Solamente
los grandes son capaces de salir a flote cuando más aprieta la tormenta.
Seguramente hoy el Everton mereció más, pero la diosa Fortuna no quiso darle un
premio más grande y más justo a un equipo llamado a ocupar los puestos nobles
de la tabla de clasificación inglesa. Hoy era el día de otro hombre. Había
escenarios más grandes y más atractivos, pero el viejo y romántico Goodison Park
reunía, precisamente hoy, todas las condiciones para que Frank Lampard gritara
al mundo del fútbol, con voz alta y clara, que todavía tiene mucho talento que
derrochar. Allí, donde el legendario Eusebio labró su
mito con cuatro goles que tumbaron a la sorprendente Corea
del Norte y dieron el pase a semifinales a Portugal en el Mundial de 1966,
Lampard cortó de raíz las aspiraciones toffees
con dos tantos, uno de cabeza y otro al aprovechar un rechace de Howard a
disparo de Mata.
Frankie ya no es el de antes: no asume todo
el peso del juego, que ahora lo lleva –indiscutiblemente y con una claridad
soberbia– Mata; no está tan ágil en el
regate ni tan rápido; y no puede implicarse tanto como le gustaría en tareas
defensivas. Pero sus virtudes de siempre siguen intactas. Es más, quizá hayan
mejorado con el tiempo, como los buenos vinos. Hoy jugó algo más adelantado que
de costumbre, en su hábitat natural, llegando al área con facilidad para exhibir
todo el poderío que atesora, con unos resultados increíbles: dos goles que han
dado un respiro tremendo al Chelsea. Cuando más feas se ponían las cosas, el
eterno ‘8’ apareció para solucionarlas. Además, Mata es el que canaliza todo el
juego ofensivo blue, pero no hay
decisión que no pase por el capitán. Con Terry de baja y Drogba fuera del
equipo, la vieja guardia se personifica en él. Sabe que es el líder y ejerce
como tal.
Pero
ni eso parece bastar a Abramovich. Es por todos conocida su obsesión por los equipos
jóvenes y atléticos. Poco importa el pasado y lo que han grabado en él esos
jugadores que antes eran sus niños mimados. Ahora, pasados los treinta, las
opciones son claras: o renovaciones año a año, o hasta aquí hemos llegado. Es
triste, pero es la realidad. Mientras Paul Scholes y Ryan Giggs son venerados
en Old Trafford –también en el palco– con treinta y ocho y treinta y nueve años
respectivamente, a Lampard se le pone entre la espada y la pared con treinta y
cuatro y un buen rendimiento. El inglés no parece dispuesto a aceptar estas
condiciones y pretende marcharse gratis en junio. De momento, en su último
partido antes de poder negociar libremente con cualquier otro club le ha pasado
la pelota a la directiva londinense con una exhibición. Quizá el partido de hoy
marque un antes y un después para el propio Lampard y para el futuro del Chelsea.
A
parte de Lampard y de una nueva demostración de por qué Mata está considerado
como uno de los cinco mejores jugadores de la Premier, el Chelsea no ofreció
mucho más. No lo tuvo fácil para crear ocasiones claras; cuando las tuvo,
Torres no las concretó; y se vio superado por un muy buen Everton. David Moyes
es un mago. Es capaz de sacar un rendimiento sensacional a una plantilla sin
demasiados excesos, más aun teniendo en cuenta que la estrella del equipo, Marouane
Fellaini, está cumpliendo sanción después de propinarle un cabezazo a Shawcross
en el Stoke City-Everton de hace unas semanas. La entrega y el poderío que
mostraron hoy a punto estuvieron de costarle un disgusto al todopoderoso
Chelsea.
Abrieron
el partido de maravilla: Pienaar lanzó hacia la derecha para la incorporación profunda
de Jagielka, Anichebe remató al poste y el propio Pienaar aprovecho el rebote
para hacer el primero. Minuto uno, el Everton daba primero y dejaba claras sus
intenciones. Esas venenosas entradas por banda serían una constante. Tanto
Jagielka como el genial Baines trajeron de cabeza tanto a Ashley Cole como a
Azpilicueta y pudieron hacer que el resultado fuera otro. Pero antes de todo
eso, a los ocho minutos, los toffees
dieron su segundo y casi mortal aviso con un disparo de falta directa de
Jelavic que sólo la madera pudo evitar que se convirtiera en el segundo tanto
local. Comenzaba el calvario del delantero croata, el futbolista más activo y
determinante de cuantos tenía en el campo el Everton. Se peleó con toda la
defensa –especialmente con Ivanovic– pero lo máximo que logró fue un nuevo
remate al travesaño a centro de Baines y no acertar a rematar correctamente un
balón franco en el área pequeña. Fue la imagen del partido del Everton, negado
de cara a la suerte e impotente ante la exhibición del viejo rockero que porta
la camiseta número 8 del Chelsea.
PabloG.
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