domingo, 29 de septiembre de 2013

Diego Costa, prófugo

Depredador del fútbol. Y presa de unos medios que lo elevan a límites insospechados y lo despedazan a partes iguales. A él no le gusta ni una cosa ni la otra, por eso huye, se evade. Lo hace como mejor sabe: con intensidad y muchos goles. Así es Diego Costa, un prófugo.



Corre. Corre mucho. Salta, choca. Lucha. No descansa, ni aunque el balón sea imposible: él no conoce de eso. Le llamaron duro y sucio en aquellos tiempos en los que saltaba al césped con la chaqueta de cuero como equipación. Hoy lo adoran. Le dedican portadas y titulares a cinco columnas; abre la sección de deporte de los telediarios y ocupa buena parte de las tertulias futboleras. Pero a él no le gustó antes ni le gusta ahora. Por eso corre, salta y pelea cada balón como si fuera el último: es el medio de vida de Diego Costa y, por encima de todo, su pasión.

No es incierto que hubo un tiempo en el que no fue el más deportivo. Pero ahora es otro futbolista. Ha sabido reeducar su temperamento y transformarlo en un intensidad extrema. Ahora se ha convertido en el futbolista más competitivo del mundo y sostiene sobre sus hombros el peso del Atlético de Madrid, huérfano tras la partida de Falcao. Lo hace con goles, ocho goles en siete partidos de liga hasta la fecha. Uno de ellos al Real Madrid en el Bernabéu. Su equipo aspira a romper la bicefalia de la liga. Él tiene mucha culpa.

Sabe que le debe mucho a Simeone, responsable de su explosión y de su cambio. Cuando el argentino era futbolista le pasaba lo mismo que a él: era amado y odiado al mismo tiempo por la prensa, y tampoco le gustaba en absoluto; era intenso, a veces más de la cuenta, pero era un líder. El Cholo ha sabido transmitirle todo lo que aprendió a lo largo de su carrera. Desde fuera del verde comprende que hay cosas que no se pueden permitir. Se lo hizo ver y lo asimiló no sin dificultades. Ahora, una vez que lo ha comprendido, se lo agradece cada vez que sale al campo. Con intensidad, con goles y con liderazgo. Es el alma de este Atleti porque en el fondo tiene algo de Simeone en sus entrañas. Ni Gabi, ni Koke, ni Suárez; Diego Costa es el mejor representante de este equipo.

Sigue corriendo. Y lo hace de manera extraña, porque es muy alto pero sus piernas no son muy largas. Huye de los debates que se crean entorno a su persona. Oye rumores de la selección brasileña, con la que ya jugó un par de amistosos. También de la selección española. En cada periódico, en cada programa programa televisivo o radiofónico se valora esta posibilidad. Por rendimiento no extraña, pero a él no le interesa nada de eso. Sólo la pelota, y lo que tenga que ser será.

No deja de luchar. Ahora los que lo buscan son los rivales. Lo provocan constantemente, le hacen perrerías buscando una respuesta, intentando prender la mecha de la bomba atómica que esconde en su interior. Todo ello fruto de su pasado. Todo por una fama que le persigue y casi no le deja respirar sobre el césped. ¡Con lo bien que juega y los prejuicios con los que se le mira! No lo entiende, pero no cesa.

Se implica cada vez más. Es el primer defensor, el que inicia la presión del Atleti. No le importa tener que replegarse hasta medio campo si su equipo lo necesita. Él trabaja para ellos porque sabe que ellos trabajan para él. El grupo siempre es lo primero, tanto en defensa como en ataque, donde no le importa asociarse con sus acompañantes. Y si hay que partirse la cara, pues se la parte. Lo que sea por ganar. Es lo que más le importa.

Siempre rinde bien, ya sea en estático o al espacio; dentro del área o fuera de ella. Sabe que su labor es finalizar las jugadas que sus compañeros elaboran. Y tiene la responsabilidad de hacerlo bien. Por eso no se amedrenta ante sus rivales y pelea siempre hasta el final. Por eso, casi siempre, acaba en gol, porque su juego es tan puro que el error es casi imposible.

