sábado, 30 de marzo de 2013

Morales se destapa


Con los cinco sentidos puestos en el partido, el Málaga sacó una importantísima victoria del siempre difícil campo de Vallecas. Fue necesario el esfuerzo de todos los futbolistas para doblegar al ordenado y serio Rayo de Paco Jémez, un equipo que a base de buen fútbol incrementa su leyenda con cada paso que da. Aún sigue en la lucha por los puestos europeos, codeándose con la burguesía de la Liga. Pero hoy un futbolista sobresalió por encima de todos para dar un duro golpe a sus aspiraciones. El chileno Pedro Morales demostró por qué se le reclutó para este ilusionante proyecto: sin intervenir excesivamente en el juego, cada envío suyo tuvo más sentido que el anterior. Creó peligro cambiando la lógica de su equipo, enviando en largo lo que siempre suele ir en corto. Con una precisión absoluta, fue capaz de dar dos brillantes asistencias a balón parado y de cruzar un latigazo que se hizo imposible para Cobeño. Tiene un guante en la pierna.


El partido, hasta el final, no tuvo un dominador claro. Buena culpa de ello recayó en las ausencias de Trashorras e Isco, física la del primero y emocional la del segundo. No se halló el arroyero sobre el césped vallecano, encorsetado por un buen marcaje de Tito y agotado después de su estancia con la Roja. Así, sumergidos en un partido de ida y vuelta entretenido y con buen criterio, se hicieron grandes Toulalan, Iturra y Javi Fuego en el robo de balón y Joaquín y un insospechado Tito a la carrera. Se desfondó el lateral rayista llegando hasta la línea de fondo cada vez que tenía ocasión. Tanto fue así que diez minutos después de que Weligton abriera el marcador con un poderoso testarazo a centro de Morales, Willy Caballero derribó al ‘2’ del Rayo dentro del área, ocasión que no desperdició Piti para poner la igualada. Hizo daño el Rayo con espacios y el incisivo Lass estuvo a punto de lograr un premio mayor, pero el Zamora de la Liga abortó cualquier conato de revuelta franjirroja.

Poco a poco el Málaga fue ganando terreno. Sin la brillantez de otras ocasiones, las triangulaciones fueron asomando por el área del Rayo. La clave estuvo en la alta y ordenada presión que los hombres de Pellegrini comenzaron a realizar desde bien pronto y que no permitieron al Rayo una salida limpia del balón como a la que nos tiene acostumbrados. Fue en este punto cuando Baptista, que apareció desde atrás como un tren de mercancías, remató con el alma un nuevo centro maestro de Pedro Morales. El brasileño volvía a reencontrarse con el gol diecisiete meses después de aquella fabulosa chilena que puso en pie a La Rosaleda y dio tres puntos al Málaga frente al Getafe. Lo merecía, después de todo lo sufrido. El Málaga también, que volvía a saborear las mieles de la victoria liguera cinco jornadas después.

Pero al partido le faltaba un colofón. O mejor dicho, a Pedro Morales, héroe del partido, le faltaba lo más importante: hacer constar en la historia que en su mejor partido –hasta el momento– como malaguista, marcó un gol. Porque la historia es así de desagradecida, se acuerda de los goleadores pero pocas veces de los asistentes, aunque muchas veces éstos tengan más méritos que los otros. De cualquier forma y ante las dudas, el chileno hizo las dos cosas. Cogió el balón en la frontal y la cruzó con una violencia descomunal para dejar el partido visto para sentencia. Ni siquiera la estirada de Cobeño pudo evitar el bello tanto. Fue un obús. Ahora, las miradas se centran en el decisivo partido del miércoles frente al Borussia Dortmund. Todas. Incluida la del propio Morales, que lo verá desde la grada.

