martes, 31 de julio de 2012

Savia nueva en la piscina


Si por algo se caracteriza el deporte, es por que no existe una única solución a los problemas. No todo tiene que ser, o blanco, o negro. También existe el gris. O el dorado más brillante, como en este caso. Se presuponía que en estos Juegos se pondría en entredicho la supremacía del gran Michael Phelps, y al instante aparecía un único nombre en la mente de todos los aficionados al deporte: Ryan Lochte. Su compatriota era el elegido para arrebatarle su preciado trono. Pero no. No están siendo los Juegos de Lochte. Al menos, no del todo, porque ahí cuatro estrellas de aspecto juvenil están brillando con luz propia: Yannick Agnel, Ye Shiwen, ‘Missy’ Franklin y Ruta Meilutyte.

Todo parecía definido en la prueba de 4 x 100 libres, incluso antes de saltar a la piscina. El equipo estadounidense parecía el claro vencedor de la prueba, no cabía otra imagen en la mente de los aficionados. Un equipo que tiene a Phelps y a Lochte en sus filas está predestinado al oro; el resto debería  luchar por la plata. Pero esto es deporte, y aquí no siempre prima la lógica. USA comenzó como un tiro con Nathan Adrian en el agua, que cedió el testigo en primer lugar. Entonces apareció en escena la leyenda de la natación mundial, Michael Phelps. El tiburón de Baltimore hizo lo que se esperaba de él: nadó los cien metros más rápido que nadie para cederle el testigo a Cullen Jones con una distancia más que considerable. No tenía que dar una exhibición. Con Lochte en la última posta, manteniendo la distancia bastaría para el oro. Y el americano cumplió. Entonces saltó Lochte, con el objetivo de agrandar su naciente leyenda. Pero había alguien que también  quería ocupar las portadas. Francia se había aproximado a los puestos de cabeza, junto a Australia, aunque a cierta distancia de USA. Era, sin duda, una gran noticia para la natación francesa, que optaría a medalla. Muchos se hubieran conformado con obtener un metal en la prueba. Pero bastó con que uno no lo hiciera. Cuando Lefert dio el relevo a Agnel, el joven de Niza sólo tenía una idea en la cabeza: truncar el mito de Lochte. Se aproximó en los primeros cincuenta metros; lo destrozó en los últimos con una exhibición de potencia para darle el oro a su país, que ganaba la prueba por primera vez. Agnel irrumpía en los Juegos por la puerta grande. Lograba arrebatarle a USA una prueba típicamente americana, únicamente perdida en dos ocasiones (Sydney 2000 y Atenas 2004).

No había por qué dramatizar, un resbalón lo puede tener cualquiera, como lo tuvo el propio Phelps en los 400 estilos. Lochte podría tomarse la venganza de la forma más dulce en la final de los 200 libres. Se había generado muchísima expectación alrededor de la prueba. La carrera del siglo la llamaban, y, probablemente lo sería. Con Sun, Park, Biedermann, el propio Lochte, y, por supuesto, Agnel en la piscina, pocos escenarios mejores se podían dibujar. Los primeros cincuenta metros fueron un poderoso pulso entre Lochte y Agnel, en el que el francés tomó cierta ventaja sobre el americano. Pero hasta ahí llegó la prueba. Tras el primer viraje, la larga y delgada figura del joven nadador de Niza fue inalcanzable para sus perseguidores, incluido Lochte. Ryan se vio superado, destronado, abatido, resignado. Sufrió lo indecible en la prueba. Tanto, que mientras Agnel exhibía su poderío parando el crono en 1:43.14, él siguió peleando, ya no por el oro, sino por subir al cajón. Finalmente acabó con el tercer mejor tiempo, pero fuera del podio. Park y Sun, Sun y Park, tocaron la placa al mismo tiempo con 1:44.93. El americano se quedó sin medalla y a casi dos segundos del gran Agnel, el nuevo rey de la natación y de estas Olimpiadas.


Más discutido está el trono de reina de Londres, porque la verdad es que nivel no falta en las pruebas acuáticas. A la ya presentada candidatura de la discutida Ye Shiwen, se unió ayer la de ‘Missy’ Franklin, que volvió a dominar la piscina a su antojo. A pesar de la dificultad que presentaba la final de los 100 metros espalda, ‘Missy’ superó la prueba con nota. Comenzó bien, a una distancia considerable de la australiana Seebohm, magnífica nadadora y mucho más explosiva que Franklin. Pero tras el viraje, comenzó la verdadera carrera de la estadounidense, que fue aumentando el ritmo hasta dejar atrás a Seebohm y parar el crono en 58.33, treinta y cinco centésimas más rápida que su rival australiana.


Pero Franklin no fue la única que se exhibió ayer en el Aquatics Center. Hubo una joven lituana que irrumpió con fuerza en estas Olimpiadas. Su nombre es Ruta Meilutyte y logró parar el crono en 1:05.41 en la final de 100 metros braza. En la tierra cuenta con tan sólo quince años; en la piscina aparenta al menos diez más. Su hazaña fue posible gracias a un inicio fulgurante en el que dejó atrás a una de las mayores favoritas, la que fuera medalla de plata en Pekín, Rebecca Soni. Tras los primeros cincuenta metros, Soni no pudo recuperar la distancia. Y no pudo porque la quinceañera Meilutyte aguantó su ventaja como una aunténtica veterana, con fuerza y orgullo, para entrar en la historia de los Juegos. La savia nueva viene pisando muy fuerte.

