En
deporte, se dice que el segundo clasificado es el primer perdedor. La gran
mayoría de las veces, esta afirmación es correcta, pero ayer se demostró que no
siempre tiene por qué serlo. O si no, que se lo pregunten a Mireia. Jamás fue
más dulce una plata. Jamás, a pesar de que se le resbalara de los dedos el oro
en los últimos veinte metros.
Mireia
Belmonte, la gran esperanza española en el Aquatics Center, cumplió ayer de
sobra las expectativas que se han creado alrededor de ella. Después del duro
golpe que supuso su octavo puesto en la final de los 400 metros estilos, la
joven nadadora catalana supo levantarse y seguir mirando al frente. Y no lo
hizo de manera sencilla. No, lo hizo de la mejor forma posible: realizando la
mejor carrera de su vida. Dejó en el vestuario sus complejos y sus miedos para
entrar en la piscina a por todas. No importaba si no lograba sus objetivos,
ella daría todo lo que tiene para mostrar a España y al mundo que no es una
nadadora más, que está en la élite.
Su
inicio fue espectacular. A pesar de ser una nadadora que destaca más por su
fondo que por su explosividad, saltó de la tarima y se colocó en primera
posición desde el principio. Sorprendió a propios y extraños con una salida poco
habitual. Incluso sus competidoras se vieron sorprendidas. La idea de Mireia
estaba clara: no saldría del agua sin el mejor tiempo de su carrera; la medalla
era lo de menos. Mireia sólo tenía una rival, y esa era ella misma. Tras los
primeros cien metros, la cabeza de carrera era suya, pero ahora el cansancio
iba poco a poco apoderándose de ella. Era el precio a pagar por su fulgurante
salida, pero estaba dispuesta a ello. Después del último viraje, seguía en
cabeza, pero la diferencia con la china Jiao era prácticamente inexistente. Mireia
no se descentró. Ella conocía sus limitaciones tan bien como las virtudes de
sus rivales. Sabía que Jiao era un misil, muy difícil de vencer, una excelente
nadadora. No había problema si quedaba por detrás de ella. Pero tendría que dar
el máximo para llevarse ese oro que Mireia había acariciado durante toda la
prueba. Y así fue, porque con 2:04.06, Jiao destrozó el récord olímpico. La
catalana estaba al límite de sus fuerzas, pero tenía que hacer valer todo el
esfuerzo realizado. El oro era un sueño que se había esfumado, pero la plata
podía ser una realidad. Cuando Mireia entendió eso, sacó fuerzas de donde no
las tenía. Sus últimas cinco brazadas con la cabeza sumergida pueden dar fe de
ello. Pero valió la pena. Mireia Belmonte era la nueva subcampeona olímpica de
200 metros mariposa, la quinta medalla en la historia de la natación española,
la segunda mujer en lograrlo tras Nina Zhivanevskaya. Y no sólo eso, había
logrado su objetivo: con 2:05.25 destrozaba el récord de España en la
modalidad. A sus veintiún años, esta dulce plata invita al optimismo de la
natación nacional. Todavía quedan esperanzas.
Pero
la de Mireia no fue la única carrera digna de admiración de las disputadas ayer
en el Aquatics Center. Hubo un hombre, un húngaro, que entró en el Olimpo de la
natación mundial. Su nombre es Daniel Gyurta, y equivale al mejor nadador del
momento y uno de los mejores de la historia en cuanto a braza se refiere. Ayer
volvió a regalarnos otro recital en la piscina. No hubo nada que pudiera
pararlo: ni la presión, ni el gran Kitajima, ni tan siquiera el récord del
mundo. El japonés comenzó muy fuerte en busca del ansiado triplete individual
de encadenar tres medallas de oro consecutivas en la misma prueba. De haberlo
logrado, hubiera pasado a la historia de los Juegos antes que Michael Phelps,
casi nada. Pero no fue así. A Kitajima le pasó factura su espectacular inicio y
se vio desfondado en los últimos cincuenta metros. Fue ahí donde apareció
Gyurta para imponer su autoridad y pasar página con respecto a Kitajima. Le
pasó como un tiro y le humilló en su prueba. Además, paró el crono en 2:07.28
para establecer un nuevo récord mundial y completar un palmarés único: campeón
de Europa, campeón del mundo y campeón olímpico; récord europeo, récord mundial
y récord olímpico. Pero no terminó ahí la desgracia de Kitajima, que vio como
le pasaban también su compatriota Tateishi y el británico Jamieson, que, tras una
sorprendente progresión, acabó en segunda posición. Kitajima, acostumbrado a
las mieles del éxito, tuvo que conformarse con la cuarta plaza. Se ha producido
un cambio de ciclo en la braza.
También
hubo emoción en la otra final masculina, sin lugar a dudas, la más disputada
del día y de lo que llevamos de Juegos. La prueba contaba con dos grandes
favoritos: en francés Agnel, revelación de estas Olimpiadas, y el australiano
Magnussen. Pero esta fue una final de grandes sorpresas, porque un invitado de
excepción se coló entre los favoritos. Cuando Nathan Adrian saltó a la piscina
e inició la prueba como un obús, sabía a lo que se arriesgaba. Sabía que los
últimos cincuenta metros serían los más duros de su vida, pero estaba dispuesto
a aceptar el reto. Vio como Magnussen le tomó la delantera, pero tenía un as en
la manga. Cuando todos daban por ganador al ‘aussie’, Adrian renació de sus
cenizas para realizar una llegada estratosférica. Una centésima de segundo,
tiempo suficiente para distanciar el triunfo del fracaso. Lo primero, para
Adrian; lo segundo, para Magnussen. Y mientras tanto, Agnel pasó desapercibido.
Acusó demasiado el cansancio acumulado de los días anteriores y se quedó fuera
del cajón por cuatro centésimas, que le otorgaron la gloria al canadiense
Hayden. Pero el gran triunfador fue Adrian, que devolvió a su país una prueba
que no contaba con medallas desde Seúl ’88. Sin duda, una hazaña memorable.
Todavía
quedaba una prueba, el ‘main event’ de la natación femenina en el día de ayer:
el 4 x 200 libres. Auténticos equipos de ensueño como el americano o el
australiano salieron a la piscina con el oro entre ceja y ceja. Inició muy bien
‘Missy’ Franklin, que salió muy fuerte, algo que no acostumbra a hacer. Pero
poco a poco, la francesa Muffat, compañera de trabajo de Agnel, fue tomando
ventaja hasta terminar la posta en primer lugar. Parecía que Francia podía
colarse entre las favoritas. Pero entonces saltó al agua la estadounidense
Vollmer, que con una increíble posta, le dio una buena ventaja a su país.
También saltó en segundo lugar por china la fenomenal Ye Shiwen, pero su
aportación fue discreta. En la tercera posta, la australiana Kylie Palmer pudo
recortar algo la diferencia con USA, mientras que Francia se veía ya muy
alejada de los puestos de cabeza y resignada a un meritorio bronce. Fue
entonces cuando llegó el gran duelo de la prueba, el protagonizado por Alicia
Coutts y Allison Schmitt. La australiana hizo una posta excepcional, dio todo
lo que tiene, pero su rival fue demasiado para ella. No
en vano, a sus diecisiete años, es la mejor en los doscientos metros libres del
mundo. La estratosférica última posta de Schmitt permitió a USA alzarse, además
de con el oro, con el récord olímpico de la prueba con 7:42.92. El oro volvió a casa.
PabloG.
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