PabloG.

jueves, 14 de marzo de 2013

Soñando despiertos


En el partido más importante de su historia, el mejor Málaga de siempre entró en escena. Pasarán cien, mil años, y todavía se seguirá recordando aquella noche en la que una macroestructura de hormigón armado aparentemente inerte, gritó con una única y poderosa voz para hacer realidad el más dulce de los sueños. El Málaga está en cuartos porque al final sí que se pudo. Con el talento que caracteriza a este equipo, pasó por encima de un Oporto que se vio superado en el campo y en la grada por la desbordante ilusión del pueblo malaguista. Que todo un bicampeón de Europa, un equipo que hace apenas dos años alzó la Europa League se sintiera amedrentado en el césped de La Rosaleda sirve para hacerse una idea del ambiente que se vivió en el feudo malaguista. Y si no les sirve, déjenlo por imposible: esas sensaciones son indescriptibles.


Un fogonazo de Isco abrió el camino. Canalizó todas las emociones malagueñas en un precioso disparo que se coló por la escuadra de la portería de Helton. Fue la recompensa a un partido soberbio, de menos a más como el Málaga. Comenzó cohibido y agarrotado. No debe ser fácil llevar todo el peso de tu equipo en el momento crucial con veinte años. Pero pronto Joaquín se encargó de desatarle. El del Puerto fue un torbellino con el balón en los pies; un auténtico revolucionario que cambió el partido de cabo a rabo. Si hasta ese momento el Oporto, guiado por la paciencia y el talento de Moutinho, estaba siendo el fantástico equipo de la ida, la irrupción de Joaquín hizo que el Málaga explotara y que no soltara a su rival desde ese momento. La expulsión de Defour a los tres minutos de la reanudación fue el punto de inflexión del partido, ya sólo había un escenario posible: la victoria del Málaga. Y entonces, Santa Cruz remató con el alma un córner botado por Isco. El dos a cero subió al marcador y la locura se desató.


Jamás se había visto nada igual en La Rosaleda. Ni en ascensos, ni en permanencias. Ni en la mejor de las ocasiones la afición apretó y disfrutó como anoche. Ese bufandeo tras el segundo gol, ese himno cantado al unísono en los minutos finales… reflejaron a la perfección la esencia del fútbol, del deporte en general. Fueron un cúmulo de emociones concentrados en un espacio preciso, en un tiempo concreto y con un contexto inmejorable. El reflejo en el campo de lo vivido en las gradas fue Jesús Gámez. En el club desde niño, ayer traspasó con el equipo de su vida la frontera de los sueños. No notó el cansancio, no se resintió jamás del esfuerzo. La ilusión jugó por él. Cada internada suya por la banda, en sociedad con Joaquín, levantó al público y desmontó al Oporto. Tanto, que Vítor Pereira se vio obligado a introducir a Atsu en la banda izquierda para impedir –sin éxito– sus incorporaciones ofensivas.


Pero si el Málaga fue capaz de sostener el partido fue por su impecable labor defensiva, que dejó a cero al depredador Jackson Martínez, diluido entre la espesa tela de araña blanquiazul. Un sistema defensivo iniciado por Baptista en la mediapunta, desde la que pegado a Fernando fue capaz de evitar la fluidez en las transiciones portuguesas, y rematado por el seguro triunvirato formado por Weligton, Demichelis y Caballero. Precisamente fue desde la zona más retrasada donde el Málaga se hizo grande. Liderado por el mariscal Demichelis, el equipo fue adelantando líneas hasta embotellar definitivamente al Oporto. Mención aparte merecen Antunes, Iturra y Toulalan. El primero es un seguro de vida; el segundo, todo corazón; el tercero, un manual sobre fútbol. Entre el chileno y el francés anularon cualquier conato de revuelta portuense. Se dejaron la piel en el campo, cada uno con sus peculiaridades estilísticas y técnicas, pero con un trabajo sobresaliente.

¿Y qué queda ahora? Disfrutar. Disfrutar como nunca se ha hecho. Porque esto no se sabe cuándo se volverá a repetir. Estos cuartos de final ya son un extra, algo que minutos antes del partido muy pocos se imaginaban. Ahora llega el sorteo de la ilusión. Seguro que habrá bolas calientes, porque la del Málaga contendrá todo el orgullo, toda la esperanza y toda la ilusión de una ciudad y de una provincia que quiere llegar un poquito más lejos, dejar su huella en la historia del fútbol. La suerte está echada y el sueño continuará.

