Depredador del fútbol. Y presa de unos medios que lo elevan a límites insospechados y lo despedazan a partes iguales. A él no le gusta ni una cosa ni la otra, por eso huye, se evade. Lo hace como mejor sabe: con intensidad y muchos goles. Así es Diego Costa, un prófugo.
Corre. Corre mucho. Salta, choca. Lucha. No descansa, ni aunque el balón sea imposible: él no conoce de eso. Le llamaron duro y sucio en aquellos tiempos en los que saltaba al césped con la chaqueta de cuero como equipación. Hoy lo adoran. Le dedican portadas y titulares a cinco columnas; abre la sección de deporte de los telediarios y ocupa buena parte de las tertulias futboleras. Pero a él no le gustó antes ni le gusta ahora. Por eso corre, salta y pelea cada balón como si fuera el último: es el medio de vida de Diego Costa y, por encima de todo, su pasión.
No es incierto que hubo un tiempo en el que no fue el más deportivo. Pero ahora es otro futbolista. Ha sabido reeducar su temperamento y transformarlo en un intensidad extrema. Ahora se ha convertido en el futbolista más competitivo del mundo y sostiene sobre sus hombros el peso del Atlético de Madrid, huérfano tras la partida de Falcao. Lo hace con goles, ocho goles en siete partidos de liga hasta la fecha. Uno de ellos al Real Madrid en el Bernabéu. Su equipo aspira a romper la bicefalia de la liga. Él tiene mucha culpa.
Sabe que le debe mucho a Simeone, responsable de su explosión y de su cambio. Cuando el argentino era futbolista le pasaba lo mismo que a él: era amado y odiado al mismo tiempo por la prensa, y tampoco le gustaba en absoluto; era intenso, a veces más de la cuenta, pero era un líder. El Cholo ha sabido transmitirle todo lo que aprendió a lo largo de su carrera. Desde fuera del verde comprende que hay cosas que no se pueden permitir. Se lo hizo ver y lo asimiló no sin dificultades. Ahora, una vez que lo ha comprendido, se lo agradece cada vez que sale al campo. Con intensidad, con goles y con liderazgo. Es el alma de este Atleti porque en el fondo tiene algo de Simeone en sus entrañas. Ni Gabi, ni Koke, ni Suárez; Diego Costa es el mejor representante de este equipo.
Sigue corriendo. Y lo hace de manera extraña, porque es muy alto pero sus piernas no son muy largas. Huye de los debates que se crean entorno a su persona. Oye rumores de la selección brasileña, con la que ya jugó un par de amistosos. También de la selección española. En cada periódico, en cada programa programa televisivo o radiofónico se valora esta posibilidad. Por rendimiento no extraña, pero a él no le interesa nada de eso. Sólo la pelota, y lo que tenga que ser será.
No deja de luchar. Ahora los que lo buscan son los rivales. Lo provocan constantemente, le hacen perrerías buscando una respuesta, intentando prender la mecha de la bomba atómica que esconde en su interior. Todo ello fruto de su pasado. Todo por una fama que le persigue y casi no le deja respirar sobre el césped. ¡Con lo bien que juega y los prejuicios con los que se le mira! No lo entiende, pero no cesa.
Se implica cada vez más. Es el primer defensor, el que inicia la presión del Atleti. No le importa tener que replegarse hasta medio campo si su equipo lo necesita. Él trabaja para ellos porque sabe que ellos trabajan para él. El grupo siempre es lo primero, tanto en defensa como en ataque, donde no le importa asociarse con sus acompañantes. Y si hay que partirse la cara, pues se la parte. Lo que sea por ganar. Es lo que más le importa.
Siempre rinde bien, ya sea en estático o al espacio; dentro del área o fuera de ella. Sabe que su labor es finalizar las jugadas que sus compañeros elaboran. Y tiene la responsabilidad de hacerlo bien. Por eso no se amedrenta ante sus rivales y pelea siempre hasta el final. Por eso, casi siempre, acaba en gol, porque su juego es tan puro que el error es casi imposible.
Todavía pelea, salta, choca, brega. Corre. Huye de los focos porque tan sólo quiere jugar. Es lo que mejor sabe hacer.
