Hay
días en los que nada sale como tienes previsto. Días en los que no te reconoces
a ti mismo y en los que cometes errores absurdos que antes eran inimaginables.
Días en los que muchos factores juegan en contra tuya: el clima, la hora, el
césped… Y sobre todo, el rival. El Málaga vivió hoy uno de esos días. Falló
pases casi ridículos, dejó huecos enormes y no tuvo ni el más mínimo acierto de
cara al gol. Pero no todo fue demérito del Málaga. El Valladolid cuajó un partido
estupendo, lleno de oficio, propuestas y fútbol, mucho fútbol. No cabe duda de
que será un hueso duro de roer en la categoría, como lo fue hoy en La Rosaleda.
Con un Manucho guerrero, trabajador y sacrificado que poco se parece al de su
primera temporada en Pucela, este equipo cuenta con una poderosa arma ofensiva.
Tan sólo tardó ocho minutos en demostrarlo, al enviar al fondo de las mallas un
balón suelto precedido de un jugadón de fábula de Omar, que sentó a la defensa
blanquiazul con un eslalon imparable. Y es que aunque Manucho sea la garra de
este equipo, la calidad corre a cargo de un trío de ases que, desde la media
punta, hacen que este conjunto tenga pocos símiles en mitad de la tabla. Omar
es el desborde, Óscar el temple y Ebert la potencia. Los tres juntos, una
pesadilla para el Málaga.
Pero
hasta en los días más negros siempre hay una parte buena. En el día de hoy
tiene nombre y apellidos: Isco Alarcón Suárez. Si no ha jugado frente al
Valladolid su mejor partido de blanquiazul, si ha sido el más importante. En un
partido frío, en el que el Málaga echaba demasiado de menos la serenidad de
Monreal, tanto en ataque como en defensa, Isco se encargó de darle calor al
juego. Porque Isco es un futbolista de sangre caliente, de los que hace vibrar
a la grada con cada gesto, de los que gusta a la gente. Anduvo contagiado de la
frialdad del ambiente durante los primeros minutos, pero sólo hizo falta una
chispa para encenderle. Esa chispa se llama Eliseu, se combinó con Joaquín en
banda, y le puso un balón raso al arroyero en la frontal para que la clavara.
Fue como un penalti ejecutado desde la media luna ante el que Dani tan sólo
pudo hacer la estatua. Isco empató el partido y dio alas al Málaga justo antes
de que el árbitro señalara el camino a los vestuarios.
No
sirvió de nada. Tras el descanso, volvió el Málaga más gris. El equipo estaba
desorientado, perdido en un mar de camisetas negras y violetas que dominaban el
balón y el tempo del partido. Otra vez se contagió Isco y otra vez desapareció
el Málaga. Y mientras tanto, Caballero tenía que emplearse a fondo para frenar
la tormenta pucelana, con el incansable Manucho como protagonista. Fue
indescriptible la guerra que libró con todo el frente defensivo malaguista. Y
salió victorioso casi siempre, aunque le faltó puntería. Ante esta situación,
la solución sólo podía estar en el banquillo. Salieron Santa Cruz y Duda para
arreglarla: el uno firmó un partido asombroso y tuvo en su cabeza el gol, pero
un paradón de Dani lo evitó; el otro aportó cordura y velocidad en el centro
del campo, algo que Recio fue incapaz de hacer. Pero no carburó del todo el
Málaga hasta que volvió a aparecer, quién si no, Isco.
Una
obra de arte le hizo coger temperatura de nuevo. Rompió a Rukavina con un
control soberbio, entró en el área para asociarse, y sólo Baraja pudo evitar el
gol de Joaquín. Desde ese instante, el Málaga regresó. Ayudó también la
rigurosa expulsión de Manucho, que se fue a la caseta por doble amarilla tras
una falta a Demichelis mientras pugnaban por un balón aéreo. Con su mejor
activo en los vestuarios, el Valladolid capituló. Muestra de ello fue el
penalti que Sereno realizó sobre Saviola. Pero lo que parecía la sentencia
definitiva al equipo de Djukic se convirtió en un ensayo de Joaquín. El
portuense mandó a las nubes la mejor
ocasión de su equipo a falta de cinco minutos para el final. Ni siquiera tuvo
tiempo de lamentarse. Dos minutos más tarde aprovechó un rechace de Dani tras
un trallazo suyo para, con una sangre fría admirable, pisar la bola, sentar al
meta y sentenciar el partido. Hay que ser un artista para atreverse, más si
segundos antes has fallado un penalti decisivo.
El
Valladolid buscó el empate con su último aliento. Lo tuvo el inspirado Óscar en
sus botas, pero el actual Pichichi nacional se topó con el actual Zamora, que
volvió a salvar a su equipo con una parada decisiva para dejar tres puntos
vitales en La Rosaleda. Esta vez logrados sin mucha brillantez, pero igual de
válidos que todos los demás. Y ya van diecisiete.
PabloG.
Gran post :) ¿Cómo has visto hoy a Óscar?
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarHa hecho un buen partido, como todo el Valladolid, pero quizá le ha faltado ese puntito extra que le ha hecho determinante en otros partidos. El mejor de los pucelanos, sin duda, Manucho.