Cuando
la competición llega al límite, este Atlético de Madrid siempre vence. Aunque
no lo merezca, como hoy, que se vio en el Vicente Calderón un empate a todo
encuadrado en un grandísimo partido de fútbol. Y son esas victorias inmerecidas
pero cosechadas de todas maneras la que hacen tan grande a este equipo. Las que
lo sitúan a la altura de los mejores. Su rival ya sabe de antemano que no sólo
tendrá que competir el partido hasta el final y ser mejor que el Atleti. Puede
que con eso no le alcance ni siquiera para arrancar un empate. Necesitan
aplastar al equipo de Simeone para que no se les escape la victoria. Algo
altamente improbable. Algo que aún no hemos visto esta temporada. El gol de
Godín quizá no hizo justicia a lo que ofreció el global del partido, pero
sirvió para prolongar la mística de este equipo que quiere seguir peleando por
todo.
Marcó
el Atlético de Madrid el ritmo del partido y de repente no hubo opción para su
rival. Aunque lo intentara de mil formas, aunque se volcara en el área con más
de cinco futbolistas. El Athletic siempre encontró lo mismo: nada. O, a lo
sumo, un ¡huy! La partida que planteó Simeone era difícil de contrarrestar. Y
eso que Valverde, estratega como pocos, lo intentó en todo momento. Calculó con
precisión los movimientos del Cholo y los contrarrestó adecuadamente en función
del estilo de su equipo y de los jugadores de los que disponía. El Athletic no
encontró nada a pesar de que Ibai percutió por la izquierda, de que el ímpetu
de De Marcos empujó una y otra vez primero a Filipe Luis y luego a Juanfran, de
que Susaeta atacó sin piedad cada minúsculo espacio que dejaba el Atleti.
Aunque
el dominio, durante el mayor tiempo del partido, fue vasco, el que controlaba
el partido era el Atleti. El indefinido e indefinible Guilavogui condicionó en
exceso el juego de su equipo en la primera mitad: obligó a Koke y a Raúl García
a pegarse demasiado al centro para hacer funciones que no les corresponde ni
por calidad ni por instinto. Pero aun así los colchoneros controlaron, y con la
entrada de Gabi, descansaron sobre el pilar más importante de este equipo. Gabi
es el principio y el fin de cada jugada. El que primero toma contacto con el
balón en la sala de máquinas y el que destruye el avance enemigo si las cosas
no salen bien. El pegamento perfecto que cohesiona un ataque brillante y una
defensa feroz, y que le da al Atleti ese empaque tan característico que le hace
sumar puntos por inercia.
El
que no estuvo centrado en el partido fue Diego Costa. Y no lo estuvo porque
pinchó en un hueso que, sorprendentemente, fue demasiado duro. El trabajo que
hicieron sobre el hispano-brasileño Gurpegi y, especialmente, Laporte fue
excelente. El central francés es a sus 19 años uno de los centrales más
elegantes de la liga. Su salida de balón es soberbia, su golpeo de balón es
exquisito y técnicamente no tiene símil. Pero siempre se le achacó una
preocupante fragilidad defensiva. Hoy, en el escenario más duro posible, con
una bestia como Diego Costa enfrente, sacó matrícula de honor. No sólo secó al
punta atlético, sino que lo sacó del partido y le hizo aflorar esa agresividad
que tanto afean su juego. Y todo con una limpieza y una elegancia ejemplares, a
pesar de que Costa lo agredió en dos ocasiones.
Un
centro perfecto de Koke desde la izquierda y un remate de cabeza de Godín, que
entró en el área con más fuerza que un tren de mercancía. Eso fue lo que separó
a Atlético y Athletic en el Calderón. Un tanto de gran factura y de capital
importancia. Los colchoneros aterrizarán en el todavía incorrupto nuevo San
Mamés con ventaja en una de las eliminatorias más vibrantes de la presente
edición de la Copa del Rey. Porque sí, los chicos del Cholo también ganan
aunque no lo merezcan del todo.
PabloG.
PabloG.
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