Cuando
mi familia va a la playa, lo hace a lo grande. Colocamos la primera sombrilla
mediada la mañana y no sacamos la última hasta que el sol no se esconde detrás
de las montañas, dejando un paisaje absolutamente inigualable. Pero no todos
los que entramos a la playa por la mañana podemos presenciar esa estampa. Es el
caso de los más pequeños, que se marchan antes, completamente agotados por no
parar en todo el día. El pasado domingo ocurrió un hecho excepcional: uno de
mis primos más pequeños me dijo “hoy tiene que ser el mejor día de mi vida,
porque me voy a ir a las nueve”. Quizá el de ayer no fue el día más feliz de la
vida de Illarramendi. Quizá él, realista de corazón, elegiría otros momentos
más especiales como el ascenso a Primera de hace tres temporadas o la reciente
clasificación para la Champions. Pero también sabe que desde Madrid podrá ver
puestas de sol no mejores ni más bonitas que las de San Sebastián, aunque sí
más importantes.
La
tónica general al referirse a Illarra es considerarlo un fichaje de futuro. “El
sucesor de Xabi Alonso”, “El futuro del Real Madrid”. Quizá eso sea porque su
edad, apenas veintitrés años, invita a pensar en un futbolista que necesita
madurar, como ese jovencito que asume un trabajo de verano normalmente no
remunerado para aprender cierto oficio. Pero de lo que no se dan cuenta es de
que Asier Illarramendi, ya a día de hoy, es una realidad. Es innegable que con
esa edad y con ese talento sus capacidades irán evolucionando paulatinamente
con el paso del tiempo. Pero también es un sacrilegio no considerarlo ya un
futbolista preparado para triunfar en el Real Madrid. Su capacidad para
entender el juego, su inteligencia a la hora de situarse en el campo y su
facilidad para realizar entregas precisas que oxigenen al equipo hacen de él
uno de los mejores futbolistas del mundo en su posición. Y por si quedaban
algunas dudas, su exuberante Europeo sub-21 se encargó de despejarlas.
|
Once tipo del Milan de Ancelotti |
Es
por eso que a Illarra, más que “el sustituto de” se le debería considerar “el
complemento a”. Su contratación ofrece a la plantilla comandada por un maestro
de los banquillos como Carlo Ancelotti, una amplitud y una variedad táctica
extraordinaria. Y estoy seguro de que Carletto
sabrá gestionarla de maravilla. El italiano, un auténtico camaleón en la
pizarra, está confeccionando un potentísimo grupo a su gusto en el que por
encima de todo prima el talento. A tenor de las incorporaciones realizadas
hasta el momento (Carvajal, Isco e Illarramendi), de las renovaciones (Nacho),
de las posibles salidas (Higuaín, Coentrão y Di María) y de las bajas ya
oficializadas (Callejón y Carvalho), intuyo que Ancelotti optará por un esquema
4-1-2-1-2. Es decir, colocando un rombo en el centro del campo, prescindiendo
de los extremos y llenando el hueco que estos dejan con laterales profundos.
Este sistema pone fin –o debe hacerlo– al que nos quieren colar como culebrón
del verano: Gareth Bale no firmará este año por el Real Madrid. Sobre todo
porque no tiene sitio.
Este
esquema no es nuevo para Ancelotti, porque así llevó al Milan a coronarse,
entre otras cosas, dos veces campeón de Europa. En ese equipo el rombo lo
formaban Pirlo como regista,
flanqueado por el músculo de Gattuso y el oficio de Seedorf, para dejar
libertad en la mediapunta primero al talento de Rui Costa y, una vez que
terminó de explotar, a la brillantez del mejor Kaká.
En
ese sentido, el rombo madridista tendrá notables variaciones. Quizá en su
primera pieza sea donde menos se note porque ahí Xabi Alonso, o Modric en su
defecto, seguirán haciendo la labor de quarterback
que se le asignó a Pirlo en el Milan. Más diferencias habrá, sin embargo, en el
flanco derecho. Desde ahí, Khedira, con Casemiro como recambio, explotará para
pisar con frecuencia el área, desempeñando el rol que más le favorece y con el
que deslumbró en la pasada Eurocopa con Alemania: jugando como box to box y no como mediocentro de
contención. O si no, Illarra pondrá pausa y control en el centro del campo,
complementando a Xabi y no sustituyéndolo. En la izquierda, Isco o incluso
Modric de nuevo darán rienda suelta a su imaginación para crear y sumarse a la
última línea si procede. Y en la cúspide Özil, poco más que añadir.
