martes, 26 de noviembre de 2013

Mkhitaryan, pura adrenalina rockera

Para pronunciar correctamente su nombre hace falta un profundo conocimiento del idioma armenio. Sin embargo, su fútbol se entiende a simple vista: es de muchísimos quilates. Hoy decidió uno de los partidos más importantes de su vida. Si el BVB sigue vivo en la Liga de Campeones es, principalmente, por culpa de Henrikh Mkhitaryan. Voló sobre el césped del Westfalenstadion para hacer olvidar a los viejos ídolos de la afición borusser, esta vez de manera definitiva. No marcó y no asistió, pero vimos la mejor versión del exsoviético, que se asemejó muchísimo al futbolista que era en el Shakhtar Donetsk de Lucescu la temporada pasada.

Eso no es poca cosa. Partiendo desde la mediapunta, Mkhitaryan batió el récord de goles anotados por un mismo jugador en la liga ucraniana, con veinticinco goles. Pero además fue pieza clave en lo que era un claro candidato a ganar la Champions hasta que Williams se marchó al Anzhi en el mercado invernal. Mkhitaryan pudo elegir entre un ramillete de los mejores clubes del mundo en verano, pero se decantó por el Dortmund. Klopp lo esperaba con los brazos abiertos después de desembolsar 27,5 millones de euros por él, el fichaje más caro de la historia del club de la Cuenca del Ruhr. La intención estaba clara y la apuesta era fuerte: el BVB se entregaba al contragolpe. Hoy se ha visto que era caballo ganador.

El armenio hace mejor a todos los futbolistas que se encuentran a su alrededor, siempre y cuando el ritmo del partido sea muy alto. A gran velocidad se transforma y desafía a la lógica y casi a la física: se vuelve más preciso y más letal. Y todo, a pesar de no ser un jugador excesivamente rápido. Pero su conducción le hace superior al resto. La lleva cosida al pie, de tal forma que puede cambiar de ritmo y de dirección con facilidad sin riesgo de perder el balón. Eso con auténticas balas a su lado como Kuba, Reus, Lewandowski o Aubameyang es un arma poderosísima que Klopp explota a la perfección. El BVB parece una versión mejorada del primer Chelsea de Mourinho. Este volaba por tres pasillos sobre el césped, los subcampeones de la Champions lo hacen por cuatro. Y el de Mkhitaryan, siempre contiguo al delantero, es el más importante. Es el que inicia la jugada, el que da la ventaja estratégica y, muchas veces, el mejor para definir la jugada.

En las antípodas de Götze

Klopp fichó a Mkhitaryan aún a sabiendas de que su equipo perdería mucho brillo en el ataque posicional. No se parece lo más mínimo a Mario Götze; no es un jugador tan brillante en el pase como para meter al equipo contrario en el campo rival. Pero en el fondo merecía la pena. Nada casaba mejor con el “rock and roll” que le gusta proponer sobre el césped al preparador alemán. Ese estilo que obliga al rival a buscarte arriba por culpa del vaivén constante de ocasiones en los que se transforman los partidos, beneficia considerablemente a Mkhitaryan y otorga al juego del Borussia Dortmund muchas más posibilidades de las que aparentemente podría tener. El partido contra el Napoli ha sido un ejemplo muy claro: lo ha obligado a dejar espacios aglutinando a muchos hombres en ataque, siempre liderados por Mkhitaryan.


Mkhitaryan se pronuncia Mikitarian, con la sílaba tónica en la primera a. Juega de escándalo y tiene a su equipo a un paso de la siguiente ronda. Su fútbol recuerda al célebre Highway to hell de ACDC por calidad e intensidad, y si uno lo mira fijamente a los ojos puede ver ese rastro de locura tan característico de Klopp, aunque su apariencia sea la más tranquila del mundo. Es un diablo en el campo, un arma mortífera al espacio y uno de los mejores jugadores del mundo. Por primera vez hoy fue de amarillo lo que era de negro y naranja, y el fútbol lo agradece. Necesita su adrenalina.