PabloG.
domingo, 29 de septiembre de 2013
sábado, 28 de septiembre de 2013
La luz de Modric
En
Madrid hay una luz que brilla más que ninguna: es el faro de Luka Modric, que
guía al Real Madrid en cada partido que juega de blanco. El croata es un
mediapunta enorme escondido en el cuerpo de un mediocentro delgadito y ve el
fútbol como nadie en la capital de España.
La
Premier cambia la vida de los futbolistas. Cristiano Ronaldo llegó siendo un
habilidoso extremo y salió como un feroz depredador del área. Gerard Piqué era
un central blandito en defensa y terminó siendo uno de los mejores del mundo en
su posición. Y Luka Modric llegó a Londres como uno de los mediapuntas más
brillantes que han dado los Balcanes y acabó transformado en un centrocampista
finísimo. Ganó en rigor táctico, en precisión y criterio a la hora de pasar, y,
sobre todo, en fútbol.
Desde
el día de su debut se le vio que no era como el resto. Su apariencia era
delicada y frágil, pero su alma era de campeón. Sus cesiones al Zrinjski de
Mostar y al Inter Zapresic son muy recordadas en el mundo indie –en especial la primera, en la que fue nombrado MVP de la
liga bosnia en su primera temporada en la élite–, pero realmente fueron las que
le hicieron futbolista. Modric ganó en coraje y lucha en las duras ligas
exyugoslavas para consolidarse en el Dinamo de Zagreb, su club de origen.
Cuatro temporadas y un nivel espectacular, sobre todo en la última, bastaron
para que Juande Ramos se lo llevara al Tottenham. Tan sólo una temporada antes
ya estuvo a punta de reclutarlo para el Sevilla.
En
Londres, Modric mutó. Y no precisamente a las órdenes de Juande, cuya experiencia
en la Premier fue infausta. Fue Harry Redknapp el que le sacó todo el jugo. Lo
colocó en la base de la jugada para paliar las necesidades creativas del
Tottenham y le dio el peso del equipo. Se encontró con un mediocentro soberbio,
capaz de darle al alocado ritmo del fútbol inglés la pausa necesaria para que
los spurs se impusieran por calidad.
Más
que en uno de los mejores mediocentros del mundo, Luka Modric se transformó en
un pintor. Pintaba unos paisajes futbolísticos preciosos en los que
predominaban el color verde de la hierba y el blanco del balón. Dibujaba
figuras llenas de expresividad y movimiento rematadas con unas pinceladas
preciosas que nacían de su potente y sutil bota derecha. El destino era siempre
la portería rival.
Chelsea
y Real Madrid se enamoraron de él y finalmente aterrizó en la capital de
España. Le llegaba la hora de pintar para la corte. Al público español le costó
comprender su arte pero poco a poco se lo fue metiendo en el bolsillo. Old
Trafford marcó el punto de inflexión. Y es que Luka Modric es un futbolista
diferente al resto. Técnicamente es un prodigio y tácticamente es casi
impecable. Puede descolgarse a la frontal y dar el primer pase de la jugada
arrancando por delante de los centrales. Es capaz de montar el contragolpe en
un pispás y de masticar la jugada con paciencia como es preciso. Todo ello con
una finura impresionante. Ahora está en su salsa: la liga española favorece a
los futbolistas de su talento. Y además tiene el plus de haber aprendido de la
agresividad yugoslava y del ritmo inglés. El cóctel es inmejorable.
Su
misión ahora es conducir a un Real Madrid que se atasca por momentos con el
balón en los pies. No le pesan los galones; sabe que triunfará en su misión
como capitán general del ejército de Carlo Ancelotti. Es el faro merengue y a
medida que pasen los partidos brillará aún con más fuerza. El fútbol lo
idolatra porque él lo trata de maravilla.
PabloG.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Ramsey es la estrella
Mucho
se ha escrito y hablado sobre la importancia que tendrá Özil en el nuevo
proyecto del Arsenal. Mucho, muchísimo. Se presume que será el líder gunner a
partir de ahora. Pero lo cierto es que el jugador que está tirando del carro es
uno del que no se esperaba: Aaron Ramsey.
