La
cruda realidad de este agridulce deporte: un minúsculo fallo puede hacerte
pasar de ser el más grande de los héroes al peor de los villanos y viceversa. Y
más en una final. Lo saben bien Barcelona y Madrid porque más de una vez
pasaron por esa tesitura. Esta vez lo primero le tocó a los de Vilanova y lo
segundo a los de Mourinho. Además por partida doble. Cosas del fútbol, deporte
caprichoso como pocos.
El
partido le vino mal dado al Barcelona desde antes de su comienzo. A la baja ya
confirmada de Puyol, se sumó la de Alves en el calentamiento, algo que trastocó
los planes de Vilanova y del equipo en general. Pero, por si fuera poco, a los
once minutos de juego llegó la jugada más decisiva del choque: un despeje largo
de Pepe llegó hasta la defensa culé y se tornó en pesadilla para Mascherano. El
argentino no acertó a despejar el balón y le sirvió en bandeja el gol a Higuaín
para que batiera a Valdés a placer. En ese momento, el Barça abandonó el
Bernabéu. Y eso, con el Real Madrid en frente, se paga. Los blancos no hicieron
tampoco gran cosa en ataque, pero la presión asfixiante a la que sometieron al
Barcelona durante la primera media hora fue, simplemente, brillante. Que un
equipo como el Barça sea incapaz de encadenar tres pases seguidos tiene un
mérito increíble. Ahí Mourinho le ganó la partida a un Vilanova impotente. El
ver a tres jugadores del Madrid sobre el jugador que llevaba el balón le
impedía encontrar otra solución que no fuese dejar correr el tiempo para que
apareciera la fatiga. Tenían intentar salir de la primera mitad con el menor
número de goles posibles. Era eso, o renunciar al estilo. Y lógicamente se
eligió la primera opción, la más arriesgada por otra parte.
El
Madrid, mientras tanto, seguía a lo suyo. Fue un acoso y derribo constante mientras
el físico aguantó. Había que sacar la mayor ventaja posible mientras el Barça
estuviera aturdido, pero las ocasiones no se concretaban. Lo intentó Di María,
Özil, Marcelo… pero todos confluían en un mismo punto: Valdés. El portero
catalán se sacó la espinita de la ida con una actuación fabulosa. Paró todo lo
que estuvo en su mano y fue el sustento del Barça durante los minutos más
negros que se recuerdan del cuadro culé. Pero si el gol tiene un nombre en el
Real Madrid, ese es Cristiano Ronaldo. La jugada fue similar a la del primer
gol. De nuevo un balón largo hizo temblar a la defensa culé, pero esta vez no
fue un error lo que desencadenó el gol, sino una genialidad del astro luso.
Transformó el pase en una obra maestra con un toque de espuela estratosférico
ante el que poco pudo hacer Piqué. Tras controlar, miró fijamente a portería y
fusiló a Valdés con un potentísimo disparo a bocajarro. Imparable. El Barça
seguía fuera del partido, y la cosa no iba a mejorar hasta mucho después.
Curiosamente, el equipo azulgrana empezó a ver
cierta mejoría justo después de tocar fondo. Adriano agarró a Ronaldo cuando el
portugués iba solo y directo hacia Valdés. Esa acción le supuso la roja
directa, pero a la vez significó el renacimiento del equipo. Bien es cierto que
para ese entonces, los merengues ya empezaron a acusar el cansancio, pero es
indiscutible que cuando empiezan a aparecer Iniesta y Xavi, empieza a aparecer
el fútbol, lleven la camiseta que lleven. Esta vez no fue una excepción, y con
ellos también aparecieron las ocasiones visitantes. Messi poco a poco también
comenzó a ser Messi, y el Barça lo agradeció. En tan sólo un cuarto de hora,
cambiaron radicalmente las tornas y los culés eran los que tenían contra las
cuerdas al rival. El tiempo suficiente como para que Messi se sacara de la
chistera un lejano y perfecto lanzamiento de falta que se coló por la escuadra
de Casillas después de haber superado a la barrera por fuera. El gol llegó
justo antes del descanso y con un mensaje claro y conciso: hay esperanza. El Barça
lo creyó ciegamente y se agarró a él como a un clavo ardiendo.
El
paso por vestuarios sentó de maravilla a ambos equipos, que sacaron del partido
su lado más caótico y delirante. Se sucedieron las ocasiones, casi una para
cada lado, aunque el resultado fue siempre el mismo: agua. Los porteros de
ambos equipos eligieron la mejor de las ocasiones para sacudirse las duras e
injustificadas críticas que han venido recibiendo durante los últimos días y
volvieron a demostrar que son los mejores del mundo. Pocas veces se ha visto
una actuación tan magnífica en ambas porterías, pero con Valdés y Casillas en
el campo, todo es posible. O si no que se lo pregunten a los delanteros de
ambos equipos. Especialmente a los del Barça, que vieron como sus empujones
finales eran abortados con facilidad por el capitán madridista, lo que desató
su desesperación. La jugada clave en los últimos culés fue el mano a mano entre
Tello y Casillas. Ahí se apreció a la perfección el quiero y no puedo de un
equipo que lo dio todo, pero que acusó sobremanera su desastrosa primera media
hora y, especialmente, el jugar con un hombre menos. Pero para ese entonces,
Higuaín ya había estrellado un balón en el poste, por lo que los de Vilanova
pueden darse con un canto en los dientes por no haber salido goleado del
Bernabéu. También cabe destacar el debut de Song y Modric. El croata ha ganado
en treinta y seis horas de blanco más títulos que en el Tottenham en cuatro
temporadas. Es la suerte de jugar en uno de los dos gigantes de la bipolar liga
española, una liga cada vez más aburrida y previsible.
PabloG.