Todavía pelea, salta, choca, brega. Corre. Huye de los focos porque tan sólo quiere jugar. Es lo que mejor sabe hacer.

PabloG.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La luz de Modric

En Madrid hay una luz que brilla más que ninguna: es el faro de Luka Modric, que guía al Real Madrid en cada partido que juega de blanco. El croata es un mediapunta enorme escondido en el cuerpo de un mediocentro delgadito y ve el fútbol como nadie en la capital de España.


La Premier cambia la vida de los futbolistas. Cristiano Ronaldo llegó siendo un habilidoso extremo y salió como un feroz depredador del área. Gerard Piqué era un central blandito en defensa y terminó siendo uno de los mejores del mundo en su posición. Y Luka Modric llegó a Londres como uno de los mediapuntas más brillantes que han dado los Balcanes y acabó transformado en un centrocampista finísimo. Ganó en rigor táctico, en precisión y criterio a la hora de pasar, y, sobre todo, en fútbol.

Desde el día de su debut se le vio que no era como el resto. Su apariencia era delicada y frágil, pero su alma era de campeón. Sus cesiones al Zrinjski de Mostar y al Inter Zapresic son muy recordadas en el mundo indie –en especial la primera, en la que fue nombrado MVP de la liga bosnia en su primera temporada en la élite–, pero realmente fueron las que le hicieron futbolista. Modric ganó en coraje y lucha en las duras ligas exyugoslavas para consolidarse en el Dinamo de Zagreb, su club de origen. Cuatro temporadas y un nivel espectacular, sobre todo en la última, bastaron para que Juande Ramos se lo llevara al Tottenham. Tan sólo una temporada antes ya estuvo a punta de reclutarlo para el Sevilla.

En Londres, Modric mutó. Y no precisamente a las órdenes de Juande, cuya experiencia en la Premier fue infausta. Fue Harry Redknapp el que le sacó todo el jugo. Lo colocó en la base de la jugada para paliar las necesidades creativas del Tottenham y le dio el peso del equipo. Se encontró con un mediocentro soberbio, capaz de darle al alocado ritmo del fútbol inglés la pausa necesaria para que los spurs se impusieran por calidad.

Más que en uno de los mejores mediocentros del mundo, Luka Modric se transformó en un pintor. Pintaba unos paisajes futbolísticos preciosos en los que predominaban el color verde de la hierba y el blanco del balón. Dibujaba figuras llenas de expresividad y movimiento rematadas con unas pinceladas preciosas que nacían de su potente y sutil bota derecha. El destino era siempre la portería rival.

Chelsea y Real Madrid se enamoraron de él y finalmente aterrizó en la capital de España. Le llegaba la hora de pintar para la corte. Al público español le costó comprender su arte pero poco a poco se lo fue metiendo en el bolsillo. Old Trafford marcó el punto de inflexión. Y es que Luka Modric es un futbolista diferente al resto. Técnicamente es un prodigio y tácticamente es casi impecable. Puede descolgarse a la frontal y dar el primer pase de la jugada arrancando por delante de los centrales. Es capaz de montar el contragolpe en un pispás y de masticar la jugada con paciencia como es preciso. Todo ello con una finura impresionante. Ahora está en su salsa: la liga española favorece a los futbolistas de su talento. Y además tiene el plus de haber aprendido de la agresividad yugoslava y del ritmo inglés. El cóctel es inmejorable.

Su misión ahora es conducir a un Real Madrid que se atasca por momentos con el balón en los pies. No le pesan los galones; sabe que triunfará en su misión como capitán general del ejército de Carlo Ancelotti. Es el faro merengue y a medida que pasen los partidos brillará aún con más fuerza. El fútbol lo idolatra porque él lo trata de maravilla.

PabloG.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Ramsey es la estrella

Mucho se ha escrito y hablado sobre la importancia que tendrá Özil en el nuevo proyecto del Arsenal. Mucho, muchísimo. Se presume que será el líder gunner a partir de ahora. Pero lo cierto es que el jugador que está tirando del carro es uno del que no se esperaba: Aaron Ramsey.