PabloG.

domingo, 29 de julio de 2012

Sonrisas y lágrimas en el Aquatics Center



Nunca nadie echó tanto de menos su poderío como Michael Phelps ayer en el Aquatics Center de Londres. Jamás se había visto en una igual el tiburón de Baltimore: sufrió lo indecible durante toda la competición para acabar finalmente con un cuarto puesto que sabe a hiel. No sólo fue superado por Ryan Lochte, el gran vencedor de la noche, sino que se quedó fuera del cajón en favor del brasileño Thiago Pereira y del japonés Kosuke Hagino. Ya había pasado un calvario para entrar en la final, a la que arribó con el peor tiempo de los ocho participantes, pero lo que parecía la más compleja de las estrategias se torno en la cruda realidad. Este Phelps no es el que maravilló al mundo en Pekín. No puede serlo.

El legendario nadador tuvo un buen comienzo, en el que se situó en cabeza junto a Lochte. Parecía que uno de los duelos más esperados de los Juegos iba a tener su primera entrega en esa prueba, una de las más peligrosas para Phelps. Aguantó bien en mariposa, donde Lochte ganó, pero Phelps lo tuvo a tiro durante los cien metros. Pero después perdió un tiempo valiosísimo en espalda, uno de los estilos preferidos de Lochte, algo que no pudo recuperar luego en braza. Cuando llegaron al crol, ya era demasiado tarde; la exhibición ya estaba en marcha. Lochte sólo tuvo un rival en la piscina, y ese no fue Phelps, sino su récord mundial, un récord que acarició con la punta de los dedos, pero que finalmente se le escapó por medio segundo. Mientras, tanto, Michael luchaba por su orgullo, por lograr un metal que minimizara el fracaso. No pudo ser. Se vio superado por Thiago Pereira, uno de los mejores nadadores del mundo, que realizó un crol espectacular, y por Kosuke Hagino, que le tomaba ventaja ya desde la espalda. Phelps no pudo subir al cajón. En cierto modo, Ryan también lo merecía. La imagen del día tenía que ser él con el oro, no Phelps con el bronce. Merecía ser el centro de los focos por una vez. Merecía que se hablara de él, de su talento, de su extravagante estilismo -con protector dental de diamantes incluido-, no del tiburón de Baltimore. Merecía ser el rey de los 400 metros estilos.


Pero sin lugar a dudas, el mejor duelo lo vivimos en la siguiente prueba, en la final de los 400 metros libres. Allí se vivió un enorme duelo entre dos nadadores asiáticos, el coreano Park Tae-hwan y el chino Sun Yang. La prueba estuvo igualada de principio a fin, parecía que habría que irse a la foto finish para decidir al ganador de tan bello duelo, pero Sun no parecía estar por la labor. Observó atentamente a su rival y percibió su momento de mayor debilidad para sacar provecho de la situación. Fue en el último volteo. Allí decidió cambiar ferozmente el ritmo para sorpresa de su rival, que no lo pudo contrarrestar. Sun se llevó el oro, además del récord Olímpico, destrozando la marca del gran Ian Thorpe con 3:40.14. Park se vio relegado de su trono y tuvo que conformar con la segunda plaza. El estadounidense Vanderkaay completó el podio.

Tras la última final masculina, llegó la hora de la competición femenina. En ella, España estuvo representada por Mireia Belmonte, uno de sus mayores valores en la piscina. La catalana llegó a la cita después de haber logrado el quinto mejor tiempo. Todas las esperanzas estaban puestas en ella, parecía que podría lograr la primera medalla. No pudo ser. Mireia fue aguantando la distancia, pero cada vez esta se hacía más grande. Al final, un octavo puesto algo desafortunado pero del que se debe sentir orgullosa, porque pudo compartir piscina con el fenómeno Ye Shiwen. Recuerden este nombre, porque dará mucho que hablar próximamente. Esta joven china de tan sólo dieciséis años realizó una exhibición de autoridad sin precedentes, destrozando a todas y cada una de sus rivales. Ni si quiera pudo con ella el récord mundial de Stephanie Rice, sus 4:28.43 fueron demasiado. Tal fue su superioridad, que Biesel y Li tan sólo pudieron ser meras espectadoras. Ha nacido una estrella. Una de las que hacen leyenda.


