jueves, 17 de enero de 2013

Pero no invulnerables


Atención, empató el Barça. Y no sólo eso: fue superado por el rival en su propio campo. Lo hizo el Málaga en un partido que poco tuvo que ver con el que se vio cuatro días antes en Liga. Buena culpa de ello la tuvieron las alineaciones que presentaron sobre el césped uno y otro equipo, acusadas por las rotaciones. El Barça, sin Valdés, Piqué, Cesc, Busquets ni Xavi, logró conservar su esencia con la impagable presencia de Iniesta y Messi. Más riesgos corrió el Málaga, con Joaquín y Toulalan fuera de la convocatoria y el talento de Isco, Monreal o Demichelis reposando en el banquillo. Pero tiró de casta. Los mismos futbolistas que tocaron el cielo en San Petersburgo y rozaron el ridículo frente a Eibar y Cacereño, terminaron por dejar al Barcelona contra las cuerdas en la Copa.


El futbolista que mejor ejemplifica el partido de ayer es Iturra. El chileno se desfondó. Aunque intrascendente en apariencia cuando más corrosivo era el Barça con el balón, no paró de pelear su sitio en el divino círculo central del Camp Nou. Dejó un destello en la primera parte como muestra de lo que se avecinaba en la segunda. Pero qué destello. Robó a Thiago en la salida de balón y batió a por bajo a Pinto en una exhibición de valentía, coraje y ganas de triunfar. Un resumen de lo que está siendo su año desde que saltó de la Segunda División a la Champions, ni más, ni menos. Después dominó; hizo de la zona ancha una jungla en la que solamente los más fuertes lograrían obtener el premio del balón, y entre él y Camacho se encargaron de engullir al desdibujado Song y a un Thiago demasiado atormentado por el fallo como para entrar en las trincheras.

De todas formas, la actuación del hispano-brasileño no fue del todo desastrosa. Es más, durante los primeros veinte minutos lució como una estrella, como la clase de futbolista que se le supone que es. Era capaz de saltarse en un pispás la presión malaguista y dejar el mediocampo para engancharse a la mediapunta. Desde allí y con la compañía de Iniesta y Messi, sus movimientos parecían decisivos, irreversibles. Entre los tres movieron al Málaga a su antojo, con Tello ganando cualquier tipo de pulso por el flanco izquierdo. Pudieron dejar el partido finiquitado muy pronto, pero entonces apareció un factor que últimamente se repite demasiado en el juego del Barça: la incapacidad goleadora de Alexis Sánchez. Ni siquiera a puerta vacía, ni siquiera en dos ocasiones fue capaz de abrir el marcador. Todo el trabajo le quedó a Messi, que lideró la reacción culé tras el tanto de Iturra con la ayuda inestimable de Weligton. Jamás olvidará el central brasileño ese minuto fatídico en el que se lió con el balón en los pies cuando le tenía ganada la posición a Messi y dejó a Puyol rematar a placer en el área para que hiciera el 2-1.



Y de repente, el Barça perdió todo el brillo. Triangulaciones a trancas y barrancas que no desembocaban en nada, falta de fluidez y de velocidad. Estatismo, mucho estatismo. A Iniesta se le nubló la vista y Messi dejó de sentirse cómodo. Todo culpa del Málaga. Y de Monreal, más concretamente. La entrada del navarro mandó al vestuario al perdido Portillo y trasladó la anarquía de Eliseu al extremo derecho para instaurar la tranquilidad en el lateral izquierdo. La entrada de Santa Cruz volvió a fijar a la defensa y Seba se empezó a mover por el centro con libertad. Tuvo el empate en sus botas con una complicada volea, pero Pinto demostró porqué sigue siendo el portero de la Copa. Además, el partido necesitaba emoción, alicientes. El mejor que podía tener: la expulsión de Monreal en la primera jugada que fraguaron Cesc y Pedro. Con quince minutos de partido por delante, el partido parecía condenado a romperse. Pero no, Camacho e Iturra continuaron sosteniendo al Málaga.


Fue curioso ver a este Barça de los centrocampistas modernos cortocircuitado por dos mediocentros de los de siempre y una inferioridad numérica que pasó desapercibida por momentos. El fútbol no es matemático, eso está clarísimo. Si lo fuera, el Málaga nunca hubiera logrado el empate, mucho menos de la forma que lo hizo. Hizo falta esperar al último minuto y de la forma más agónica. Como en los viejos tiempos, Duda revistió de oro su bota izquierda para dejar el balón suspendido sobre el área. Nadie acertó a adivinar su caída, todos fallaron. Todos excepto Camacho, atento y vivo como pocos. Ni siquiera la dejó que botara para romperla ante la atenta mirada de Pinto. Comprobó, a la inversa de Thiago, lo fácil que es pasar de villano a héroe. Este Málaga desprende fútbol y kryptonita a partes iguales. Espera una vuelta épica.

PabloG.

2 comentarios:

  1. Gran artículo!! Nuestro blog desaparece y nos pasamos a página web. Sigue como hasta ahora que hace falta gente así para dar puntos de vista objetivos, no como los de los supuestos "periodistas" que vemos en televisión.

    razona.jimdo.com

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    1. ¡Muchas gracias y enhorabuena! Te deseo muchísima suerte en tu nueva andadura. Aquí seguiremos y con la misma línea de siempre, no te preocupes. Últimamente los exámenes me están absorbiendo el tiempo y casi la vida, pero es algo pasajero, supongo que tú sabrás bien de lo que hablo. Un abrazo muy grande y lo dicho, ¡suerte!

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