PabloG.

miércoles, 13 de marzo de 2013

¡Sí se puede!


Hoy es el gran día. Veintiocho siglos después del primer asentamiento fenicio en el territorio de Malaka, la ciudad de Málaga vivirá esta noche el momento más importante de su historia. Hoy se juega su orgullo, su historia, su fortaleza; en esta batalla se disputa el pasado, el presente y el futuro de una ciudad, de un pueblo, de una civilización. Es Málaga contra el mundo, contra las leyes prestablecidos en el orden mundial, en la jerarquía natural del deporte y de la vida, personificadas en un Oporto que no hace prisioneros. Pero esto es Málaga, y si en algún lugar del mundo pueden hacerse realidad los sueños es aquí, en el corazón de Andalucía. Memoria, compromiso y fe.


Otra vez un 13 de marzo marcado en rojo en el calendario malaguista. El caprichoso destino quiso que diez años después de la apoteosis vivida en La Rosaleda en el partido contra el Boavista, otro equipo portugués y portuense aterrice en Málaga. Esta vez es el equipo por excelencia del país vecino, un dominador con puño de hierro que ha basado sus éxitos en el poder de su bloque, un juego exquisito, ventas multimillonarias y grandes fichajes a precio de saldo. Tampoco el Málaga es el mismo: existen muchas similitudes en ciertas posiciones, pero el grupo actual es mucho más maduro y experimentado. Eso sí, la ilusión de la afición no ha variado. Y si lo ha hecho ha sido para crecer aún más. Málaga está volcada con su equipo, con su ejército desarmado que busca la justicia y la libertad. Ni Platinis, ni UEFA, ni TAS, ni falsos jeques –o no– serán capaces de despertarla de este dulce y acaramelado sueño.

Y es que este Málaga es el cúmulo de muchas cosas, de muchas emociones y sueños:  es heredero del legado de aquel SuperDepor que enamoró al mundo, es hijo de los logros de aquel Valencia que acarició por dos veces la tan preciada Orejona, es hermano de sentimientos del fabuloso Villarreal de Pellegrini que vio truncado su sueño desde el fatídico punto de penalti del Madrigal; por sus venas corre la sangre del Sevilla de las dos Copas de la UEFA y del Betis que abrió la veda de la Champions en Andalucía. Es andaluz de alma, español de sentimiento y universal de corazón. Es todo eso y mucho más. Por eso, cuando esta noche a las 20:45 suene el pitido inicial, un único grito retumbará en Málaga, Andalucía, España y en cada rincón del Universo: ¡¡¡Sí se puede!!!

PabloG.

Fin de ciclo


Un vendaval de fútbol, una vuelta a los orígenes era lo que hacía falta al Barcelona para acabar con el ciclo más negro que ha atravesado desde que en el verano de 2008 Pep Guardiola configurara un equipo de leyenda que acabó conquistando el Sextete. Un ciclo que comenzó a fraguarse en el Barça-Málaga de la ida de los cuartos de final de la Copa del Rey y que hoy ha mostrado su último capítulo; un ciclo que puso en cuestión a un bloque otrora incuestionable. La goleada fue épica, así como el transcurso de la misma. Una idea clara con un objetivo concreto: la remontada con el balón en los pies. Agresividad, descentralización y democracia futbolística. Y como premio los cuartos de final de la mejor competición del mundo. Ha vuelto el Barça, ha vuelto el fútbol.


¿Y si el fútbol en realidad fuera tan fácil como lo han hecho hoy los jugadores azulgrana? Más de un ataque cardíaco se hubiera evitado. El partido fue matemáticamente perfecto. Y cuando uno más uno son dos, Messi es el rey. El argentino fue el epicentro de ese terremoto futbolístico llamado Fútbol Club Barcelona. Se movió entre líneas, se asoció con facilidad sin ofuscarse en la jugada del siglo e hizo dos goles. En definitiva, no esperó que el balón fuese hacia él todo el rato, sino que él buscó el balón cuando el equipo lo necesitaba. El resultado no pudo ser mejor: dos goles que pusieron el partido de cara al filo del descanso. Eso sí, en la jugada inmediatamente anterior al segundo tanto culé, el sueño de la remontada pudo irse a pique. La tuvo Niang, solo frente a Valdés en una jugada que recordó mucho a la vaselina de Ramires que sentenció al Barça el año pasado, pero su tiro se topó con el poste. El Espíritu Santo, que no hizo acto de presencia en el Cónclave, se dio una vuelta para el Camp Nou y permitió a los catalanes seguir soñando.