De la autoridad de Ye pasamos a la tremenda igualdad del relevo de 4 x 100 libre. Aquí si se siguió el guión previsto: dominaron las estadounidenses, las australianas y las holandesas. USA comenzó como un misil con la joven ‘Missy’ Franklin, que con una brazada estelar dejó a sus compatriotas en primer lugar, seguidas por las australianas. Pero poco a poco las Cate Campbell, Brittany Elmslie y Melanie Schlanger impusieron su talento y se llevaron la prueba con un nuevo récord olímpico, establecido en 3:33.15. No sin pasar un mal trago, claro. Porque a lo que parecía un duelo entre Australia y USA, se unió a última hora la gran favorita, Holanda. Y es que el último relevo de Ranomi Kromowidjojo fue estratosférico. Nadó los cien metros en 51.93, pero no fue suficiente para darle de nuevo el oro a su país. Faltaron sesenta y cuatro décimas. Al final, el equilibrado relevo australiano se impuso al resto, en una jornada marcada por las sonrisas y las lágrimas de la piscina.

PabloG.

miércoles, 25 de julio de 2012

Jesse Owens y el 'Black Power', los gestos que marcaron a la raza negra (Parte II)


Si la hazaña de Jesse Owens en Berlín ’36 marcó un antes y un después en la historia de la raza negra, todavía se tendría que realizar un gesto definitivo que acabara por fin con la segregación racial en el mundo. Esta vez el rival no era un sistema de gobierno totalitario, sino la sociedad. Hubo que esperar treinta y dos años, pero al fin ese gesto llegó para cambiar para siempre el mundo y la vida de tres magníficos atletas.

En 1968, la situación política y social del mundo vivía uno de sus momentos más convulsos. El mundo se dividía en bloques y en Vietnam se vivía desde hacía cuatro años una de las guerras más crueles de la historia. Pero si había un lugar donde la situación era especialmente precaria, ese era Estados Unidos. En el país era común presenciar actos reivindicativos del colectivo afroamericano con el fin de reclamar sus derechos, actos que eran rápida y duramente reprimidos por los sectores más conservadores de la sociedad americana, defensores de la segregación racial. Dentro de este marco surgieron grandes líderes del movimiento negro, como Malcolm X, Martin Luther King y Harry Edwards. El primero promovió los derechos de los afroamericanos a través de la Nación del Islam; el segundo, tuvo un sueño, en el que blancos y negros tenían los mismos derechos y obligaciones, las mismas oportunidades, vivían en igualdad. El primero murió asesinado en 1965; el segundo en 1968, pocos meses antes de los Juegos Olímpicos de México. Harry Edwards, el tercero pero no menos importante, no quiso quedarse de brazos cruzados: decidió promover los derechos del pueblo negro como Malcolm y hacer realidad el sueño de Martin. Por eso creó el Proyecto Olímpico Pro Derechos Humanos.

Este grupo contaba con grandes atletas como los velocistas Lee Evans, Tommie Smith o John Carlos, entre otros, pero sin duda, su principal reclamo era un joven baloncestista universitario, llamado en ese momento Lew Alcindor y posteriormente Kareem Abdul Jabbar. En un primer momento, amenazaron con boicotear los Juegos olímpicos de 1968, pero luego Edwards recapacitó: ¿existe un escenario mejor para reclamar la igualdad entre negros y blancos que unos Juegos Olímpicos? Fue por eso que a la cita de México acudieron Bob Beamon, Lee Evans, John Carlos, Tommie Smith… En definitiva, todas las estrellas del deporte norteamericano se dieron cita en México. Todas excepto Abdul Jabbar, que se negó a participar. Una vez allí, estos grandes atletas conmocionaron al mundo con actuaciones para la historia, como la de Bob Beamon, por ejemplo, que estableció el récord mundial de salto de longitud en la futurista marca de 8’90 metros, superando en 55 centímetros la anterior marca.

Pero sin duda, la gran hazaña de las Olimpiadas del ’68 se produjo en la final de los 200 metros lisos. En ella estaba previsto un magnífico duelo entre los dos mejores atletas del momento en esa distancia: John Carlos y Tommie Smith. Carlos arrancó con ventaja, directo a por el oro, pero a falta de cuarenta metros para el final, Tommie Smith destapó el tarro de las esencias y voló sobre la pista, adelantando a su compatriota y parando el crono en 19’83 segundos, marca con la que batía el récord mundial. Carlos quedó tan abrumado por la derrota que incluso se vio superado por el australiano Peter Norman, que con sus 20’07 segundos logró un récord nacional que aún perdura.

A pesar de la abrumadora victoria, el momento histórico de los Juegos de México aún tendría que esperar hasta la entrega de medallas. Carlos ya le había comentado a Smith que haría algo tras la final, a lo que Smith se sumó sin dudar. Pero hubo un contratiempo: los guantes negros que Carlos había decidido portar en el podio se habían quedado en la Villa Olímpica, aunque Smith si tenía los suyos. Fue entonces cuando Norman sugirió que Carlos se colocara el izquierdo y Smith el derecho. El tímido atleta australiano también accedió a portar la insignia del Proyecto Olímpico Pro Derechos Humanos como sus compañeros de podio. Además de esto, ellos subieron al escalón descalzos, y mientras Smith portaba en el cuello un pañuelo negro en señal del orgullo negro, Carlos llevaba un colgante como recuerdo de los afroamericanos que fueron linchados y asesinados, así como el chándal abierto en solidaridad con todos los obreros estadounidenses. Cuando sonó “The Star-Spangled Banner”, humillaron su cabeza y levantaron la mano enfundada en el guante para realizar el saludo del 'Black Power', dejando para la historia una de las imágenes más famosas de todos los tiempos.