Para
desarrollar este sistema son necesarios dos requisitos indispensables: dos
delanteros móviles y laterales de proyección ofensiva. Jugadores que cumplan el
rol que desempeñaron en su día Shevchenko, Inzaghi, Cafú y Maldini. A priori,
encontrar jugadores así parecería imposible, pero no hay que olvidar que
hablamos del Real Madrid. Cristiano Ronaldo y Benzema cumplen el primero, con
Jesé y Morata como recambios; Marcelo y Carvajal el segundo. Y Nacho y Arbeloa
ofrecen otra variante, en principio más conservadora.
Es
importante tener dos delanteros que estén continuamente en movimiento por una
sencilla razón: el Real Madrid basará su juego en triángulos más o menos
complejos en función de la jugada. Aquí Isco toma un papel vital. Para el buen
funcionamiento del equipo, será imprescindible que se entienda con Xabi, Özil y
Ronaldo. Del primero recibirá para que entregue al alemán, y con este maquinará
para activar a Ronaldo u ofrecer él mismo soluciones dentro del área. Su
función, aunque parta desde más atrás que Özil, es situarse muchas veces por
delante de él para hacer valer ese deje a Romario que tiene en muchas acciones
dentro del área. Además, la anarquía ofensiva que ofrece Marcelo arrancando
desde el lateral terminará de configurar el lado fuerte del Real Madrid.
|
Posible once del Real Madrid de Ancelotti en fase ofensiva. Las flechas azules indican pase y las rojas desplazamiento. |
En
el lado débil, la diferencia la marcará Carvajal. Si es capaz de llegar a la
línea de fondo con soltura y de ofrecer buenos balones por el camino, el
Bernabéu disfrutará de un equipo alegre y amenazante. Si no, el potencial del
equipo se reduce al lado izquierdo o a alguna explosión de Khedira. Me inclino
más por la primera opción teniendo en cuenta la progresión de Carvajal desde
que salió del Castilla la temporada pasada. En Alemania se hizo hombre y se colocó
en la élite de su posición. Es mucho menos anárquico que Marcelo en sus
subidas, pero mucho más efectivo en ocasiones porque se asocia con los
centrocampistas, el mediapunta e incluso los delanteros, siendo capaz de finalizar
las jugadas dentro del área. Además, su implicación defensiva es intachable. Un
futbolista tácticamente casi perfecto al servicio de un genio de la pizarra.
Pero
si pensamos en la perfección táctica debemos pensar obligatoriamente en
Illarramendi. Jamás pierde la posición, lo que le permite robar más balones que
nadie sin hacer ningún ruido. Es muy probable que alguna que otra vez se le
critique, no por ser irregular, sino por lo poco vistoso de su juego la mayoría
de las veces. Pero Illarra siempre cumple, siempre está ahí, en su sitio,
rayando al nivel más alto posible. Lo que realiza este mediocentro de,
recordemos, veintitrés años de edad es pura poesía. Y esa poesía no tiene
precio. Ni treinta y dos, ni treinta y nueve, ni cien millones pueden pagar la labor que Illarramendi realiza
sobre el césped. Esa labor tan precisa, tan necesitada de un cierto relieve
intelectual para comprenderla completamente, es tan bella que pocas cosas más
agradables de ver se me ocurren ahora mismo en el panorama internacional.
Con
estos mimbres, no cabe duda de que en las puestas de sol de Madrid tendrán
puestos sus ojos muchísimos aficionados al fútbol alrededor del globo. Muchos
más de los que lo hacían anteriormente, muchos más de los que ven al Madrid
porque sienten su escudo en el corazón. Y no es de extrañar, porque esos ocasos
se antojan uno de los más bellos del planeta. Puede que incluso el sol más
dorado se ponga por décima vez en la capital de España. Pero ocurra lo que
ocurra, una cosa está muy clara: Illarramendi estará ahí para presenciarlo en
primera persona. Y quizá llegue un momento en el que, presenciando como el
astro rey se esconde, diga “es el día más feliz de mi vida”.
PabloG.