Pero
¿quién es Aaron Ramsey? Ramsey es un joven futbolista galés que deslumbró a
toda Gran Bretaña en su temporada de debut con el Cardiff City en 2007. Wenger
se enamoró de él, pagó cinco millones de libras y se lo llevo a Londres a la
temporada siguiente, con 17 años recién cumplidos. Su progreso era adecuado y
el “offence-minded Roy Keane” que fichó el alsaciano olía a estrella mundial.
Pero un hecho lo marcó definitivamente: el 27 de febrero de 2010, en el
Britannia Stadium, el defensa del Stoke City Ryan Shawcross se pasó de bruto.
Le destrozó la pierna derecha y a punto estuvo de hacer lo mismo con su
carrera. Doble fractura de tibia y peroné. El mundo se le venía encima.
Nueve
meses más tarde volvió a sentirse futbolista. Volvió a los terrenos de juego
con los reservas del Arsenal. Para completar su recuperación tuvo que salir de
la city cedido en dos ocasiones: la primera con destino Notthingham para formar
parte de la plantilla del mítico Forest; la segunda, de vuelta a casa, Cardiff.
Una
vez recuperó el tono físico y las sensaciones, Wenger volvió a confiar en él.
Pero algo había cambiado en Aaron: su fútbol no era el mismo. Pasó de ser un
proyecto de estrella a un futbolista absolutamente intrascendente en un Arsenal
decadente. Quizá buena culpa de ello la tuvo que el galés no fuera capaz de
tomar el testigo de las estrellas que se marchaban del Emirates. Era un juguete
roto del fútbol, más famoso por esa supuesta maldición que dice que un famoso
muere cuando él marca que por su juego.
Pero
el Ramsey de esta temporada poco tiene que ver con el que se había visto hasta
ahora. Ni con el intrascendente futbolista que se paseaba por los terrenos de
juego con la camiseta del Arsenal, ni con el delicioso mediapunta que se perdió
para siempre sobre el césped del Britannia. Aunque los dos han influido en él
de manera decisiva. Ahora, Ramsey es un futbolista agresivo, con una mentalidad
de hierro y un trabajo físico intachable. Su talento se mantiene casi intacto,
pero ya no es el sustento principal de su juego: ahora su fútbol no se juega
con los pies, sino con la cabeza. Es algo menos brillante y sedoso pero mucho
más efectivo. Ha retrasado su posición para situarse en la base de la jugada,
desde donde explota para devastar las líneas rivales. Futbolista completísimo:
el primero en ejercer la presión en el centro del campo, roba una buena
cantidad de pelotas, inicia la jugada y la conduce, y se asoma al área con
frecuencia y acierto. Sus números esta temporada son impresionantes: seis goles
y una asistencia en siete partidos entre Premier y Champions.
Ramsey
ha sabido sacar partido de las desgracias. Ahora tiene una mentalidad a prueba
de bombas que se manifiesta en forma de liderazgo en el verde y que contagia a
todos sus compañeros. Si alguien quiere buscar una explicación al cambio en la
forma de entender el fútbol del Arsenal esta temporada, contundente y agresivo
durante los noventa minutos, debe observar atentamente cada movimiento del
galés. Es la base del proyecto porque Ramsey siempre fue Arsenal y el Arsenal
siempre fue Ramsey. Desde el día que salió de Cardiff con pinta de gran
pelotero hasta hoy que verdaderamente muestra ser una especie de Roy Keane con
mentalidad ofensiva. Y los gunners merecen comer los frutos que hoy recogen: en
el momento más duro de su carrera, cuando el chico estaba tan destrozado como
su pierna y la fecha de su reaparición era un misterio, apostaron por renovarlo
en un gesto de fe. Deben felicitarse en las oficinas del club (sobre todo
Wenger, su gran valedor): tienen un futbolista increíble.
PabloG.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
Gerard Piqué, principio y fin de una filosofía
No hay un
futbolista más apto para el Barça que él. Ni Xavi, ni Iniesta, ni Messi. Ni siquiera
Guardiola representaba tanto a un estilo como él lo hace. Es el principio y,
muchas veces, el fin de la jugada. Es talento puro. Es el que da sentido al
juego. Es, simplemente, Gerard Piqué.