Tras el gesto, comenzó el calvario de sus protagonistas. Primero fueron abucheados nada más bajarse del podio que les acreditaba como los mejores atletas de su especialidad, pero eso tan sólo fue el principio del fin. Avery Brundage, el reaccionario presidente del COI en ese tiempo, consideró inoportuno el gesto, que lo tomó como una politización de una competición tan pura como los Juegos Olímpicos y ordenó la inmediata expulsión de John Carlos y Tommie Smith de la Villa Olímpica. La historia distó mucho de lo acontecido en los Juegos de Berlín ’36, en los que Brundage, como presidente del Comité Olímpico Estadounidense no puso ninguna objeción al saludo nazi, ya que por entonces este era el saludo nacional alemán. Durante los Juegos de México, los gestos pro-afroamericanos continuaron, ya que todos los atletas americanos que resultaron vencedores subieron al podio descalzos con calcetines negros, incluido el gran Bob Beamon después de su estratosférico salto, pero Brundage ya no se atrevió a expulsar a nadie más.

Después de las Olimpiadas, la vida de los tres atletas cambió para siempre. Smith y Carlos recibieron multitud de amenazas de muerte, y tuvieron que abandonar sus carreras como atletas después de un breve paso por el fútbol americano. Sus vidas nunca estuvieron relacionadas al éxito que otorga una medalla olímpica. Vivieron rodeados de miseria, excluidos de una sociedad que les detestaba. Y, sin duda, la peor parte se la llevó Carlos, que sufrió el suicidio de su esposa, que no soportaba la dura presión a la que estaba sometida. Norman también sufrió las consecuencias de apoyar la protesta. Fue maltratado por los medios de comunicación de su país, que no se dignaron a realizarle ni si quiera una entrevista. También por las autoridades olímpicas de su país, que no le permitieron participar en las Olimpiadas de Múnich ’72, a pesar de haber logrado la marca mínima. Pero el abismo de Norman continuó: cayó en el alcoholismo, que le hizo vivir una tortuosa vida que llegó a su fin en 2006, a los 64 años. Allí estuvieron Smith y Carlos para portar su féretro, para rendirle homenaje al atleta olvidado, un atleta que, recordemos, posee todavía el récord australiano de los 200 metros lisos.


Tommie Smith, Peter Norman y John Carlos pagaron el precio más alto posible por reivindicar los derechos de la población negra. Sacrificaron sus carreras y sus vidas. Pero el tiempo es sabio, y ha sabido recompensar uno de los gestos más famoso de la historia del deporte y de la humanidad. Tras los Juegos de México las diferencias se han limado considerablemente. Quizá no del todo, pero nada tiene que ver el mundo que vivimos con el que vivieron estos héroes. Héroes anónimos, por otra parte, porque sus nombres fueron olvidados, archivados únicamente en la memoria de los grandes amantes del atletismo, de los Juegos Olímpicos, y del deporte en general. Pero su hazaña en esas Olimpiadas se ven día a día. ¿Quién iba a pensar en 1968 que un negro presidiría los Estados Unidos de América? Nadie. Y quizá Norman debería haber vivido para verlo, por que si esto es posible es gracias a él. A él, a Smith, a Carlos, a Edwards, a Owens. A todo el que una vez creyó en el sueño de Martin Luther King.

PabloG.

jueves, 19 de julio de 2012

Jesse Owens y el 'Black Power', los gestos que marcaron a la raza negra (Parte I)

A lo largo de la historia, muchas voces, principalmente provenientes de los grandes intelectuales, han tratado al deporte como algo banal, sin ningún valor con respecto a la vida. Bien es cierto que el del deporte es un universo paralelo, como también lo es que representa todos y cada uno de los valores de la vida, tanto los positivos como los negativos, y más aún si se mezclan con la política. El deporte puede ser utilizado para inculcar los ideales más malignos y repugnantes, pero también sirve para cambiar el mundo con pequeños gestos que se magnifican y se hacen enormes con el paso de los años. Esos gestos casi nunca producen una reacción positiva inmediata. Al contrario, la mayoría de las veces lapidan la vida de las personas, de los mayores atletas de la historia, pero el tiempo permite que sean utilizados como el sustento que provoque un cambio monumental, no sólo en el ámbito deportivo, sino en una nación, en un continente y en el mundo entero.