Y aunque Messi dominara el partido a sus anchas, el gran vencedor del partido fue David Villa. El Guaje dio un golpe sobre la mesa y gritó bien fuerte que está de vuelta. Se desfondó sobre el césped presionando, abrió los espacios para las llegadas de sus compañeros y cerró su partido con el tercer gol de su equipo, el que le daba la momentánea clasificación. No se lo pensó: tras la extraordinaria recuperación de Mascherano y el fenomenal pase de Xavi, controló, miró a portería y la clavó en la escuadra con la clase que le caracteriza a la hora de definir. Celebró con rabia para quitarse esa losa que injustamente se le ha puesto encima. Si Villa está fino, no hay nadie que pueda realizar mejor su función en este equipo.


Pero el motor de este Barcelona, el único futbolista que no desfallece jamás y que por sí sólo es capaz de levantar al equipo sea cual sea la adversidad, tiene nombre y apellidos: Andrés Iniesta Luján. Se le está pegando el liderazgo de la vieja guardia, de esos eternos Xavi y Puyol que tanto han regalado a este equipo. Eso sólo puede ser bueno. Si al talento incombustible de Andrés le sumamos la capacidad de echarse al equipo a la espalda –y qué equipo–. Tenemos al futbolista perfecto. Y si no lo es, hoy se le pareció muchísimo. Omnipresente, se erigió como el gran recuperador del equipo para después dar un trato exquisito al balón robado. Fue una delicia verlo dirigir cada movimiento del Barça, cada puñalada que los culés asestaban a un impasible Milan. Pero siempre suave, sin alterarse demasiado ni tampoco al partido. Repartió el juego como la dulce chiquilla que reparte claveles en la plaza del centro. Divertido y divirtiendo, Iniesta demostró que no tiene parangón en la zona de tres cuartos: nadie en el mundo ni es, ni ha sido capaz de hacer lo que él hace.

Así llegó el Barcelona a los minutos finales, unos minutos que pudieron enturbiar el agua cristalina que brotó de su juego. Algunos despistes defensivos, unos más graves que otros, a punto estuvieron de dejar en nada la dulce remontada que fraguaron los de Roura con Tito en la cabeza. Pero entonces, Robinho realizó la jugada más absurda que se recuerda a estas alturas de competición. Si Iniesta dirigió con excelencia al Barça, ni el manchego pudo hacerlo mejor que el brasileño en la última jugada del partido: falta a favor del Milan, un gol les hubiera dado el pase a cuartos. Robinho coge el balón y manda a todo su equipo al remate, sabe lo que se juegan. De repente intenta jugarla en corto y la pierde, cavando de este modo la tumba europea de un triste Milan. Corrieron Messi, Alexis y Jordi Alba a la contra, el primero para el segundo y el segundo cruzado para el tercero. Como si de un déjà vu se tratase, el catalán volvió a batir por bajo a un portero italiano para poner el 4-0 en el marcador. Esta vez no regaló al Barça un título, pero le dio algo que, a la larga, puede llegar a ser mucho más importante. Hoy si se puede decir alto y claro: el Barça ha cerrado un ciclo.

PabloG.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Modric es el héroe


Heroico, épico, mítico. Así se podría definir el partido vivido ayer en ese templo pagano llamado Old Trafford, el Teatro de los Sueños. Dos de los mejores equipos del Viejo Continente, Manchester United y Real Madrid, se vieron las caras en una final anticipada que terminó por convertirse en una oda al contraataque. Al galope, el equipo de Ferguson se fue haciendo más grande a cada minuto que pasaba; al trote, los hombres de Mourinho esperaban una ocasión que podía no presentarse finalmente. Llegó a falta de media hora, cuando el turco Cüneyt Çakir mostró una rigurosa tarjeta roja a Nani después de una llamativa patada del portugués a Arbeloa pero que, a priori, careció de voluntariedad. A partir de ese momento, Modric sacó el manual para llevar a su equipo a los cuartos de final de la Champions, un paso más cerca de la ansiada Décima.


