Es
para estar orgullosos de estos dos equipos. De los dos por igual, dejando de
lado cualquier tipo de forofismo y de prejuicios que poco o nada tienen que ver
con el juego del balón. Ambos equipos dejaron ayer bien alto el nombre de la
liga española con un partido sensacional en el que mostraron lo mejor de cada
uno. Messi y Cristiano, Cristiano y Messi, volvieron a ser determinantes. Una
vez más, y en el momento más apropiado. Hay cosas que no cambiarán nunca. Pero
lo que si es cierto que cambió fue la imagen del encuentro. Todavía se
encuentra lejos de la perfección, pero en el Camp Nou, después de mucho tiempo,
se vio un clásico lleno de buen fútbol. Hubo alternativas, mucha pasión y posibilidades
para los dos equipos. Todo ello resultó en un clásico igualadísimo que tanto
Barça como Madrid se pudieron llevar, pero que no pudo tener un resultado más
justo que el empate.
Es
evidente el respeto que se tienen los dos equipos, pero por si no quedaba
claro, los primeros minutos del partido fueron una clara demostración. Ninguno
se atrevía a dar el paso porque ninguno quería caerse. Optó Mourinho de nuevo
por la fuerte presión, pero esta vez mucho más ordenada y menos agresiva para
su equipo. Esto hizo que el arriesgado 3-4-3 de Tito se viera frenado cada vez
que pasaba del medio campo. El Barça intentaba trenzar, pero se topaba una y
otra vez con un Real Madrid que enseñaba los dientes cada vez que veía espacios
a la contra. Pero el respeto desapareció a los dieciocho minutos. En ese
momento, Benzema recibió un balón en la frontal después de una gran jugada madridista.
El francés hizo de diez y tras girarse, le sirvió en bandeja el tanto a
Ronaldo, que la enganchó de primeras con la izquierda para adelantar a los
blancos en casa del eterno rival.
El
gol del portugués trajo al Camp Nou los fantasmas de la vuelta de la pasada
Supercopa: otro gol de Ronaldo, otra lesión de Alves, otra vez el Barça contra
las cuerdas. Y para colmo, Benzema metió el dedo en la llaga con un disparo al
palo que hizo temblar a toda Barcelona. El equipo de Tito estaba groggy y al
borde del KO. Lo que no se percibió fue que la entrada de Montoya sentó de
maravilla al equipo, que en una jugada, mostró las virtudes del planteamiento
de Vilanova: una jugada de superioridad en banda entre Pedro y Montoya
desembocó en un centro raso del canario que, tras golpear en un rival, se fue
alto. Pepe no supo que hacer y tomó la peor decisión al intentar realizar un
acrobático e inútil despeje que dejó el balón franco para que Messi la empujara
y diera vida de nuevo al Barça reiniciando el partido.
Desde
ese punto, el partido enloqueció. No tuvo dueño, aunque el Barcelona fue ganando
terreno poco a poco con un magnífico Messi a la cabeza. El argentino tiró del
Barça por activa y por pasiva y fue un peligro constante para el marco de
Casillas, secundado por un sensacional Pedro que volvió loco a Marcelo. Pero la
Pulga no quería compartir protagonismo. Estaba claro que ese era su partido. Por eso, después de que Xabi
Alonso lo derribara en mitad de su venenoso eslalon, no se arrugó a la hora de
coger el balón. La falta era lejana, pero la confianza de Messi es enorme. Miró
a Casillas y se la puso imposible. Hizo que pareciera fácil hacer una obra de
arte como ese lanzamiento que puso por delante a su equipo. Todo parecía de
color de rosa. Pero estos partidos nunca están muertos del todo.
Y
no lo están porque enfrente, aparte de un sensacional equipo, hay un jugador
que sobresale del resto. Poco queda por decir acerca de las inmensas cualidades
para el fútbol de Cristiano Ronaldo. Si no es el jugador más preparado de la
historia, lo parece. De lo que no cabe duda es de que es el jugador más
decisivo del Real Madrid. Lo volvió a dejar claro a los cinco minutos del
increíble tanto de Messi. Y lo volvió a dejar claro porque Özil le filtró un
pase maestro que culminó un partido soberbio del alemán. No perdonó Ronaldo
frente a Valdés, y su disparo raso supo a gloria para los madridistas.
Pero
el partido todavía se reservaba su intriga final, porque el Barça no daba por
bueno el empate. Sabía que la victoria sería un golpe muy importante para la
liga, y por eso la buscó hasta el final. La tuvo Montoya en sus botas, después
de una jugada deslumbrante del equipo de Vilanova, con hasta cinco toques en la
frontal del área, pero el latigazo del canterano se estrelló en el larguero
para alivio de Casillas. A pesar de todo, no fue el mayor susto que se llevaron
los madridistas. Ese se encargó de darlo Pedro en el último suspiro del
partido, cuando tras recortar a Ramos en una contra estupenda, se plantó frente
a Casillas. El canario sabía que el Clásico estaba en sus pies, pero cruzó el
disparo en exceso. Cuestión de justicia.
PabloG.
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