Corría el año 1936, el período de mayor turbulencia de la historia de Europa. En aquel tiempo, el Viejo Continente y el mundo entero centraban sus miras en Berlín. También en el plano deportivo, donde tendrían lugar los Juegos Olímpicos, unos Juegos adulterados y teñidos de propaganda nazi; unos Juegos para mostrar al mundo la vitalidad y la superioridad de la gran Alemania de Hitler, apoyada en su mayoría por los pesos pesados del COI y del resto de organizadores olímpicos. La finalidad de estos Juegos no era otra que mostrar al mundo la superioridad de una raza definitiva de superhombres: la raza aria. Pero las ambiciosas aspiraciones de Hitler se vieron duramente trastocadas con la presencia de un atleta irrepetible, una de los que marcan época, el mejor de su tiempo. Jesse Owens arribó en Berlín como el héroe de los Estados Unidos paradójicamente, era el héroe de una nación caracterizada por su gran segregación racial–, título que se había ganado un año antes en las pruebas universitarias, en las que batió tres récords mundiales (salto de longitud, 200 metros y 220 yardas vallas) e igualó otro (100 yardas) en menos de una hora. Sin lugar a dudas, era el rival a batir por el Imperio nazi. Pero Jesse Owens era imbatible. Logró cuatro oros: 100 metros lisos, 200 metros lisos, 4 x 100 metros lisos, y su victoria más impresionante, la que alcanzó en salto de longitud.

No lo tuvo fácil en la prueba de salto. En las rondas previas, le fueron contabilizados como nulos sus dos primeros saltos –probablemente forzados por los jueces de la competición, que querían evitar una nueva victoria de un atleta negro –, obligándole a realizar un último salto que superara la marca mínima establecida. En frente tenía a un rival excepcional, un poderoso atleta alemán llamado Luz Long. Alto, rubio y de ojos azules, representaba el ideal del atleta ario; altamente deportivo y gran admirador de Owens, personificaba el espíritu olímpico. Fue por eso que ante los problemas que tenía su ídolo, se acercó a él, lo tranquilizó y le aconsejó que no arriesgara tanto en el salto. Hay se inició una amistad que superó cualquier ideología política, y que duró hasta la muerte de Long en el frente, en 1943. Jesse le hizo caso, y superó sin problemas la prueba. Finalmente se verían en la gran final, una final que se convirtió en un acontecimiento sin precedentes.

Tras los cinco primeros saltos, Long y Owens llegaron empatados, con una marca de 7’87 metros, pero Long se situó en cabeza al poseer una segunda marca superior a la de Owens, con 7’84 metros. En ese momento, la prueba se trasladó a la zona situada junto al palco presidencial, a la vez que el resto quedaron aplazadas por orden expresa del Führer, en una decisión de la que probablemente se arrepintió durante el resto de sus días. Porque Jesse Owens es uno de los atletas más importantes de la historia, y como tal, es capaz de vencer en cualquier escenario, también en las situaciones más adversas, por eso se desmarcó con un salto de 7’94 metros, que sorprendió sobremanera a su rival. Tanto fue así, que su siguiente salto fue un nulo. Owens había ganado; el Reich había perdido. Pero no sólo lo derrotó, sino que lo humilló al marcar 8’06 metros en el último salto, récord olímpico que perduró veinticuatro años. Hitler entró en cólera: un negro le había humillado en su propia casa. La supremacía aria se derrumbaba.


Cuenta la leyenda, que Hitler abandonó el estadio hecho una furia y negó el saludo a Owens. Pero según cuenta el propio héroe de tal hazaña, la historia no fue así. El Führer sí que le saludó y él le devolvió el saludo. Es más, cuenta que no se sintió humillado por Hitler. La mayor humillación la sufrió poco después. Fue expulsado del equipo olímpico por el COI por motivos poco claros, y a su llegada a su país nadie fue a recibirlo. Se negó a ello el presidente Roosevelt, enfrascado en el proceso electoral, ante la reacción que provocaría en el sector sureño del país, altamente segregacionista. Pocos años antes de su muerte, recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, pero ya era demasiado tarde. Sin embargo, su hazaña en Berlín puso la primera piedra contra la segregación racial.

PabloG.

miércoles, 11 de julio de 2012

"¡Iniesta!, ¡Iniesta!"


Después de lo visto en esta pasada Eurocopa, no ha quedado lugar a dudas. Ni Messi, ni Ronaldo, ni nada que se le parezca. Iniesta, ese es el nombre que hay que repetir en un campo de fútbol cuando el objetivo sea hacer que algún futbolista se sienta inferior, porque sin lugar a dudas, el de Fuentealbilla no admite comparaciones con el resto. Y eso se lo ha ganado dentro del campo, donde su regate de seda y su privilegiada visión de juego le han hecho elevarse como la gran referencia de la selección española, la campeona del mundo y bicampeona de Europa. Andrés no necesita proclamarse como el mejor en las ruedas de prensa, así como tampoco necesita acordarse de otros futbolistas que no están –salvo si es para ensalzar su figura–, porque como él mismo dice, no juega para ganar Balones de Oro, juega porque este deporte es lo que le apasiona, lo que le llena realmente. No quiere que los focos le apunten, ni que los periodistas le acosen, tan sólo quiere un balón pegado a su pie para llevar a cabo sus fantasías, esas que únicamente él es capaz de imaginar. Y de llevar a cabo, lo que es aún más difícil.