PabloG.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Y Götze bailó en el infierno

El Bayern de Múnich pasó por encima de un BVB mermado por las bajas (0-3) y dejó a su rival a siete puntos de diferencia en la tabla. Una exhibición de Robben permitió la goleada iniciada por un gol de Götze. El niño prodigio incendió los sueños de los que antes lo amaban.

En alemán, la palabra götze significa ídolo. Eso era Mario hasta mayo en el Westfalenstadion, ahora es el más cruel de los villanos. Y por sí no acumulaba suficiente odio en torno a su persona, anotó el tanto que desató la goleada del Bayern. Un gesto de “yo no tengo la culpa” sustituyó a la celebración rabiosa que le quemaba por dentro y sirvió para enmudecer a uno de los estadios más vibrantes del mundo. El muro amarillo fue derribado desde dentro, con pólvora fabricada en Dortmund y con un sabor amargo a lo que ayer brillaba de negro y oro.

A Mario Götze sólo le hicieron falta diez minutos para desencasquillar el partido. Cuando recibió en el área no se lo pensó: un punterazo para meterla en la jaula que defendía Weidenfeller. Pero durante esos segundos, pasaron por su mente todos sus recuerdos de ese templo llamado Westfalenstadion. Los grandes triunfos, las grandes derrotas, las lágrimas derramadas por alegría, tristeza y nervios. Su debut. Hoy le tocó la parte más amarga. Vivió uno de los momentos más desagradables de su vida cuando su nombre fue mencionado por la megafonía y pisó de nuevo aquel césped mágico. Una jauría de 80.000 lobos que antes lo adoraban silbó y abucheó hasta la extenuación. El resultado fue la imagen más angustiosa que se ha visto en mucho tiempo en un estadio de fútbol. Pero Götze decidió el partido. Bailó sobre un césped que le quemaba los pies.

El primer gol del Bayern fue una ayuda recíproca entre Götze y Guardiola. Al primero le sirvió para aliviarse y al segundo para confirmar que había dado en la tecla. La entrada del alemán, junto a la reaparición de Thiago, fue un brusco giro de volante en el planteamiento del de Santpedor. Al comienzo del duelo, los encargados de fabricar los goles eran Mandzukic y un Javi Martínez más adelantado que nunca desde que está en Alemania, como en los viejos tiempos, casi de mediapunta. El Bayern dominaba pero se atascaba ante un Dortmund que lo frenaba por pura intuición: el camino al gol era demasiado simple. Guardiola miró al banquillo y cedió la responsabilidad a Götze, centró a Robben, adelantó a Kroos, le puso por detrás a Thiago y colocó a Javi de central. El resultado fue un incontestable jaque mate. Klopp, que jugaba con las negras, no fue capaz de evitar que el Bayern ganara la partida.

El partido dejó muy claro que las numerosas bajas que presentaba –y presentará durante varias jornadas– el BVB, sumado al gran y brillante fondo de armario que acumula el Bayern en su plantilla, son un desequilibrio demasiado fuerte para la Bundesliga. Salvo sorpresa, parece sentenciada.

Buena parte de culpa la tiene Robben, verdugo de Wembley, que hoy volvió a sacar su hacha a pasear. Autor del segundo gol bávaro e ingeniero de la vertiginosa jugada del tercero. Está al nivel de los mejores del mundo. Su juego, puramente vertical, se vio gráficamente definido en los prolegómenos de su tanto. Thiago lo activó con un magistral pase en largo cuando el BVB se descomponía y él no tardo ni cinco segundos en plantarse ante Weidenfeller para batirlo con una suave vaselina que a punto estuvo de tocar Götze. Después, un eslalon de los que tanto le gustan sirvieron para que le dejara en bandeja a Lahm la asistencia para Müller. 0-3 y una liga rota.