No es casualidad que el Manchester sea el líder destacado de la Premier League. Es un equipo peligrosísimo, capaz de incomodar a cualquier rival que se ponga en su camino. Quizá nunca se le llegó a considerar como uno de los grandes favoritos para ganar esta Champions, pero jamás se le descartó del todo. El motivo tiene nombre, apellido y una interminable sabiduría basada en la experiencia: Sir Alex Ferguson. Ayer volvió a demostrar por qué está considerado como uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol. Neutralizó y tuvo contra las cuerdas a todo un Real Madrid durante una hora, a base de una gran solidez defensiva, una presión excelente y una fabulosa transición defensa-ataque. Su equipo fue un ciclón. Quizá con dos delanteros de la calidad de Welbeck y, sobre todo, Van Persie sea mucho más fácil. Entre los dos transmitieron una sensación de peligro constante que si no se transformó rápidamente en superioridad en el marcador fue por culpa del inmenso partido que firmaron Varane y Sergio Ramos. Pero el auténtico factor diferencial se hallaba en las bandas. Un Ryan Giggs que jugó su partido número mil como profesional  con la frescura de su debut puso en jaque al equipo de Mourinho. Taponó cualquier intento de progreso de Fabio Coentrão y buscó una y otra vez la superioridad frente al portugués. En definitiva, movió a su equipo, como lleva haciendo casi un cuarto de siglo.

Sin embargo, cuando mejor estaba el United, cuando había conseguido transformar su superioridad –con menos de un 40% de la posesión– en ventaja en el marcador gracias al autogol de Sergio Ramos, llegó la expulsión de Nani. Fue una pena, porque truncó un partido que estaba siendo precioso, pero sirvió para que el Madrid se desatara definitivamente. El United se encerró y trató de conservar a toda costa su ventaja; Mourinho dio entrada a Modric para que diera sentido al balón del Madrid, que hasta ese momento estaba siendo el mejor aliado de los ingleses. Pero Modric destrozó el partido. Quizá sea esa inquietante y fascinante atmósfera que rodea a las Islas Británicas, quizá sintiera que era su momento. El caso es que este Modric fue el cerebro del Tottenham, ese talento incontrolable que explotó en el Dinamo de Zagreb, no esa especie de sombra que ha deambulado más de una vez por el campo con la blanca camiseta del Real Madrid. Un zapatazo suyo hizo inútil la estirada de De Gea. Después, trató con paciencia el cuero hasta que vio un hueco en el área. En ese momento entregó toda la responsabilidad al talento de Özil, que, con un taconazo sublime, habilitó a Higuaín para que Cristiano pusiera el gol que le faltaba a los blancos para sellar la clasificación. Otra vez el tacón, otra vez Old Trafford fue la llave.



Pero si alguien creyó que ese gol iba a dar tranquilidad a los madridistas estaba muy equivocado. Tocó sufrir frente a un United que tenía el espíritu de 1999 en la cabeza.  Se volcaron los ingleses, conscientes de que había que jugarse la eliminatoria a cara o cruz. Con Rooney por fin en el campo, se sucedieron los ataques. El Madrid se vio desbordado. Pero cada disparo de los diablos rojos encontraba la misma respuesta: un paradón de Diego López. Poco importaba el ejecutor, la distancia o la potencia, el gallego siempre era capaz de sacar esa mano salvadora que permitiera al Madrid seguir soñando. Y ese sueño, cada vez está más cerca de ser una realidad. Aunque ayer perdiera el mejor, los merengues ya están en cuartos. Wembley ya se ve al final del camino; la Décima está en camino.