Mucho se ha hablado sobre él: unos dicen que se parece al mejor Laudrup; otros al mejor Zidane. Puede ser que ambas corrientes lleven su parte de razón, pero a mí a lo único que me recuerda Iniesta cuando toma la pelota es al fútbol. Al mejor, para ser más concretos. Y es que como una imagen vale más que mil palabras, la de Iniesta rodeado de jugadores italianos, al más puro estilo de Oliver Atom, define la superioridad que muestra actualmente en Europa y, probablemente, en el mundo. Una vez que toma contacto con el cuero, es imparable. De nada sirvieron los férreos marcajes que le impusieron todos y cada uno de los seleccionadores rivales durante la Eurocopa, Andrés los derribó sin esfuerzo aparente. Especialmente llamativo fue el caso del partido frente a Francia, en el que Blanc pareció haber encontrado el antídoto a la “Iniestitis” al colocar una doble marca en la banda derecha, inspirado en aquella Croacia combativa que se hartó de nadar para morir en la orilla, curiosamente también por culpa de Andrés. Pero sólo duró diecinueve minutos, lo que tardó el ‘6’ en filtrar un pase al hueco para que Alba hiciera diabluras por la línea de fondo. Ahí el fútbol comprendió la grandeza del hombre silencioso, justamente nombrado MVP de la Euro 2012.

Pero como todas las grandes historias, esta no tuvo un comienzo fácil. Debutó pronto en el Barcelona de la mano de Van Gaal, y fue alternando encuentros con el primer equipo y con el filial hasta que por fin dio el salto a la primera plantilla. Tan sólo hubo un único pero: aquel Barça no era el Barça perdedor que había sido durante los últimos años. Y lo que es peor, había un futbolista que le cerraba el paso hacía la titularidad, el portugués Deco. A pesar de ello, la calidad de Iniesta se fue imponiendo poco a poco hasta convertirse en un jugador imprescindible para la plantilla, a pesar de no ser titular, y los títulos se fueron sucediendo. El talento de Andrés era innegable, pero se le achacaba una a veces preocupante falta de gol. Y nadie en ese momento se paró a pensar la soberana estupidez que se estaba diciendo, porque Iniesta no es un futbolista que garantice veinte goles por temporada, no lo necesita. Pero eso no quiere decir que no posea el don de los grandes goleadores: el de marcar los goles más decisivos. La primera muestra la dejó la tarde-noche del seis de mayo en Stamford Bridge, al culminar una jugada fraguada con el último aliento de un Barcelona superior que se veía frenado por la muralla azul. Pero cuando todo parecía perdido, apareció un rayo de luz surgido de la bota de Andrés al que nada pudo responder Cech. Ese gol fue sin duda uno de los más importantes de la historia del Barcelona, que lograba la final, podía seguir optando al triplete, y, sobre todo, dejaba atrás el tormentoso final de la era Rijkaard para siempre. Pero esto tan sólo fue un anticipo de lo que la historia le tenía reservado al bueno de Iniesta, tal día como hoy hace dos años. Esta vez no fue el Barça, sino España; no fueron las semifinales de la Champions, sino la final de un Mundial. Pero la hazaña, fue la misma, y el escenario, similar. España se veía asfixiada ante una Holanda que sólo podía pegar ante el vendaval futbolístico que tenía enfrente. La impotencia cada vez se hacía más evidente, acrecentada con lo escasos minutos que le quedaban a la prórroga. España se tendría que jugar a la lotería lo que había merecido con esfuerzo y sacrificio. Pero entonces, una contra iniciada por Torres llegó a los pies de Cesc, que se la cedió a Iniesta para que pusiese su firma a la final. Andrés reventó el balón. Le pegó con el alma. Con la suya, con la de Jarque, con la de Puerta, con la de todos los españoles. Y ese disparo se hizo imparable y le hizo elevarse a la categoría de mito, acrecentado por su dedicatoria a su fallecido “hermano” Dani. Allí estaba Andrés, regalándole a su amigo el gol más importante de su vida, el más importante de la historia de España, uno de los más importantes de la historia del fútbol. Iniesta mostraba al fútbol y al mundo que se puede ser grande sin perder los valores fundamentales de las personas humildes, daba una lección maestra con un simple gesto.


Andrés, ya sabemos que tú no necesitas el estímulo de los Balones de Oro para rendir como el mejor, para hacernos vibrar cada vez que te vistes de corto, pero haznos caso, éste te lo mereces como el que más. Te lo mereces por tu honradez, por tu entrega y tu sacrificio; por tu talento, tu calidad y tu percepción del juego. Se lo merece España. Se lo merece el fútbol. Más que nada, porque eres inigualable.

PabloG.

martes, 3 de julio de 2012

Única, Irrepetible e Inimitable


Después de el recital exhibido la pasada noche, la Selección Española entró en el olimpo de las selecciones de la historia del fútbol al lograr encadenar la Eurocopa 2008, el Mundial 2010 y la Eurocopa 2012, lo que la convirtió en la mejor de todos los tiempos. Pero no queda ahí la épica hazaña de este fantástico grupo de jugadores que hace soñar a todos los aficionados al fútbol, y a los españoles en particular, tan sólo con saltar al césped.