Un delantero brutal

Pero no todo fue negativo para el Borussia Dortmund, que ya es tercero en la tabla a siete puntos del Bayern. Demostró que tiene en sus filas al mejor delantero del mundo, que se llama Robert y se apellida Lewandowski. El polaco dio una auténtica exhibición de cómo un delantero puede hacer un partido brillante sin marcar goles. La defensa bávara, que le pegó de principio a fin, soñará con él. Fue un tormento, capaz de ganar cualquier balón que se propusiese. Por el centro o en la bandas, cada vez que sus compañeros le buscaban, lo encontraron. Y si no marcó fue porque tenía la pólvora mojada, quizá de sudor por tanto esfuerzo y tanta lucha.

También hay que señalar que Lewandowski acaba su contrato con el BVB en junio, que no va a renovarlo y que puede haber sido su último gran duelo alemán en el Westfalenstadion. Quizá la próxima temporada lo juegue vestido de rojo. Es el inicio de una nueva era para un Bayern candidato a todo de nuevo y que no tiene miramientos con la entidad de su rival a la hora de aplastarlo. Y Götze sonríe: por eso dejó su casa rumbo a Múnich.

PabloG.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La antigua casa de Götze será un infierno

Seis meses después de la final de la Champions y ya sin experimentos veraniegos de por medio como en la Supercopa alemana, Borussia Dortmund y Bayern de Múnich se vuelven a enfrentar. Es el partido del año en Alemania: Klopp contra Guardiola, y, sobre todo, el regreso de Mario Götze al Westfalenstadion.

El fichaje estrella del Bayern durante el pasado verano vivirá una situación muy desagradable: verá como la que antes era su casa se transforma en un infierno para él. Su traspaso al gigante bávaro no respondía únicamente a criterios futbolísticos. Significaba arrancarle las entrañas al gran competidor. Götze era la esencia del fantástico proyecto del Borussia Dortmund. En el club desde los 9 años, su manera de entender el juego era la tecla clave que Klopp pulsaba para hacer del BVB un equipo campeón. Los aurinegros le dieron todo lo que necesitaba: un sueldo de estrella y un gran equipo formado en torno a él.

Sin embargo, cuando el proyecto deportivo del Dortmund llegaba a un punto de no retorno al alcanzar la final de la Champions, Mario dijo hasta luego. Hasta luego al proyecto más ilusionante que se ha visto en los últimos años en el fútbol mundial, hasta luego al crecimiento paciente y desmesurado del club, hasta luego a una manera única de entender el fútbol, hasta luego al vencer con el espectáculo siempre por delante. Su antigua afición, sin embargo, le dijo adiós. Se sintió traicionado por el que sentían como su niño. Era presente, pero sobre todo futuro, un futuro brillantísimo ligado a títulos y reconocimientos. Götze no supo agradecer el trato que el Borussia Dortmund le dispensó y su afición no lo olvida.

Tampoco Klopp, descubridor y pulidor del diamante que se escondía en esa mina que es la cantera del equipo de la Cuenca del Ruhr. Era su piedra angular, pero ha logrado pasar página. La culpa la ha tenido un armenio de nombre impronunciable y calidad para aburrir. Se llama Henrikh Mkhitaryan y ha elevado el juego del BVB a otro nivel. Adiós pausa, hola vértigo. Y hola, vértigo al cuadrado. Su llegada, junto a la de Aubameyang, han convertido al Dortmund en la fantasía más oscura de Klopp: un equipo golpeador, contragolpeador y recontragolpeador. Las ocasiones se suceden en ambas áreas, el espectáculo es una constante y su equipo casi siempre sale victorioso. Todo perfecto.

Todo excepto las lesiones, que esta temporada se han cebado con ellos. Hummels, Schmelzer, Gündogan y Subotic –lesionado hasta final de temporada– se perderán el trascendental duelo y Piszczek llegará muy justo. Esto trastoca bastante los planes del bueno de Jürgen, que tendrá que ser más ingenioso que nunca para formar un once competitivo si no quiere despedirse de la liga en noviembre.

