El
Real Madrid superó al Barcelona con la facilidad con la que el conductor de un
Ferrari adelanta a un ciclista. Lo hizo con un partido pragmático, eficaz y
simple, simple hasta la exageración. Los hombres de Mourinho se limitaron a
llevar a cabo dos sencillas tareas: una presión constante y una rápida salida a
la contra. Así lograron dos goles y finiquitaron el partido más cómodo que se
recuerda de los merengues en el Camp Nou. Mientras, el Barça permanecía inmerso
en la pesadilla de Milán. Ni incomodó al Madrid, ni fue capaz de evitar las
sangrías que provocaban cada arrancada de Cristiano Ronaldo, el héroe del
partido. El gol de Jordi Alba fue un fantástico prólogo del partido, de lo que
pudo ser y no fue. El Barça fue barrido del césped del Camp Nou.
Es
difícil utilizar más en vano el nombre del fútbol que como se hizo en este
partido. El nombre del fútbol moderno, tal cual se entiende hoy en día, claro.
En un tiempo en el que abundan los esquemas complejos, las jugadas enrevesadas,
el falso nueve y excentricidades por el estilo, la simpleza se impuso en el
partido menos sospechado. Los máximos exponentes de este fútbol sorprendieron al mundo y, en cierta medida, a sí
mismos. Messi vivió los noventa minutos agobiado. Por la tela de araña que
Mourinho tejió entorno a él, con no menos de tres hombres a su alrededor en
cada recepción de balón, y por la idea de querer ganar el partido por sí mismo.
Se le olvidó un concepto fundamental de su filosofía: si Messi es el mejor del
mundo es porque sus compañeros lo hacen posible. Enfrascado en la eterna de
pelea de Leo contra el mundo, Messi se perdió y el Barça perdió el Norte. Para
ello fue fundamental Khedira, colosal en las ayudas, y Alonso. Precisamente del
tolosarra emanó todo el potencial del Madrid en el Camp Nou: recuperación y
envío en largo a la carrera del hombre más adelantado, preferiblemente Ronaldo.
Así llegó el penalti que propició el primer gol. Pero cuando Khedira jugó a ser
Alonso también salió bien. Con menos elegancia, un pelotazo suyo provocó un
sprint y un quiebro memorables de Di María que regalaron el doblete a
Cristiano.

El
gol de Varane fue justo con los dos equipos. Trasladó la superioridad vista en
el campo al marcador, para que quede constancia en la historia del baño de
fútbol que recibió el Barcelona en su campo a manos del Real Madrid. Porque
aunque simple y rudimentario, el partido de los merengues fue agradable y
emocionante. En cada carrera, el Madrid ponía el alma. Es el único equipo del
mundo capaz de realizar este estilo de juego: sólo Cristiano Ronaldo es capaz
de transformar lo pretérito en contemporáneo. Sólo él es capaz de darle al
desaliñado y empequeñecido Madrid de Mourinho la brillantez de los grandes
equipos. El madridismo le debe mucho a Cristiano, el mejor futbolista del mundo
en estos momentos. Por lo pronto una final de Copa. Aunque para que esta haya
llegado, hayan tenido que regresar sesenta años al pasado.
PabloG.