Pero ¿quién es Aaron Ramsey? Ramsey es un joven futbolista galés que deslumbró a toda Gran Bretaña en su temporada de debut con el Cardiff City en 2007. Wenger se enamoró de él, pagó cinco millones de libras y se lo llevo a Londres a la temporada siguiente, con 17 años recién cumplidos. Su progreso era adecuado y el “offence-minded Roy Keane” que fichó el alsaciano olía a estrella mundial. Pero un hecho lo marcó definitivamente: el 27 de febrero de 2010, en el Britannia Stadium, el defensa del Stoke City Ryan Shawcross se pasó de bruto. Le destrozó la pierna derecha y a punto estuvo de hacer lo mismo con su carrera. Doble fractura de tibia y peroné. El mundo se le venía encima.

Nueve meses más tarde volvió a sentirse futbolista. Volvió a los terrenos de juego con los reservas del Arsenal. Para completar su recuperación tuvo que salir de la city cedido en dos ocasiones: la primera con destino Notthingham para formar parte de la plantilla del mítico Forest; la segunda, de vuelta a casa, Cardiff.

Una vez recuperó el tono físico y las sensaciones, Wenger volvió a confiar en él. Pero algo había cambiado en Aaron: su fútbol no era el mismo. Pasó de ser un proyecto de estrella a un futbolista absolutamente intrascendente en un Arsenal decadente. Quizá buena culpa de ello la tuvo que el galés no fuera capaz de tomar el testigo de las estrellas que se marchaban del Emirates. Era un juguete roto del fútbol, más famoso por esa supuesta maldición que dice que un famoso muere cuando él marca que por su juego.

Pero el Ramsey de esta temporada poco tiene que ver con el que se había visto hasta ahora. Ni con el intrascendente futbolista que se paseaba por los terrenos de juego con la camiseta del Arsenal, ni con el delicioso mediapunta que se perdió para siempre sobre el césped del Britannia. Aunque los dos han influido en él de manera decisiva. Ahora, Ramsey es un futbolista agresivo, con una mentalidad de hierro y un trabajo físico intachable. Su talento se mantiene casi intacto, pero ya no es el sustento principal de su juego: ahora su fútbol no se juega con los pies, sino con la cabeza. Es algo menos brillante y sedoso pero mucho más efectivo. Ha retrasado su posición para situarse en la base de la jugada, desde donde explota para devastar las líneas rivales. Futbolista completísimo: el primero en ejercer la presión en el centro del campo, roba una buena cantidad de pelotas, inicia la jugada y la conduce, y se asoma al área con frecuencia y acierto. Sus números esta temporada son impresionantes: seis goles y una asistencia en siete partidos entre Premier y Champions.


Ramsey ha sabido sacar partido de las desgracias. Ahora tiene una mentalidad a prueba de bombas que se manifiesta en forma de liderazgo en el verde y que contagia a todos sus compañeros. Si alguien quiere buscar una explicación al cambio en la forma de entender el fútbol del Arsenal esta temporada, contundente y agresivo durante los noventa minutos, debe observar atentamente cada movimiento del galés. Es la base del proyecto porque Ramsey siempre fue Arsenal y el Arsenal siempre fue Ramsey. Desde el día que salió de Cardiff con pinta de gran pelotero hasta hoy que verdaderamente muestra ser una especie de Roy Keane con mentalidad ofensiva. Y los gunners merecen comer los frutos que hoy recogen: en el momento más duro de su carrera, cuando el chico estaba tan destrozado como su pierna y la fecha de su reaparición era un misterio, apostaron por renovarlo en un gesto de fe. Deben felicitarse en las oficinas del club (sobre todo Wenger, su gran valedor): tienen un futbolista increíble.

