No
se puede explicar tanta desilusión. O quizá sí. La derrota del Chelsea frente
al Corinthians en la final del Mundialito de Clubes es tan sólo la punta del
iceberg de lo que está ocurriendo en el seno del equipo blue. Todo resulta
demasiado provisional, demasiados parches para un equipo tan poderoso
económica, futbolística y socialmente. Ya a nadie sorprende hablar del
mediocentro del Chelsea. Parece mentira que un futbolista que no existe sea
capaz de concentrar mayor atención que los veinticinco que componen la
plantilla londinense. ¿Desde cuándo se viene tratando este tema? Es tan antiguo
que ya perdí la cuenta. No es culpa de Benítez que esta figura no exista; es un
problema heredado. Tampoco sería justo culpar a Di Matteo, el pobre hombre
hacía lo que le ordenaban. Pero cuidado, los egos son los mayores enemigos de
los colectivos.
Cualquier
futbolista desea fichar por el Chelsea, de esto no hay duda y es fácilmente
contrastable: Hazard, que tenía tras sus pasos a media Europa, prefirió
desembarcar en Stamford Bridge que en Old Trafford, por ejemplo. Esto responde
a temas de prestigio y, sobre todo, económicos. Pero lo que no queda claro es
si los mejores entrenadores están dispuestos a afrontar un proyecto en el que
saben que no serán los dueños de su plantilla, que estarán subordinados a los
gustos y exigencias de su superior. No parece que a Benítez le quede mucho
tiempo en el banquillo blue. Como mucho, hasta final de temporada. Pero, ¿quién
aceptará ser su sustituto conociendo los requisitos a cumplir?
Volvamos
al fútbol. Es imposible que este Chelsea sea capaz de dominar un partido con el
balón en los pies. Imposible. No tiene argumentos para realizar la transición
coherentemente desde la defensa hacia la mediapunta. Estas dos líneas son
absolutamente brillantes, pero necesitan un elemento aglutinador que a día de
hoy no existe. Ni Mikel, ni Ramires, ni Oriol Romeu –lesionado hasta final de temporada–
están capacitados para realizar esta labor. Tampoco Lampard, un jugador que
encajaría más en la mediapunta en el esquema de Benítez; ni Oscar, que necesita
estar cuanto más pegado al delantero, mejor. La solución que más rendimiento ha
dado hasta el momento es David Luiz. A vueltas con lo mismo: provisionalidad.
El brasileño es uno de los mejores centrales del mundo y el único de la
plantilla del Chelsea que es capaz de sacar el balón jugado desde atrás.
Trasladarlo al centro del campo sería trasladar el problema a la defensa. Hay
partidos en los que no implica ningún riesgo hacerlo, pero no en el de hoy, en
el que David Luiz era el más capacitado para frenar a Guerrero.
Decir
que el Corinthians realizó un planteamiento inteligente es una verdad a medias:
es cierto que encontró la mejor forma de parar al Chelsea –entregarle el balón–,
como también lo es que esa es su manera habitual de jugar. Y en un duelo en el
que nadie quiere la pelota, por obligación, el Chelsea sale perdiendo. Sale
perdiendo porque es el que tiene que asumir la responsabilidad de crear; sale
perdiendo porque con el otro equipo encerrado y su deliciosa línea de tres mediapuntas
bien cubierta, se convierte en un equipo mediocre, indigno de disputar la final
de un campeonato del mundo.
Con
este panorama, lo más destacable del partido fue la exhibición de Paolo
Guerrero. Pocas veces un apellido define mejor a un futbolista. El peruano
dinamitó el partido echándose a su equipo a la espalda. No es un portento
técnico, pero su entrega no tiene límites. Es un futbolista intenso –a veces demasiado–
y un ganador nato al que cualquier rival, por grande que sea, debe temer. Supo
sacar ventaja del caos blue y transformar en oro cualquier ocasión de su
equipo. Su asociación con Paulinho fue la clave; su gol, la recompensa a su
trabajo. Hizo justicia en un partido en el que el Chelsea mereció perder.
Confío en que su situación varíe a partir de enero porque recursos,
precisamente, no faltan. Lo que sobran son otras cosas: egos, provisionalidad y
malas planificaciones.
PabloG.
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