PabloG.

sábado, 2 de marzo de 2013

Fracaso


En el Clásico menos brillante de la historia reciente, el Real Madrid volvió a tumbar merecidamente al Barcelona. Dos puñaladas y noventa minutos, de los cuales más de sesenta fueron altamente tediosos, sirvieron para poner de manifiesto nuevamente lo que lleva algún tiempo siendo evidente: los hombres de Roura no están a la altura de las circunstancias. Esta vez, ni frente al Madrid menos poderoso y más rácano de la temporada, fueron capaces de inquietar más allá de diez minutos. Un logro, por otra parte. Hasta ese momento, el empeño de Morata ya había propiciado el primer gran agujero en la defensa azulgrana, coronado con el remate a bocajarro y libre de marca de Benzema. Después, la entrada de Cristiano Ronaldo rompió definitivamente a un equipo que se vio completamente superado al más mínimo movimiento agresivo del Madrid. Ramos se elevó de nuevo solo, como ya hiciera Varane en los dos últimos duelos entre ambos equipos, para que el Barça tocase fondo. Ahora sólo queda ver si se mantiene en las profundidades o sale a flote antes del decisivo duelo ante el Milán. El optimismo culé, desde luego, brilla por su ausencia. Y razón no falta.



José Mourinho volvió a ganar al ajedrez, esta vez con las fichas negras. Reservó a los titulares, echó el cerrojo de medio campo hacia atrás y se benefició de la respuesta de su rival: nada. El partido no se pareció ni de lejos a la minimalista obra de arte que se vio el martes en el Camp Nou. Esta vez las cosas si eran lo que parecían a simple vista: un catenaccio de manual; esta vez Mourinho sí aplicó la presión en todas las zonas de ataque culé y cerró poderosamente las bandas, quizá consciente de que pudo haber despertado a la bestia. Pero si su plan funcionó de maravilla fue gracias a dos hombres que se dejaron la piel en el campo. El partido que firmaron Callejón y, especialmente, Morata fue para enmarcar. Sacrificio, entrega y una persecución constante a los laterales rivales, hasta el punto de incrustarse como un engranaje más de la sólida línea de cuatro defensores que presentó el Madrid. Además, los jóvenes canteranos blancos se implicaron en ataque con acierto. Morata se destapó como lo que es, un futbolista descomunal, y regaló el gol a Benzema para herir de muerte al Barcelona.

Con cinco minutos de juego y un gol en contra, el Barcelona parecía inerte. Con Iniesta solo y desbordado por la presión continua de hasta cinco futbolistas blancos, los azulgranas se fueron difuminando. Balones cortos sin sentido, balones largos sin finalidad alguna. Angustia, ansiedad. Y de repente, la luz. En la única jugada en la que el Barça fue el Barça, llegó el gol de Messi. Distancia entre las líneas blancas, un desmarque de ruptura de Messi y un pase en profundidad medido. Tan simple y tan efímero. A partir de ahí, el Barcelona, el único que podía animar el partido, se dedicó a aburrirlo aún más. Mientras un equipo se encerraba en su campo con diez futbolistas por detrás del balón, el otro se empeñaba en mover el balón con uno y otro pase horizontal entre los centrales y los centrocampistas.


El justo empate ondeaba en el marcador. Una cosa estaba clara: el que ofreciera un poquito más se iba a llevar el partido. Un poquito, tampoco era necesario un tsunami de fútbol. Mourinho lo captó y metió a Ronaldo y Khedira, uno para destrozar y el otro para amarrar. Roura y su equipo aún se están preguntando el porqué de estos dos cambios. El portugués, sólo con su presencia, desarboló al Barcelona. Forzó errores infantiles y sacó los colores en más de una ocasión a sus rivales. No sólo se mascaba el segundo, también la goleada. Ramos hizo lo primero, Ronaldo buscó sin éxito lo segundo. Un trallazo suyo de falta directa salió repelido por la cruceta. Y aunque la superioridad del Madrid fue aplastante a poco que dio un poco de ritmo al juego el Barcelona clamó al cielo por un penalti no pitado. Injustamente, porque el contacto existió; justamente, porque el Barça no mereció ni la posibilidad de empatar el partido. No se puede camuflar una falta de identidad acuciante con errores de terceros. Falta autocrítica y capacidad para salir de las peores situaciones. Falta ser el Barça. Y eso es muy peligroso.

PabloG.