A
lo largo de la historia del deporte, sólo unos pocos privilegiados han podido
grabar a fuego su nombre en la memoria de los aficionados. Hubo hombres brillantes,
simplemente buenos e incluso más de un mediocre. Pero sólo quedará uno que
pueda ser considerado como el más grande de todos. Ayer, Michael Phelps demostró
que es un humano, de carne y hueso. Sí, pero superior al resto de los mortales.
Comete errores, pero su capacidad dentro del agua no tiene límites.
Phelps
necesitaba una señal, una victoria que le permitiera mantener en alto el
estandarte de mejor nadador del mundo. Ante sí, una oportunidad única: la final
de los 200 metros mariposa, su prueba fetiche y en la que llevaba invicto la
friolera de once años. Además, tenía la posibilidad de lograr un triplete
histórico, nunca antes conseguido por ningún otro atleta, el de encadenar tres oros
consecutivos en la misma prueba. Saltó al agua con la mente puesta en el oro.
Se colocó pronto en primer lugar, dominando a todos sus rivales con una
explosividad difícil de contrarrestar. Nada parecía pararle, iba directo a la gloria. Tras los primeros cien metros, la distancia parecía insalvable. Pero en el
segundo tramo de la prueba, la situación fue cambiando poco a poco. Primero Le
Clos, y luego Matsuda consiguieron mantener el ritmo del americano. No había
por qué preocuparse, era Phelps el que estaba en la piscina. Tras el último
viraje, Phelps seguía en cabeza con Le Clos pisándole los talones. El japonés
desistió. Iba a haber un poderoso pulso entre el estadounidense y el
sudafricano, un pulso que alcanzó su punto álgido en los últimos veinte metros,
cuando Phelps comenzó a ser presa del ácido láctico. Ahí apareció Le Clos para
igualar la distancia con su legendario rival. Y entonces, a la hora de la
llegada, ocurrió lo impensable: Phelps estiró la mano, se dejó llevar por su
inercia; Le Clos dio la última brazada ganadora. Phelps erró en el calculo, erró donde
no suele. Se sintió como el serbio Cavic en la final de los 100 mariposa de
Pekín. Se vio apeado de su trono por un joven sudafricano, admirador de su
leyenda y destructor de la misma a partes iguales. Phelps había logrado igualar
en número de medallas a Latynina, pero, ¿de qué servía eso si era con una plata
en su prueba estrella?
Aún
le quedaba una última bala al tiburón de Baltimore. Había posibilidades de
mantener viva su leyenda con una victoria en la final del 4 x 200 libres, una
prueba que se convirtió en cuestión de Estado tras la ofensa en el 4 x 100. Enfrente,
otra ocasión irrepetible: existía de nuevo la opción de triplete, a lo que
habría que añadir la posibilidad de superar a Latynina. Su decimonovena medalla
estaba en juego, casi nada. Phelps fue valiente al decidir nadar en último
lugar, junto al fenómeno Agnel. También partía con cierta ventaja, ya que la
presencia de su amigo Lochte en el equipo USA les hacía superiores a los
franceses, al menos sobre el papel. De hecho, fue Lochte quien saltó primero,
también con mucho que demostrar. Cumplió con las expectativas. Cedió el testigo
a Conor Dwyer con casi tres segundos de ventaja, tras una exhibición sensacional.
Dwyer supo mantener bien la ventaja, al igual que hizo después Ricky Berens,
para dejarle a Phelps el oro en bandeja. A pesar de todo, Phelps dio todo lo
que tenía, sabedor del misil que llevaba en la calle de al lado. Yannick Agnel
volvió a demostrar que es un nadador excepcional, uno de los que marcan época.
Voló sobre las aguas del Aquatics Center con un tiempo de 1:43.24. O lo que es
lo mismo, nadó un segundo por debajo de Phelps para reducir la diferencia a
tres segundos y darle a su país la medalla de plata, la primera que se lograba
en la prueba desde hacía sesenta años. También tuvo una actuación notable en la
última posta el chino Sun Yang, que logró el bronce para su país tras superar a
Alemania en los últimos diez metros. Pero sin duda, el gran protagonista de la
prueba y del día fue Phelps, que aumentó su leyenda un poco más. Logró el
triplete junto a Lochte; batió el récord de Latynina con un oro imperial. Ya
van diecinueve medallas, quince de oro. Casi nada.
Otra
que va camino de leyenda es la china Ye Shiwen, que volvió a ofrecer una
exhibición aplastante, esta vez en la final de los 200 metros estilos. A pesar
de que no comenzó todo lo bien deseado con la mariposa, tras pasar por el primer viraje
comenzó su remontada. Logró alcanzar la cabeza en espalda y colocarse en
primera posición con la braza. Pero si hay algo que caracteriza a esta
magnífica nadadora es su crol sin igual. Pocos nadadores a lo largo de la
historia han exhibido uno mejor. Tras el último viraje, encendió el motor para
dejar atrás a la australiana Coutts, que realizó una carrera sensacional y un
tiempo estupendo. Pero Ye es demasiado. Para ella y para cualquiera. Volvió a
pulverizar otro récord, esta vez el olímpico, que ella misma poseía desde el
día anterior, al parar el crono en 2:07.57. Habrá que ver hasta donde llega
esta jovencísima nadadora china, que parece imparable.
Pero
el plato fuerte de la natación femenina ayer fue la final de los 200 metros
libres. Como ya ocurriera con la final masculina, se creó mucha expectación alrededor
de la prueba. Si Federica Pellegrini, Camille Muffat, Bronte Barratt, ‘Missy’ Franklin,
Allison Schmitt y Kylie Palmer comparten piscina, el espectáculo está asegurado.
La gran sorpresa la dio la estadounidense Schmitt, que a pesar de no tener un buen inicio –llegó cuarta al primer viraje–, paró el crono en 1:53.61,
a dos segundos de la francesa Muffat, para establecer un nuevo récord olímpico.
Sin duda, la clave de su victoria estuvo en sus sensacionales volteos, que le
permitieron sacar una gran ventaja sobre sus rivales. No en vano, los entrena
con Phelps. También hubo una nota negativa en la prueba, y fue ver a la vigente
campeona olímpica de la prueba y mujer que ostenta el récord mundial de la
modalidad, Federica Pellegrini, terminar en un decepcionante quinto puesto. Así
es el deporte.
PabloG.
Aunque Phelps meta un arreón final de medallas, ahora mismo Bolt se estará frotando las manos pensando: ''El americano no está siendo todo lo protagonista que querría serlo, voy a ser el héroe de estos Juegos''.
ResponderEliminarTienes razón. Ahora mismo Bolt tiene vía libre para ser el rey de los Juegos. O casi, porque primero tiene que batir a Blake y Gay. También hay que tener en cuenta a Agnel. Lleva ya tres medallas y está dejando huella en la memoria de los aficionados, pero claro, una sonrisita de Bolt vende el triple que cinco medallas de Agnel. Recordemos que es francés.
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