PabloG.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Gerard Piqué, principio y fin de una filosofía

No hay un futbolista más apto para el Barça que él. Ni Xavi, ni Iniesta, ni Messi. Ni siquiera Guardiola representaba tanto a un estilo como él lo hace. Es el principio y, muchas veces, el fin de la jugada. Es talento puro. Es el que da sentido al juego. Es, simplemente, Gerard Piqué.


La última temporada que estuvo a las órdenes de Guardiola no lo pasó bien: se le criticó por ser defensivamente blando, lento y por no estar implicado con el equipo. No se rindió. Ya el año pasado, con Tito a los mandos del bólido culé, la cosa fue distinta. Intermitentemente volvió a ser a ese Piqué que asombró al mundo durante la campaña del triplete. Ese central elegante y majestuoso con el balón en los pies con un altísimo coeficiente intelectual futbolístico para corregir los fallos de sus compañeros y desmontar los ataques rivales. Pero ese era el problema: aparecía a ratos.

Este año, sin embargo, parece más maduro. Sin lugar a dudas se siente mucho más cómodo dentro del sistema de presiones altas y defensas fuertes que propone el Tata. Se siente de nuevo el jefe. Ordena, corrige y, sobre todo, inicia.

Su técnica depuradísima le permite ser impecable en la salida de balón y encender la maquinaria azulgrana. No duda, no le tiembla el pulso. Prioriza el pase corto: en vertical buscando a Busquets; en horizontal buscando a Mascherano, su pareja de baile más habitual en los últimos tiempos. Y cuando lanza en largo es peligro seguro. Es más, reclamaba esta semana tener más libertad para hacerlo al decir que el Barça se estaba convirtiendo en esclavo del tiki taka. Porque Piqué, que es inteligente, sabe que jugar en largo no es perder la esencia. De hecho, en aquella explosión de fútbol que fue el Barça de Cruyff, un recurso recurrente era el guante en la pierna derecha de Koeman.

Y es que aunque Piqué es cruyffista, tuvo que hacerse hombre en Inglaterra. Cuando llegó a Manchester como una de las mayores promesas de la cantera barcelonista se dio cuenta que poco o nada de lo aprendido le iba a servir allí. Él mismo reconoció posteriormente ser “una madre” defendiendo. Y no exageraba. A Ferguson le costó cielo y tierra hacerlo a la Premier y a Europa y ni siquiera en su plenitud fue de sus predilectos. En cierto modo, era normal. Demasiado fino para las islas, demasiado elegante para un fútbol tan brutal.


Regresó a Barcelona y Guardiola lo puso en órbita. Se hizo dueño del primer pase y llevó a ese glorioso equipo a la eternidad a pulso con el resto de sus compañeros. Todo ello antes de que la crítica se le echara encima. Una crítica que quizá no tuvo en cuenta una cosa: el ojo humano se acostumbra demasiado pronto a lo bueno. Si Piqué no hubiera aterrizado en Barcelona con tantísimo brillo no se le hubiera despedazado como se hizo. Pero es fuerte, y contextualizado correctamente de nuevo lo está demostrando. Aún es pronto para hacer grandes valoraciones, pero Piqué está en la senda de ser lo que fue. Con un pase corto soberbio y un pase largo perfecto. Rápido otra vez y bien colocado siempre. Hoy volvió a marcar porque tiene alma de delantero. Que no se olvide: es principio y fin. Es la esencia de la filosofía culé.

PabloG.

martes, 17 de septiembre de 2013

El elegido

Está tocado con una varita mágica. Probablemente lo que ha hecho hoy ya lo había pensado cuando era alevín y jugaba en el Benamiel. Sus compañeros lo buscan. Lo miran y lo saben. Son conscientes de que Isco domina la jugada antes de que se produzca. No tiene otra explicación. Ese talento es pura fantasía. Pero aunque no lo parezca, es real. El niño que creció jugando con sus amigos vestido de amarillo se adueñará del fútbol vestido de blanco. Hoy, aunque de azul, dio un paso de gigante: demostró que Europa es su territorio.


