de que tenía muchas papeletas de quedarse. Sí, las tenía, pero aún más de marcharse al primer error que cometiera. Fue humillado por Falcao en la Supercopa de Europa y dejó la Champions pendiente de un hilo en la fase de grupos tras un escandaloso 3-0 frente a la Juventus. Su destitución fue inmediata. Llegó Benítez, el “interino”, denominado así por el propio Abramovich.

Los comienzos no sólo no fueron fáciles, sino que fueron durísimos. En el Bridge le aguardó cada fin de semana y desde el primer día un ambiente hostil que no propiciaba el clima de trabajo necesario para elaborar un equipo que aspira a ser campeón. A pesar de todo, Benítez siguió luchando. Así se escapó el Mundialito de Clubes, perdido en la final ante el Corinthians. Pero Benítez no se rindió. Tiró de ingenio para cohesionar sobre el césped una plantilla tan brillante como descompensada, y con David Luiz en el centro del campo, logró asentar poco a poco al equipo.


¿Quién iba a imaginar que ese hombre, tan odiado por su propia afición tras un excelente e imperdonable paso por el Liverpool, iba a llevar a su equipo a la gloria? Ahora, la situación que se vivió hace unos días sobre el verde césped del campo más azul de Londres es más cómica que nunca: los aficionados del Chelsea pedían de vuelta a Mourinho en clara ofensa a Benítez. El madrileño ha llevado al Chelsea a una final europea que además ha ganado, algo que jamás hizo el portugués ocupando el banquillo blue. Cuando acabe la temporada, Benítez se irá, pero con la cabeza bien alta. “¡Qué bello es ser interino!”, pensará. Y razón no le falta.

PabloG.

miércoles, 1 de mayo de 2013

El Borussia Dortmund contra la historia


Dortmund tendrá la recompensa que merece. Por primera vez desde el año 1997, el Borussia Dortmund disputará la final de la Champions League, la segunda desde su fundación en 1909. Lo hará tras una eliminatoria épica en la que dejó en la cuneta al todopoderoso Real Madrid de José Mourinho. Lo hará, porque el 4-1 que cosechó en la ida, con un póker de goles de Robert Lewandowski, resultó decisivo. Y lo hará porque la labor táctica de Jürgen Klopp, no sólo durante esta eliminatoria sino durante todo el torneo, ha sido sobresaliente.


Neutralizar a un equipo  como el Madrid no es tarea fácil: cuenta con una buena salida de balón proporcionada por Varane y Sergio Ramos, con grandes canalizadores del juego como Modric u Özil, y con auténtica pólvora arriba, personificada especialmente en Cristiano Ronaldo, uno de los mejores jugadores del planeta. Pero si alguna pieza resulta verdaderamente vital en las tareas de elaboración del Real Madrid, ese es Xabi Alonso. El tolosarra es un jugador sin símiles dentro de la plantilla blanca. Es paciente con el balón en los pies, consciente en todo momento de dónde se encuentra la mejor opción de pase. No duda en jugar en horizontal si la presión del rival asfixia o si necesita abrir algún hueco en el entramado defensivo, pero su mayor virtud reside en romper líneas con pases verticales, ya sean en largo o en corto. En eso es un especialista y el Madrid lo agradece. El problema se encuentra cuando el equipo contrario consigue neutralizar a Alonso. En ese momento, el Real Madrid pierde el norte.

Esta circunstancia se ha dado en más de una ocasión esta temporada con idéntico resultado, pero no deja de ser curioso que siempre haya ocurrido lo mismo cuando un equipo concreto ha estado enfrente: el Borussia Dortmund de Jürgen Klopp. Ocurrió en la ida y en la vuelta de los partidos de la fase de grupos, y volvió a ocurrir en la ida y en la vuelta –en menor medida debido a las circunstancias, que exigían al Madrid un empuje extra para lograr la remontada– de las semifinales. Dos jugadores, Gündogan y Bender o Kehl, encima del jugador y otro más, Götze, en la zona de vigilancia. El resultado: Xabi Alonso tenía que retrasar su posición hasta colocarse junto a los centrales, perdiendo de este modo cualquier superioridad posicional con respecto a su rival y, por consiguiente, la mayor parte de su peligro en la dirección del juego. Además, nadie fue capaz de relevarle en sus funciones, ni siquiera Modric. El problema no fue que el Madrid no tuviera el balón, es que no supo qué hacer con él. Maldición alemana lo llaman unos; otros, superioridad táctica.

El Borussia Dortmund es un equipo joven que suple su inexperiencia con una cohesión inigualable. Es un bloque heterogéneo en el que es difícil encontrar una estrella concreta, un futbolista que sobresalga del resto. Por poner algunos ejemplos, Lewandowski destaca por su capacidad goleadora, Reus por su terrorífica verticalidad y Götze por su control innato del juego, pero ninguno es mejor que los otros dos. Simplemente son diferentes y complementarios, y aportan al grupo unos valores únicos. Los triunfos del BVB no dependen de una gran actuación de un futbolista en particular, aunque si esta se produce, su impacto en el juego se multiplica innegablemente. Si observamos el partido de ida de la fase de grupos frente al Real Madrid y la ida de las semifinales, podremos apreciar que la única diferencia notable entre los dos encuentros fue el acierto de cara a portería de Lewandowski. Por lo demás, la superioridad alemana en lo colectivo fue prácticamente idéntica: presión alta, circulación rápida y transiciones vertiginosas. La esencia del Borussia, la más precisa definición de la palabra equipo.


La Champions de los chicos de Klopp está siendo insuperable: siete victorias, cuatro empates y una única derrota. Ante todo un equipazo como el Real Madrid, el conjunto aurinegro sólo pasó apuros durante los diez minutos finales de la eliminatoria, un hecho que refleja la magnitud de la hazaña borusser. Durante la competición, el Dortmund ha cimentado su gesta a base de grandes y simbólicas victorias: venció al toque, a la superioridad física y al contragolpe en la fase de grupos; al desparpajo y al descaro durante los octavos y los cuartos de final; y venció a la historia en las semifinales. Ahora sólo falta una última victoria para tocar el cielo: en Wembley el mayor rival será su propio miedo. Y a nadie le cabe la menor duda de que serán capaces de superarlo.

PabloG.