Un Bayern mermado, pero made in Guardiola

No puede hablar muy alto el Bayern, que tiene en la enfermería a dos de sus mayores estrellas: Schweinsteiger y Ribèry. El francés, después de participar en la épica clasificación de Francia para el Mundial, llegó con una costilla rota y será baja. Una ocasión irrepetible para que dos futbolistas españoles den un paso al frente y se echen el equipo a los hombros. Javi Martínez y Thiago Alcántara tendrán vía libre para exhibir su calidad en un escenario inmejorable. Una victoria del Bayern de Múnich en el Westfalenstadion daría un golpe importante a la Bundesliga. Situaría al vigente campeón de Europa siete puntos por encima de su inmediato perseguidor, una ventaja considerable a estas alturas de campeonato.

A los mandos de la nave un Guardiola que por fin ha conseguido acoplar lo mejor del fútbol alemán a su filosofía. Su Bayern es una cosa totalmente distinta al que se vio la temporada pasada con Heynckes, pero igual de apabullante. Golea, arrolla, enamora y sigue en ascenso. Todavía no se ha visto su mejor versión, a pesar de todo. Aún no se han amoldado completamente las piezas de su puzle, que se han visto obligadas en muchos casos a reinventar su posición y casi su fútbol. ¿Y Götze? También se encuentra todavía en un proceso de adaptación a su nueva vida. Necesita dar un gran golpe que lo consagre como una estrella más dentro de este fulgurante Bayern. Quién sabe si se producirá ante los que un día soñaron con dominar Europa a su lado.

PabloG.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La epopeya de Zanetti

Por el Giuseppe Meazza han pasado todo tipo de futbolistas. Desde los que derrochaban magia en cada uno de sus gestos, como Ronaldo o Luis Suárez, hasta los que pasaron sin pena ni gloria, como Matthias Sammer, pasando por esos futbolistas pasionales y rebeldes –con o sin causa– que tanto gustan a la afición, como Vieri, Eto’o o Ibrahimovic. Son muchas las historias que podría contar ese monstruo, fabricado en hormigón y adornado con el color verde del césped, si un día de repente alzara su voz. Infinitas, pero ninguna tan bonita como la de Javier Zanetti, la leyenda más grande de la historia del Inter de Milán.

Y de entre todas las que se pueden contar sobre el Pupi, probablemente esta sea la más bella. El 28 de abril de 2013, el Inter jugaba en el Renzo Barbera de Palermo un importante partido. Era un Inter deslucido, alejado de la cabeza de la clasificación y del foco mediático, inmerso en una profunda crisis deportiva e institucional. Zanetti, cómo no, estaría en el campo, esta vez como mediocentro. No sabía lo que se le venía encima: al cuarto de hora aproximadamente, tuvo que abandonar el terreno de juego en camilla. Fue un mal apoyo de su pie izquierdo en una jugada desafortunada. Sus desesperados gritos y sus lágrimas conmovieron al mundo. Con 39 años, ocho meses y dieciocho días, Zanetti se rompió el talón de Aquiles.

Esa misma noche, el capitán del Inter tenía prevista una cena en Palermo organizada por su fundación PUPI, centrada en garantizar el desarrollo de los niños más desfavorecidos. Tuvo que ser cancelada. Tras pasar por el hospital y confirmar sus peores pronósticos, estaba roto, hundido. Las lágrimas brotaban sin descanso de sus ojos. La carrera del futbolista que más veces ha defendido la camiseta del Inter pendía de un hilo.

Cuentan los jugadores que se sorprendieron al ver así a su líder. Sobre todo porque siempre fue un hombre positivo y enérgico. Lo pudo demostrar pocas horas después: "Mi objetivo es volver más fuerte que antes. Tengo fe en esto. Parece que tenía que cambiar los neumáticos después de tantos kilómetros... Me sabe mal teniendo en cuenta cómo ha ido la temporada", sentenció en tono profético en la web del club.