La última
temporada que estuvo a las órdenes de Guardiola no lo pasó bien: se le criticó
por ser defensivamente blando, lento y por no estar implicado con el equipo. No
se rindió. Ya el año pasado, con Tito a los mandos del bólido culé, la cosa fue
distinta. Intermitentemente volvió a ser a ese Piqué que asombró al mundo
durante la campaña del triplete. Ese central elegante y majestuoso con el balón
en los pies con un altísimo coeficiente intelectual futbolístico para corregir
los fallos de sus compañeros y desmontar los ataques rivales. Pero ese era el
problema: aparecía a ratos.
Este año,
sin embargo, parece más maduro. Sin lugar a dudas se siente mucho más cómodo
dentro del sistema de presiones altas y defensas fuertes que propone el Tata.
Se siente de nuevo el jefe. Ordena, corrige y, sobre todo, inicia.
Su técnica
depuradísima le permite ser impecable en la salida de balón y encender la
maquinaria azulgrana. No duda, no le tiembla el pulso. Prioriza el pase corto:
en vertical buscando a Busquets; en horizontal buscando a Mascherano, su pareja
de baile más habitual en los últimos tiempos. Y cuando lanza en largo es
peligro seguro. Es más, reclamaba esta semana tener más libertad para hacerlo
al decir que el Barça se estaba convirtiendo en esclavo del tiki taka. Porque Piqué, que es
inteligente, sabe que jugar en largo no es perder la esencia. De hecho, en
aquella explosión de fútbol que fue el Barça de Cruyff, un recurso recurrente
era el guante en la pierna derecha de Koeman.
Y es que
aunque Piqué es cruyffista, tuvo que hacerse hombre en Inglaterra. Cuando llegó
a Manchester como una de las mayores promesas de la cantera barcelonista se dio
cuenta que poco o nada de lo aprendido le iba a servir allí. Él mismo reconoció
posteriormente ser “una madre” defendiendo. Y no exageraba. A Ferguson le costó
cielo y tierra hacerlo a la Premier y a Europa y ni siquiera en su plenitud fue
de sus predilectos. En cierto modo, era normal. Demasiado fino para las islas,
demasiado elegante para un fútbol tan brutal.
Regresó a
Barcelona y Guardiola lo puso en órbita. Se hizo dueño del primer pase y llevó
a ese glorioso equipo a la eternidad a pulso con el resto de sus compañeros.
Todo ello antes de que la crítica se le echara encima. Una crítica que quizá no
tuvo en cuenta una cosa: el ojo humano se acostumbra demasiado pronto a lo
bueno. Si Piqué no hubiera aterrizado en Barcelona con tantísimo brillo no se
le hubiera despedazado como se hizo. Pero es fuerte, y contextualizado
correctamente de nuevo lo está demostrando. Aún es pronto para hacer grandes
valoraciones, pero Piqué está en la senda de ser lo que fue. Con un pase corto
soberbio y un pase largo perfecto. Rápido otra vez y bien colocado siempre. Hoy
volvió a marcar porque tiene alma de delantero. Que no se olvide: es principio
y fin. Es la esencia de la filosofía culé.
PabloG.
martes, 17 de septiembre de 2013
El elegido
Está
tocado con una varita mágica. Probablemente lo que ha hecho hoy ya lo había
pensado cuando era alevín y jugaba en el Benamiel. Sus compañeros lo buscan. Lo
miran y lo saben. Son conscientes de que Isco domina la jugada antes de que se
produzca. No tiene otra explicación. Ese talento es pura fantasía. Pero aunque
no lo parezca, es real. El niño que creció jugando con sus amigos vestido de
amarillo se adueñará del fútbol vestido de blanco. Hoy, aunque de azul, dio un
paso de gigante: demostró que Europa es su territorio.