No todo lo lleva en los genes: ese niño que empezó pateando un balón en la Calle Las Flores de Arroyo de la Miel se ha hecho hombre a base de trabajo duro y muchos palos. Pero ha sabido sacar siempre lo mejor de cada dificultad que le ha planteado la vida para mejorar día a día. Primero fue su traumática marcha a Valencia, alejado de sus padres. Luego, la falta de confianza que tenía Emery en él, que no lo veía preparado. Después tuvo que hacerse cargo de un Málaga en descomposición. Y ese cóctel de situaciones complicadas sabe ahora a futbolista completísimo. Su gol demuestra un claro dominio de la parte técnica del juego; su primera asistencia, de la parte táctica, siempre bien situado; la segunda pone de manifiesto que Isco, aparte de tremendo con y sin balón, es listo y pillo, algo indispensable para ser un gran futbolista.

Pellegrini terminó de dorar a uno de los mayores talentos de las categorías inferiores de la selección española. Tuvo paciencia, lo contextualizó correctamente –primero con Cazorla a su lado, después sin él– y lo exprimió al máximo. Le hizo comprender el fútbol, darle al juego el ritmo que él deseara. Le puso a sus pies un equipo de futbolistas de categoría para que bailaran al son del futuro rey del fútbol. Y el muchacho, que no es desagradecido, se lo devolvió con actuaciones memorables y muchos gritos de gol. Porque esa es la gran diferencia entre Isco y el resto de los grandes centrocampistas españoles: su cuota de goles es altísima.

Buena culpa de ello tiene su poderoso tren inferior, como hoy demostró en el primer gol. Rápido en el control, resistió perfectamente el choque para enfilar a Muslera. Un movimiento soberbio que define el ADN de un futbolista hecho para elaborar y para definir. Isco va más allá del mediapunta endeble y fino que no se mueve del sitio para hacer jugar al equipo. Es dinámico, activo y atractivo. Mientras más área pisa, más se crece. Allí se siente el rey. Uno, dos toques, y gol. Simple y efectivo. Y ese movimiento de piernas extraño que recuerda a Romario.

Hoy, sobre el suelo de la ciudad situada entre dos continentes, Isco dio un clínic de fútbol. Asistió y goleó; jugó e hizo jugar. Cualquiera que lo buscaba lo encontraba. Y él se encargaba de hacer buena la sociedad. Se alió con Cristiano Ronaldo, con Benzema, con Modric, con Di María. Y ninguno salió defraudado. Se marchó antes de que acabara el partido porque tenía que entrar el otro fútbol, ese que representan Gareth Bale y su astronómico fichaje, pero antes allanó el camino para que el Madrid tomara Estambul con el estandarte goleador de un delantero portugués que es una bestia. Pero sobre todo dejó clara una cosa: es el elegido.

PabloG.

Peces y cañas

Este artículo no se publica hoy por casualidad. Lo pude hacer ayer, pero hubiera sido absurdo. ¿El motivo? Una cuestión muy simple: nadie hubiera prestado ni la más mínima atención a un texto que critica a un equipo que ha humillado a su rival endosándole un contundente 5-0. Hoy, una vez pasada la tormenta, espero que se le preste un poco de atención. Porque no, no es oro todo lo que reluce. Definitivamente no. El Málaga, por fases, no me gustó un pelo.


La seña de identidad del equipo que entrenaba Manuel Pellegrini la temporada pasada era un ataque posicional exquisito. El Málaga era un ciclón con el balón en los pies. Lo movía de un lado a otro, encontraba los espacios ocultos y desangraba al rival. La mayoría de las veces estos espacios llegaban por banda, donde los laterales llegaban hasta línea de fondo y desmontaban el entramado defensivo del rival. Pero lo que diferenciaba a ese Málaga del resto de equipos de la liga española y probablemente también de Europa era su intercambio de posiciones. El balón rodaba, y al mismo tiempo se producía el desorden a partir de la línea de tres cuartos de campo. Un desorden ordenado, claro. Y altamente productivo.