La verdadera hazaña de este bloque radica en que ha logrado hacer de una forma de juego un estilo propio, arraigado en el subconsciente de todos y cada uno de ellos, un sello de identidad que muchos intentan imitar pero que nadie consigue plasmar al cien por cien. Como muestra tenemos a la Alemania de 2010 y o la Italia de la final, dos auténticos equipazos basados en una filosofía similar a la española pero que no pudieron superar al original, siendo derrotados, e incluso humillados en el último caso. ¿Que a qué se debe este fracaso? La respuesta es sencilla: puedes tener un Özil y un Schweinsteiger, un Pirlo y un Montolivo que jueguen de maravilla, pero jamás tendrás a un Xavi y un Iniesta que te muevan a tu equipo y al rival como les venga en gana. No, eso es imposible. Estos hombres son únicos, y por suerte, españoles.

Pero, seguramente conscientes de que jamás alcanzarían la excelencia en el juego que tiene La Roja, desde estos países se ha criticado a la Selección diciendo que le falta profundidad y que su juego era aburrido, en un intento de ensalzar el espíritu nacional aún a sabiendas de que eran inferiores cualitativamente. Como los números están ahí para consultarlos y dar la razón al que la lleva, estos me dicen que España es la más goleadora, la menos goleada y la que más posesión ha tenido de toda la Eurocopa. Pero no queda ahí la cosa, a pesar de no jugar con un nueve titular fijo y de los experimentos de los falsos nueves, etc., España puede decir orgullosa que cuenta en sus filas con el máximo goleador de la Eurocopa. Ni Ronaldo, ni Ibrahimovic, ni Balotelli, ni Gómez, al final el pichichi fue un hombre muy criticado y en el que muy pocos creían, Fernando Torres. Y volviendo al tema del aburrimiento, ¿algún aficionado al fútbol que se precie puede decir que esta final de la Eurocopa fue aburrida? España y Xavi dieron un recital pocas veces visto, una lección magistral de cómo aunar belleza y efectividad en un mismo estilo.

Como ya he comentado antes, ahora esta selección está considerada como la mejor selección de la historia del fútbol en base a los títulos obtenidos. En mi opinión, a los títulos sólo hay que darles el valor que tienen. Bien es cierto que es muy difícil encadenar tres torneos importantes en cuatro años, de hecho es la primera vez que se consigue, pero tampoco me parece justo que se juzgue a una selección exclusivamente por lo que ha logrado. Ahí tenemos a un auténtico mito como la “Naranja Mecánica”, aquella del “Fútbol Total”, que lo único que ganó fueron tres disgustos, dos en las finales de los mundiales de 1974 y 1978, y uno intermedio en las semifinales de la Eurocopa de 1976, pero que sin embargo está situada a la altura de otras como el Brasil del 70, la Argentina del “Pelusa” o la Alemania de Beckenbauer. Sería absurdo entrar a una comparación directa entre estas grandes selecciones y la España actual debido a las diferentes épocas, pero sí que veo una ligera aunque importante diferencia con respecto a ellas. ¿Qué hubiera sido de la Alemania del Kaiser sin el Kaiser? ¿Y de la Argentina de Maradona sin Maradona? ¿Y del Brasil del 70 sin Pelé? Nunca lo sabremos, pero lo que es seguro es que su nivel se vería rebajado considerablemente. La diferencia es que España no depende de un único futbolista, depende del bloque. Sin ir más lejos, en esta Eurocopa se ha presentado sin dos pilares fundamentales, su líder dentro del campo, Carles Puyol, y el máximo goleador de la historia de la Selección, David Villa. Se dice pronto, pero para cualquier equipo estas bajas hubieran supuesto un adiós definitivo al campeonato. Para cualquier equipo menos para España. Porque incluso sin que Xavi mostrara su verdadero nivel hasta la final, ha ido pasando de ronda con autoridad y brillantez, aunque no por todos apreciada. Y es que cuando no es Iniesta, es Silva; cuando no es Silva, es Alonso; cuando no es Alonso, es Torres… Cualquiera de los veintitrés jugadores que forman esta selección es capaz de decidir un encuentro en el momento menos esperado. Esa es la diferencia de un equipo que ha sabido restructurarse y suplir bajas de vital importancia como las de Marchena, Capdevila o Senna con jugadores de un nivel incluso superior como Piqué, Jordi Alba o Busquets.

Y ya dejando a un lado lo estrictamente futbolístico, lo mejor que tiene este equipo son sus valores humanos, unos valores que no son una mera pose, y que muestran al mundo porque les salen de dentro. ¿A quién no le emocionó ver a Torres, con el trofeo de máximo goleador en juego, regalarle el último gol de la final a su amigo y mayor apoyo en esta durísima temporada en el Chelsea, Juan Mata? Bien, pues esto es sólo un pedazo de esos valores que menciono, también hay otros como el recuerdo a los que ya no están en la camiseta de Cesc, el querer ganar hasta el último minuto en el partido frente a Croacia cuando ya no nos jugábamos nada, la camiseta que sacó Iniesta cuando metió el gol más importante de su vida, y un largo etcétera que sería imposible de enumerar aquí. Es por estos valores, por el juego, por el bloque, por el espíritu de superación, por el compañerismo, por las ganas de ganar, que esta selección es única, irrepetible e inimitable.