No
todo lo lleva en los genes: ese niño que empezó pateando un balón en la Calle
Las Flores de Arroyo de la Miel se ha hecho hombre a base de trabajo duro y
muchos palos. Pero ha sabido sacar siempre lo mejor de cada dificultad que le
ha planteado la vida para mejorar día a día. Primero fue su traumática marcha a
Valencia, alejado de sus padres. Luego, la falta de confianza que tenía Emery
en él, que no lo veía preparado. Después tuvo que hacerse cargo de un Málaga en
descomposición. Y ese cóctel de situaciones complicadas sabe ahora a futbolista
completísimo. Su gol demuestra un claro dominio de la parte técnica del juego;
su primera asistencia, de la parte táctica, siempre bien situado; la segunda
pone de manifiesto que Isco, aparte de tremendo con y sin balón, es listo y
pillo, algo indispensable para ser un gran futbolista.
Pellegrini
terminó de dorar a uno de los mayores talentos de las categorías inferiores de
la selección española. Tuvo paciencia, lo contextualizó correctamente –primero
con Cazorla a su lado, después sin él– y lo exprimió al máximo. Le hizo
comprender el fútbol, darle al juego el ritmo que él deseara. Le puso a sus
pies un equipo de futbolistas de categoría para que bailaran al son del futuro
rey del fútbol. Y el muchacho, que no es desagradecido, se lo devolvió con
actuaciones memorables y muchos gritos de gol. Porque esa es la gran diferencia
entre Isco y el resto de los grandes centrocampistas españoles: su cuota de
goles es altísima.
Buena
culpa de ello tiene su poderoso tren inferior, como hoy demostró en el primer
gol. Rápido en el control, resistió perfectamente el choque para enfilar a
Muslera. Un movimiento soberbio que define el ADN de un futbolista hecho para
elaborar y para definir. Isco va más allá del mediapunta endeble y fino que no
se mueve del sitio para hacer jugar al equipo. Es dinámico, activo y atractivo.
Mientras más área pisa, más se crece. Allí se siente el rey. Uno, dos toques, y
gol. Simple y efectivo. Y ese movimiento de piernas extraño que recuerda a
Romario.
Hoy,
sobre el suelo de la ciudad situada entre dos continentes, Isco dio un clínic
de fútbol. Asistió y goleó; jugó e hizo jugar. Cualquiera que lo buscaba lo
encontraba. Y él se encargaba de hacer buena la sociedad. Se alió con Cristiano
Ronaldo, con Benzema, con Modric, con Di María. Y ninguno salió defraudado. Se
marchó antes de que acabara el partido porque tenía que entrar el otro fútbol,
ese que representan Gareth Bale y su astronómico fichaje, pero antes allanó el
camino para que el Madrid tomara Estambul con el estandarte goleador de un
delantero portugués que es una bestia. Pero sobre todo dejó clara una cosa: es
el elegido.
PabloG.
Peces y cañas
Este artículo no se publica
hoy por casualidad. Lo pude hacer ayer, pero hubiera sido absurdo. ¿El motivo?
Una cuestión muy simple: nadie hubiera prestado ni la más mínima atención a un
texto que critica a un equipo que ha humillado a su rival endosándole un
contundente 5-0. Hoy, una vez pasada la tormenta, espero que se le preste un
poco de atención. Porque no, no es oro todo lo que reluce. Definitivamente no.
El Málaga, por fases, no me gustó un pelo.
La seña de identidad del equipo que entrenaba Manuel
Pellegrini la temporada pasada era un ataque posicional exquisito. El Málaga
era un ciclón con el balón en los pies. Lo movía de un lado a otro, encontraba
los espacios ocultos y desangraba al rival. La mayoría de las veces estos
espacios llegaban por banda, donde los laterales llegaban hasta línea de fondo
y desmontaban el entramado defensivo del rival. Pero lo que diferenciaba a ese
Málaga del resto de equipos de la liga española y probablemente también de
Europa era su intercambio de posiciones. El balón rodaba, y al mismo tiempo se
producía el desorden a partir de la línea de tres cuartos de campo. Un desorden
ordenado, claro. Y altamente productivo.
Ahora la situación ha cambiado: Pellegrini se ha ido,
y con él los grandes peloteros. Han llegado Schuster y otra clase de jugadores.