Volver a ponerse en pie

La operación fue satisfactoria y comenzó la lucha de Zanetti por volver a sentirse futbolista. Durante este camino, nunca se despegó del fútbol. Estuvo presente en cada entrenamiento del equipo, conversando con sus compañeros y con el cuerpo técnico, animándolos él a ellos casi más que ellos a él. Quería hacerlo desde el césped, pero sabía que no podía. Eso le permitió comprobar cómo sería su carrera una vez que diera un paso al lado para dejar sitio a los más jóvenes, y comprobó que no le desagradaría seguir formando parte del espectáculo pero de otra forma. Quizá como directivo. De cualquier modo, tendría tiempo para madurar la idea: ese no era el momento de pensar en la retirada.

Siempre fue un hombre tranquilo y cercano. Humilde, pero de los de verdad. Y fiel. En el deporte, pues desde la temporada 1995/96 y tras 846 partidos sigue formando parte del Inter; y en la vida, que comparte desde los diecinueve años con su esposa Paula de la Fuente. Su dorsal también es un signo de fidelidad: juega con el ‘4’, un número tradicionalmente ligado en su Argentina natal a la posición de lateral derecho, la que ha desempeñado a lo largo de su carrera con más asiduidad.

La recuperación continuaba su proceso. Las charlas con la gente del club se combinaban con duras sesiones de trabajo con los fisioterapeutas. El 10 de agosto cumplió 40 años. Y no descansó. Tenía entre ceja y ceja reaparecer cuanto antes. En principio, todavía le quedaban por delante tres meses de los ocho previstos inicialmente para su completa rehabilitación.

El 17 de octubre, Zanetti volvió a los entrenamientos. Y toda la afición del Inter se llenó de orgullo. Su vuelta al trabajo, bastante antes de lo previsto, dejó muy claro su compromiso con el fútbol y con el Internazionale de Milán. También dejó muy claro que, a sus 40 años seguía siendo una bestia físicamente hablando, fruto de una alimentación y una ética de trabajo intachables. Y que tiene una mentalidad de hierro. Otros se hubieran rendido, Zanetti no conoce esa palabra.

Un deportista sobrehumano

Por fin, el pasado fin de semana, el sábado 9 de noviembre de 2013, Zanetti regresó a los terrenos de juego. En el minuto 82, entró sustituyendo a Taider, que apenas tenía tres años cuando se oficializó el fichaje del Pupi por el Inter. El Giuseppe Meazza se puso en pie y rompió a gritar y a aplaudir. Hasta Massimo Moratti, que cuenta sus horas como máximo accionista del club, se levantó de su asiento. Una merecidísima ovación y doce minutos de juego para dignificar una carrera.


Javier Zanetti volvió a sentirse futbolista 195 días después de producirse la lesión más grave de su carrera, la única seria. Con 40 años, regresó en poco más de seis meses de una lesión que inicialmente lo tendría fuera del campo ocho. Kobe Bryant, que corrió su misma suerte tan sólo unas pocas semanas antes, aún no tiene fecha para reaparecer. Somos testigos de las hazañas de un deportista sobrehumano. Y ojalá que podamos seguir siéndolo durante muchos años más.

PabloG.

domingo, 10 de noviembre de 2013

La metamorfosis del Arsenal

Una nueva era comienza en el Emirates Stadium. Atrás queda el pasado, y enfrente, sólo hay un futuro brillante. El Arsenal ha disparado la intensidad de su juego y han dejado de ser ese equipo inocente que juega muy bien para ser una máquina competitiva con el balón en los pies.


Ocho años sin ganar un título no son nada. No lo son porque eso ya forma parte del pasado. El día 31 de agosto de 2013, el Arsenal comenzó una nueva etapa y se despojó de su pasado. De las cosas malas, pero también de las buenas, porque estas le apretaban la garganta incluso más que las otras. Ficharon a Özil por cuarenta y cinco millones de euros, récord en la historia del club, pero eso sólo fue un pequeño paso en la revolución que se avecinaba. Ahora el Arsenal no es sólo un equipo alegre, atractivo y que juega muy bien al fútbol; también son muy serios.

