domingo, 11 de noviembre de 2012

Entre la decepción y la emoción


Fue un partido muy extraño el que se vivió en Stamford Bridge. Extrañísimo y con dos partes bien diferenciadas. Por unos minutos pareció que el mundo estaba al revés; pareció que la suerte estaba contra el Chelsea y que la injusticia del partido beneficiaba al Liverpool. Pronto –en realidad, más bien tarde– se encargaron los hábiles delanteros reds en demostrar todo lo contrario. Los hombres de Rodgers pudieron ganar el partido. Lo tuvo José Enrique en sus botas en el último minuto del descuento, pero su disparo fue interceptado por la mano salvadora de Petr Cech. Hubiera sido un premio demasiado grande. El Liverpool se impuso en los minutos finales cuando entró en un peligroso intercambio de golpes con el Chelsea. Se replegó para evitar que la velocidad de Moses, Hazard, Sturridge y Mata provocara una sangría, y salió con inteligencia. Para ello fue importante la entrada de Suso, que unió las líneas de medio campo y delantera para dar profundidad al equipo, y el partidazo de José Enrique, el mejor futbolista del partido. Pero hasta ese momento, el Liverpool fue una triste caricatura de sí mismo.


Brendan Rodgers es un entrenador que se caracteriza por los ideales colectivos que imprime a sus equipos. Lo demostró el año pasado con el Swansea, en el que el buen trato del balón fue un principio inamovible, y por eso el Liverpool confió ciegamente en él su nuevo proyecto. Se le debió olvidar esta tarde. Apostó por una línea de tres centrales que no dio solidez defensiva al equipo, por unos laterales adelantados que no supieron muy bien donde estaban hasta la segunda parte –a pesar de todo, José Enrique estuvo excelente– y por una delantera demasiado aislado en la que Sterling se perdió al no tener la línea de cal como referencia. Pero lo más preocupante fue el centro del campo. Sahin continúa su decepcionante línea descendente. No es ni la sombra del jugador que brilló en Dortmund. Y por si fuera poco, ni Allen ni Gerrard se encontraron a sí mismos. Fue triste ver al fino centro campista galés perder balones impensables en un futbolista de su talla.


Ante este caos, el Chelsea sacó provecho. Fue superior en cuanto a posesión, aunque no brilló especialmente en ese aspecto. Lo que define a este equipo es su letal contragolpe. Y de entre todas sus piezas, destaca Eden Hazard. Cuando el belga arrancaba, el Liverpool se echaba a temblar. Atravesó el centro del campo y la defensa cuando quiso y como quiso. Puso balones peligrosos a sus compañeros, como un servicio perfecto a Torres en la izquierda que tan sólo Brad Jones evitó que se colara en la portería. Pero el factor diferencial de este equipo se llama Juan Mata. No en vano, el burgalés lleva siete goles y diez asistencias en los últimos diez partidos. Hoy sumó una más desde la esquina que permitió el gol de Terry tras un fallo garrafal de Agger en la marca, y estuvo a punto de conseguir el dos a cero con una jugada de ensueño. Arrancó con potencia y sentó a Wisdom con un caño, pero su disparo se marchó alto. Es increíble el estado de forma que atraviesa, de lo mejor de la Premier.


Pudo hacer lo que viniera en gana el Chelsea frente a un Liverpool indolente en el que sólo José Enrique peleó hasta las últimas consecuencias. José Enrique y Luis Suárez, por supuesto. Eso sí, cuando pudo. Estuvo demasiado desconectado del centro del campo con el esquema de salida y Sterling nunca fue una solución, por lo que cuando lograba tener el balón se aventuraba a intentar la guerra por su cuenta. Puso en problemas en más de una ocasión al Chelsea, calidad no le falta para ello, pero pocas veces fue una amenaza sería de gol de un Liverpool que no disparó a puerta hasta bien entrada la segunda mitad.


Se dio cuenta Rodgers y sentó al intrascendente Sahin para dar entrada al joven Suso. Lo agradeció el Liverpool. No mejoró su juego, pero si sus acercamientos a la portería rival, que culminaron con un córner botado por José Enrique que Carragher prolongó en el primer palo para Suárez la empujara en boca de gol en el setenta y tres. Fueron los minutos en los que se creyó que el resultado era injusto; también los que precedieron a la apoteosis final.

PabloG.

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