Y aunque el alemán dijo en su presentación que su idea del fútbol no se
encuentra muy lejos de la de Pellegrini, es lógico que haya variaciones. Más
que nada porque el Málaga ha cambiado su plantilla de arriba abajo. Pero lo que
no concibo es lo que se vio contra al Rayo. El Málaga se basó exclusivamente en
los balones largos cuando le tocaba proponer fútbol. Hubo ratos en los que lo
único que diferenció al Málaga de Schuster con el Stoke City de Pulis fueron
los saques de banda: en La Rosaleda se hacían en corto.
Los hombres de Paco
Jémez tienen bien aprendida la lección: tocar, tocar y tocar. Es de admirar que
un equipo tan humilde sea tan valiente. Incluso se atreven con la salida
lavolpiana. Es decir, sacar el balón desde atrás con los centrales bien
abiertos, incrustando al medicentro entre ellos y abriendo mucho a los
laterales, que se sitúan a la altura de la línea central. Esta peculiar manera
de iniciar la jugada la desarrolló el argentino Lavolpe, sobre todo, en la
selección mexicana que disputó el Mundial de Alemania en 2006, de ahí el
nombre. Su realización es tremendamente dificultosa y arriesgada, pero si sale
bien no hay mejor forma de dominar al rival, porque abre huecos por todos
lados. Un ejemplo de su dificultad es que al Bayern de Guardiola le está
costando un mundo asimilarla. Sin embargo, el Rayo la hace de maravilla.
En la Rosaleda, Galvez y Galeano (después Arbilla) se
abrían y Tito y Nacho ganaban la línea divisoria. En medio de los centrales se
situaba Saúl Ñíguez, dueño y señor del encuentro durante la primera parte. El
canterano atlético desquició a un Málaga que nunca supo leer ese inicio de la
jugada. El Hamdaoui iba a presionar a los centrales y Sergi Darder se veía
obligado a seguir a Saúl. El problema: esto hacía que Trashorras se quedara
solo en el centro del campo, con lo que ello implica. La mala lectura de esta
jugada, que se repitió cada vez que el Rayo arrancaba desde atrás, provocó que
los franjirrojos bailaran al Málaga durante buena parte de la primera mitad.
El Málaga, sin embargo, basó el partido en su
efectividad. Con balones en largo o enlazando a la contra (ahí pocos equipos
están a su altura) pudo plantarse varias veces frente a la portería de Rubén y
perdonó pocas de ellas. Consiguió con goles lo que no pudo hacer con fútbol.
Pero ¿qué pasará cuando esos balones no entren, cuando esas ocasiones (que
fueron más porque los vallecanos defienden de manera calamitosa) tarden y
tarden en llegar? El partido dejó clara una cosa: Schuster le da a su equipo un
cubo de pescado en forma de buenos futbolistas; Paco Jémez, en cambio, les da
una caña.
PabloG.
jueves, 5 de septiembre de 2013
El Mago de Öz
Arsène
inició en julio un viaje que llevaba preparando desde el pasado invierno más o
menos. Siempre supo que no iba a ser un viaje agradable. Los objetivos eran
claros: otorgarle a la plantilla un cerebro en forma de líder, corazón
competitivo y coraje para ser determinante dentro del área rival. Sufrió más de
la cuenta durante la travesía; pasó más penurias de las esperadas para cerrar
el plantel. Cada revés era más doloroso que el anterior porque el tiempo se
agotaba. Y de repente, con el tiempo encima, llegó a su destino. Frente a él
estaba el Mago. Entonces Arsène miró atrás y valoró el camino. Comprobó que la
vuelta de Ramsey era más que satisfactoria. No obstante, hasta ese momento
estaba siendo el alma del equipo rindiendo a un nivel excelente. También se dio
cuenta de que el regreso de Flamini al Emirates había inyectado mala leche al
medio campo gunner y que Giroud se
había convertido en un cañón de alta fiabilidad. Fue en ese momento cuando
Arsène se saltó el guión, se lió la manta a la cabeza, le pegó una patada a la
obra de L. Frank Baum y se llevó al Mago de Öz bajo el brazo.