Ahora la situación ha cambiado: Pellegrini se ha ido, y con él los grandes peloteros. Han llegado Schuster y otra clase de jugadores. Y aunque el alemán dijo en su presentación que su idea del fútbol no se encuentra muy lejos de la de Pellegrini, es lógico que haya variaciones. Más que nada porque el Málaga ha cambiado su plantilla de arriba abajo. Pero lo que no concibo es lo que se vio contra al Rayo. El Málaga se basó exclusivamente en los balones largos cuando le tocaba proponer fútbol. Hubo ratos en los que lo único que diferenció al Málaga de Schuster con el Stoke City de Pulis fueron los saques de banda: en La Rosaleda se hacían en corto.


Los hombres de Paco Jémez tienen bien aprendida la lección: tocar, tocar y tocar. Es de admirar que un equipo tan humilde sea tan valiente. Incluso se atreven con la salida lavolpiana. Es decir, sacar el balón desde atrás con los centrales bien abiertos, incrustando al medicentro entre ellos y abriendo mucho a los laterales, que se sitúan a la altura de la línea central. Esta peculiar manera de iniciar la jugada la desarrolló el argentino Lavolpe, sobre todo, en la selección mexicana que disputó el Mundial de Alemania en 2006, de ahí el nombre. Su realización es tremendamente dificultosa y arriesgada, pero si sale bien no hay mejor forma de dominar al rival, porque abre huecos por todos lados. Un ejemplo de su dificultad es que al Bayern de Guardiola le está costando un mundo asimilarla. Sin embargo, el Rayo la hace de maravilla.


En la Rosaleda, Galvez y Galeano (después Arbilla) se abrían y Tito y Nacho ganaban la línea divisoria. En medio de los centrales se situaba Saúl Ñíguez, dueño y señor del encuentro durante la primera parte. El canterano atlético desquició a un Málaga que nunca supo leer ese inicio de la jugada. El Hamdaoui iba a presionar a los centrales y Sergi Darder se veía obligado a seguir a Saúl. El problema: esto hacía que Trashorras se quedara solo en el centro del campo, con lo que ello implica. La mala lectura de esta jugada, que se repitió cada vez que el Rayo arrancaba desde atrás, provocó que los franjirrojos bailaran al Málaga durante buena parte de la primera mitad.

El Málaga, sin embargo, basó el partido en su efectividad. Con balones en largo o enlazando a la contra (ahí pocos equipos están a su altura) pudo plantarse varias veces frente a la portería de Rubén y perdonó pocas de ellas. Consiguió con goles lo que no pudo hacer con fútbol. Pero ¿qué pasará cuando esos balones no entren, cuando esas ocasiones (que fueron más porque los vallecanos defienden de manera calamitosa) tarden y tarden en llegar? El partido dejó clara una cosa: Schuster le da a su equipo un cubo de pescado en forma de buenos futbolistas; Paco Jémez, en cambio, les da una caña.


PabloG.

jueves, 5 de septiembre de 2013

El Mago de Öz

Arsène inició en julio un viaje que llevaba preparando desde el pasado invierno más o menos. Siempre supo que no iba a ser un viaje agradable. Los objetivos eran claros: otorgarle a la plantilla un cerebro en forma de líder, corazón competitivo y coraje para ser determinante dentro del área rival. Sufrió más de la cuenta durante la travesía; pasó más penurias de las esperadas para cerrar el plantel. Cada revés era más doloroso que el anterior porque el tiempo se agotaba. Y de repente, con el tiempo encima, llegó a su destino. Frente a él estaba el Mago. Entonces Arsène miró atrás y valoró el camino. Comprobó que la vuelta de Ramsey era más que satisfactoria. No obstante, hasta ese momento estaba siendo el alma del equipo rindiendo a un nivel excelente. También se dio cuenta de que el regreso de Flamini al Emirates había inyectado mala leche al medio campo gunner y que Giroud se había convertido en un cañón de alta fiabilidad. Fue en ese momento cuando Arsène se saltó el guión, se lió la manta a la cabeza, le pegó una patada a la obra de L. Frank Baum y se llevó al Mago de Öz bajo el brazo.