Lo más normal es que esta temporada el Arsenal tampoco gane nada. Aunque la mejoría competitiva del equipo es evidente, aún falta ensamblar correctamente las piezas y reforzar algunas posiciones problemáticas. Y todo ello a pesar de que la Premier League sufre un trastorno bipolar que tiene a Chelsea, Manchester United, City y Tottenham por detrás de Southampton, Liverpool y el propio Arsenal. El año I puede ser un año en blanco. El aficionado gunner es consciente de ello, pero está tranquilo. Ya no se enfada por las derrotas, ya no llora por los fracasos. Ahora mira al campo y sí, se le iluminan los ojos, pero esta vez de ilusión.

El Arsenal ha cambiado de mentalidad, y aunque ha dejado su pasado atrás para mirar hacia un nuevo futuro, este cambio lo representan tres viejos conocidos de la grada del Emirates Stadium: Ramsey, Flamini y Giroud. A lomos de estos tres guerreros cabalga la idea de Wenger.

El fútbol de Ramsey sabe a café de Starbucks y suena como una canción de Coldplay. Y es esa mezcla entre lo comercial y la calidad lo que le hace tan bueno, tan diferente al resto, tan exclusivo. Lo riega con una agresividad impropia de un futbolista de su talento: por el equipo se llena de barro hasta las rodillas. No en vano es uno de los que más balones roba de toda la Premier. Y de los que más marca, once goles y cinco asistencias en dieciocho partidos entre todas las competiciones. Nada mal para ser centrocampista. Era el empujoncito final, lo que le faltaba a un futbolista que ha sufrido tanto en este deporte para llegar a la élite. Todo gracias a su intensidad.

Flamini, sin embargo, es otra cosa totalmente distinta. Es un tipo normal y corriente. De estos que te cruzas veinte por el camino si das un paseo no necesariamente largo por tu ciudad. Su aspecto desaliñado sobre el verde lo delata: no es futbolista. Lo que ocurre es que se mete tanto en su papel que el público y él mismo terminan por creérselo. Ni es muy alto, ni es muy rápido, ni es muy fuerte, ni es muy técnico. Y sin embargo es imprescindible, porque su entrega no tiene límites. Aparece en todos sitios y siempre que aparece lo hace bien. Y además manda, manda muchísimo en el campo. Quizá el hecho de no ser futbolista le da esa ascendencia, como el señor de la grada que recrimina a su equipo cuando las cosas no salen.

Y luego está Giroud, que vive el momento más dulce de su carrera. En cada balón que toca, transmite una superioridad aplastante sobre sus marcadores. Un toque de cara, un control imposible. Basta con un leve contacto del balón con su bota para saber que es ante algo muy grande. Durante mucho tiempo se le dijo lo más cruel que se puede decir a un atacante: que era más futbolista que delantero. Y tenían razón, porque su calidad no se veía recompensada con goles. Lo que pasa es que ahora Giroud está aprendiendo a ser también delantero, y casi todo lo que toca acaba en gol, ya se propio o de alguno de sus compañeros. Se ha convertido en uno de los mejores socios de la liga y ha elevado el nivel del Arsenal a otra dimensión.

El Arsenal representa el desorden ofensivo y todas las emociones del fútbol, porque las sienten de verdad cuando saltan al campo sus jugadores. Su cambio ha sido tan brusco y tan ilusionante que asusta. Incluso cuando pierden, cuando son superados con claridad y no son capaces de ser ellos mismos, son capaces de ganar un partido. Como el de Dortmund. O tienen serias opciones de ganarlo. Como el de ayer en Old Trafford. Algo está cambiando en el Islington, y tiene una pinta fantástica. Los aficionados gunners lucen orgullosos sus colores y su escudo. Como siempre, pero ahora con más motivo. Ahora van muy en serio.

PabloG.