La
llegada de Mesut Özil es algo más que el fichaje de un futbolista por un equipo
de fútbol: es un estímulo para una masa social desesperada y un rayo de luz
para una plantilla necesitada de talento. Supone la primera incorporación en
años de un futbolista de primer orden mundial en su momento de madurez. Todavía
más: ficha a un jugador que era héroe del Real Madrid hasta el último día de mercado,
un mediapunta capaz de repartir 85 asistencias de gol en sus tres temporadas de
blanco. Quizá no fuera la posición que más urgía reforzar al Arsenal. O quizá
sí, porque en el fútbol que propone Wenger valen más cinco centrocampistas
creativos que un delantero eficaz mal conectado. Lo que está fuera de toda duda
es que a Londres ha llegado una estrella mundial cuando menos optimistas eran
las predicciones. Y eso siempre se agradece. Siempre.
Mucho
se ha hablado y escrito sobre cuál sería su disposición ideal dentro del
esquema de Wenger. Bueno, más que la suya, la de sus compañeros, porque si hay
algo claro en este mundo es que Özil es un ‘10’ al uso. Su posición, por sus
condiciones y por su talento es innegociable. La solución para radicar en un
4-3-3 en el que Cazorla aparezca como falso extremo izquierdo para aportar en
la creación y dar amplitud al campo cuando sea necesario. En el otro lado
Walcott, el futbolista más determinante de la plantilla, seguirá siendo un
puñal. Y por detrás, para poner orden en la jugada y aportar el equilibrio
necesario a un equipo tan peculiar tácticamente como el Arsenal, cuatro
jugadores muy diferentes entre sí.
Wilshere
es talento, lo más parecido al centrocampista inglés perfecto: cerebral con el
balón, temperamental sin él y agresivo siempre. En definitiva, la mejor
representación de la idiosincrasia del fútbol de las islas. Después está
Arteta, más pausado y más disciplinado como buen mediocentro español. Su
claridad en el pase, así como su buen posicionamiento, son únicos en esta
plantilla. Luego está Flamini, que vuelve a casa después de una fatal
experiencia en Milan que a punto estuvo de costarle la carrera. Y digo a punto
porque volverá a resurgir en Londres de la mano de Wenger. Como ya se ha
apuntado anteriormente es el corazón competitivo del equipo, el hombre
diferente de ese centro del campo que aporta más lucha que otra cosa. Pero de
la buena. Entre ellos tendrán que repartirse los minutos, porque lo único
cierto es que Ramsey será indiscutible si continúa a este nivel.
El príncipe
galés ha virado en bandido,
y ahora se ha convertido en un interior de muchísimos quilates. Se implica en
defensa como el que más, asume sus labores tácticas con disciplina y construye
con talento las ofensivas de su equipo. En definitiva, ha recuperado el nivel
que Shawcross destrozó en el Britannia
Stadium pero ahora es un futbolista mucho más completo. Tanto
que en lo (poco) que llevamos de temporada está siendo con diferencia el mejor
del Arsenal. Este nuevo Arsenal, de Özil o de quien sea, debe construirse sobre los cimientos de Ramsey. Y la sociedad que formen el galés y el
alemán será la que trace el camino de los gunners.
Y
mientras tanto, Giroud se frota las manos. Sabe que es el gran beneficiado de
este mercado de fichajes. No le han traído ningún delantero capaz de pelearle
el puesto y sin embargo ha llegado a Londres el mejor escudero que podía
desear. Todo se lo ha ganado en el campo, que conste. Pero él como el resto de
la afición del Arsenal sabe que lo de Özil no es una operación más. No por nada
es la más cara de la historia del club, triplicando a su antecesora. La nación gunner es consciente de que Özil
supondrá un cambio radical en la plantilla y en el club, como también es
consciente de que con Özil sólo no basta. Pero es un buen comienzo. Un
grandísimo comienzo, más bien. Y el alemán, como el Mago de Oz primero en papel
y después en la pantalla, les hará ver que todo estaba en sus mentes. Que no
son tan malos como creen y que pueden ser capaces de hacer algo grande. Sólo
necesitan un empujoncito. Él se lo dará.
PabloG.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)