Se
ha cerrado el círculo. El Swansea se ha convertido en el primer club galés en
proclamarse campeón de la Copa de la Liga inglesa y el año que viene paseará
orgulloso su escudo por Europa. Lo hizo con justicia, en un partido que dominó
de principio a fin y en el que el histórico marcador de cero a cinco pareció
demasiado corto. Lo hizo frente al Bradford, ese meritorio equipo de la cuarta
división inglesa que eliminó al Arsenal y al Aston Villa, y que sueña con algún
día ser como el Swansea. Porque, aunque parezca increíble, inimaginable hace unos
años, los galeses eran hoy el equipo grande. ¿Qué sentirían Britton, Williams,
Rangel y Monk ante esta situación? ¿Qué se les pasaría por la cabeza a estos
cuatro jugadores que han vivido día a día la gloriosa y hermosísima historia de
este equipo, desde el inframundo hasta la gloria?
Algo
hacía presagiar que esto sucedería tarde o temprano. Ese precioso estadio
situado en el Sur de Gales estaba destinado a albergar los más importantes
partidos. Incluso en aquellos días en los que el Swansea se arrastraba por la League
Two y todo parecía estar abocado al fracaso. Pero una idea, una apuesta,
revolucionó al Swansea, a Gales, al Reino Unido y al mundo del fútbol. Llegó
Roberto Martínez y con él la alegría. Implantó el juego de toque, el balón raso
y la paciencia para alcanzar los objetivos, que se fueron sucediendo a un ritmo
inverosímil. Después, Paulo Sousa dio continuidad al proyecto, Brendan Rodgers
lo perfeccionó y Laudrup le dio una dimensión diferente: lo transformó en una
referencia a nivel británico.

La
final fue una fiesta. Por primera vez en la historia, el fútbol cupo dentro de
las cuatro gradas que delimitan el mítico estadio de Wembley. En ese espacio se
concentró toda la alegría de dos pueblos, la ilusión de dos aficiones y la
simpatía del mundo entero, que observaba atónito como la humildad peleaba por
la gloria. El obrero ya tumbó al burgués, ¿qué más daba quién fuera el campeón
ahora? Ese fue el ideal del Bradford y de su gente. No pudieron ni tan siquiera
inquietar al Swansea en el verde, pero sus banderas no cesaron de agitarse en
la grada. Fue increíble. ¿Quién dijo que en el fútbol sólo puede haber un
vencedor? Esta tarde ha quedado bien patente que no sólo gana el que mete más
goles, sino el que más emociones le aporta al juego. Es un triunfo simbólico,
pero a la larga mucho más importante. El Bradford, a pesar de la derrota, ha
pasado a la historia para siempre. En el año de su centenario, el Swansea se
llevó la copa en una fiesta que se recordará los próximos cien años.
PabloG.
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