PabloG.

lunes, 2 de julio de 2012

Final de la UEFA Euro 2012 España - Italia


Los mejores de la Historia

Llegó la hora del partido más importante del año, ya no había vuelta atrás: era la hora de entrar en la historia por la puerta grande o quedarse llorando a las puertas de ella, y España e Italia lo sabían, por eso se dejarían todo en el césped.

El partido fue uno de esos que con el paso del tiempo aumentarán su leyenda, porque nunca se vio a un equipo de fútbol dar un recital tan soberbio en un escenario de tal magnitud y ante un rival de tanta entidad. En el momento que Iniesta y, sobre todo Xavi comenzaron a tomar el timón del juego de La Roja, Italia sólo pudo correr detrás del balón y seguir atentamente con la mirada los movimientos de los jugadores españoles. Esta aplastante superioridad pronto se vio recompensada con un tanto que ponía la final de cara para los de del Bosque, cuando Iniesta se inventó un pase magistral para Cesc que el catalán llevó a línea de fondo para ponérsela en la cabeza a Silva en el área pequeña, que no desaprovechó la oportunidad de poner más cerca el campeonato. Tras el tanto español, la Azzurra trató de reaccionar y puso en algún aprieto a La Roja, pero Cassano, Balotelli, Pirlo y compañía siempre se toparon con un Casillas que hizo aún más grande su leyenda y puso los cimientos para que sus compañeros se exhibieran comandados por la exquisitez del “trascendente” Xavi Hernández, que mostró su mejor nivel en el mejor momento posible. Y para muestra un botón, porque mientras Jordi Alba se pegaba una galopada desde el centro del campo hasta la espalda de la defensa italiana, Xavi iba dibujando en su cabeza la trayectoria del pase que culminaría en el segundo tanto español que dejaría la final prácticamente vista para sentencia a falta de cinco minutos para el descanso. Italia, que para ese entonces ya había tenido que retirar a Chiellini por lesión, se veía maniatada.


En la segunda mitad, Prandelli decidió dar entrada a Di Natale por Cassano con el fin de darle mayor mordiente ofensiva a su equipo, y la verdad es que Italia limpió un poco su imagen durante los primeros compases, sobre todo con un remate del propio Di Natale a centro de Abate que se marchó alto, pero pronto volvió a imponerse el dominio español. Ayer no se vio ni a Pirlo, ni a Montolivo, ni el nuevo juego italiano. Nada, excepto a la vieja Azzurra corriendo persiguiendo sombras pero sin el carácter defensivo que siempre ha caracterizado a la selección transalpina, y el más claro ejemplo fue un fabuloso eslalon de Cesc dentro del área en el que sentó a Balzaretti y Bonucci y que sólo pudo salvar Buffon. Esta superioridad de La Roja pudo ser recompensada con un nuevo tanto, pero el colegiado Pedro Proença se equivocó al no señalar un claro penalti por manos de Bonucci dentro del área tras un remate de Ramos.


Prandelli quiso agotar su último cambio para dar entrada a Motta por el cansado Montolivo, a la vez que del Bosque sacó al terreno de juego a Pedro por Silva, pero lo que no sabía el técnico italiano es que el jugador del PSG se iba a romper a los cinco minutos de salir al campo e iba a dejar a su selección con diez hombres a falta de treinta minutos con un dos a cero en contra. Fue entonces cuando los italianos bajaron los brazos definitivamente y se dejaron llevar por la corriente de juego de España, que aumentó una marcha más en ataque con la entrada de Torres. Tal fue el impacto del fuenlabreño en el juego, que a los diez minutos de entrar marcó el que significó su tercer tanto en la competición, gracias a una inteligente recuperación de Xavi, que transformó en su segunda asistencia magistral del partido. Con Italia fuera del encuentro, del Bosque decidió dar la alternativa a Mata en la competición a falta de cinco minutos para el final, los suficientes para que lograra cerrar la goleada tras un pase al hueco de Busquets para Torres que, solo frente a Buffon y con el máximo goleador en juego, decidió regalárselo a su compañero y amigo Mata, en un gesto que finalmente hizo al delantero del Chelsea alzarse como Bota de Oro del torneo.


Al final, victoria de España con un recital de fútbol insuperable, comandado por la mejor versión de Xavi, cimentado por las vitales paradas de Casillas, y secundado por las brillantes actuaciones del resto de sus compañeros, que sirve para que La Roja se alce de nuevo con el máximo cetro continental y se corone como mejor selección de la historia del fútbol.


ALINEACIONES

España: Casillas; Arbeloa, Ramos, Piqué, Alba; Busquets, Alonso, Xavi, Iniesta (85’ Mata), Silva (58’ Pedro); Cesc (75’ Torres).

Italia: Buffon; Abate, Bonucci, Barzagli, Chiellini (21’ Balzaretti); Pirlo, De Rossi, Marchisio, Montolivo (56’ Motta); Cassano (45’ Di Natale), Balotelli.

PabloG.