La llegada de Mesut Özil es algo más que el fichaje de un futbolista por un equipo de fútbol: es un estímulo para una masa social desesperada y un rayo de luz para una plantilla necesitada de talento. Supone la primera incorporación en años de un futbolista de primer orden mundial en su momento de madurez. Todavía más: ficha a un jugador que era héroe del Real Madrid hasta el último día de mercado, un mediapunta capaz de repartir 85 asistencias de gol en sus tres temporadas de blanco. Quizá no fuera la posición que más urgía reforzar al Arsenal. O quizá sí, porque en el fútbol que propone Wenger valen más cinco centrocampistas creativos que un delantero eficaz mal conectado. Lo que está fuera de toda duda es que a Londres ha llegado una estrella mundial cuando menos optimistas eran las predicciones. Y eso siempre se agradece. Siempre.

Mucho se ha hablado y escrito sobre cuál sería su disposición ideal dentro del esquema de Wenger. Bueno, más que la suya, la de sus compañeros, porque si hay algo claro en este mundo es que Özil es un ‘10’ al uso. Su posición, por sus condiciones y por su talento es innegociable. La solución para radicar en un 4-3-3 en el que Cazorla aparezca como falso extremo izquierdo para aportar en la creación y dar amplitud al campo cuando sea necesario. En el otro lado Walcott, el futbolista más determinante de la plantilla, seguirá siendo un puñal. Y por detrás, para poner orden en la jugada y aportar el equilibrio necesario a un equipo tan peculiar tácticamente como el Arsenal, cuatro jugadores muy diferentes entre sí.

Wilshere es talento, lo más parecido al centrocampista inglés perfecto: cerebral con el balón, temperamental sin él y agresivo siempre. En definitiva, la mejor representación de la idiosincrasia del fútbol de las islas. Después está Arteta, más pausado y más disciplinado como buen mediocentro español. Su claridad en el pase, así como su buen posicionamiento, son únicos en esta plantilla. Luego está Flamini, que vuelve a casa después de una fatal experiencia en Milan que a punto estuvo de costarle la carrera. Y digo a punto porque volverá a resurgir en Londres de la mano de Wenger. Como ya se ha apuntado anteriormente es el corazón competitivo del equipo, el hombre diferente de ese centro del campo que aporta más lucha que otra cosa. Pero de la buena. Entre ellos tendrán que repartirse los minutos, porque lo único cierto es que Ramsey será indiscutible si continúa a este nivel.

El príncipe galés ha virado en bandido, y ahora se ha convertido en un interior de muchísimos quilates. Se implica en defensa como el que más, asume sus labores tácticas con disciplina y construye con talento las ofensivas de su equipo. En definitiva, ha recuperado el nivel que Shawcross destrozó en el Britannia Stadium pero ahora es un futbolista mucho más completo. Tanto que en lo (poco) que llevamos de temporada está siendo con diferencia el mejor del Arsenal. Este nuevo Arsenal, de Özil o de quien sea, debe construirse sobre los cimientos de Ramsey. Y la sociedad que formen el galés y el alemán será la que trace el camino de los gunners.

Y mientras tanto, Giroud se frota las manos. Sabe que es el gran beneficiado de este mercado de fichajes. No le han traído ningún delantero capaz de pelearle el puesto y sin embargo ha llegado a Londres el mejor escudero que podía desear. Todo se lo ha ganado en el campo, que conste. Pero él como el resto de la afición del Arsenal sabe que lo de Özil no es una operación más. No por nada es la más cara de la historia del club, triplicando a su antecesora. La nación gunner es consciente de que Özil supondrá un cambio radical en la plantilla y en el club, como también es consciente de que con Özil sólo no basta. Pero es un buen comienzo. Un grandísimo comienzo, más bien. Y el alemán, como el Mago de Oz primero en papel y después en la pantalla, les hará ver que todo estaba en sus mentes. Que no son tan malos como creen y que pueden ser capaces de hacer algo grande. Sólo necesitan un empujoncito. Él se lo dará.

PabloG.