Como
el doctor Jekyll y míster Hyde. Así se puede calificar la actuación de la
selección española de baloncesto en estos Juegos Olímpicos. Ayer, los chicos de
Scariolo volvieron a dar una de cal y otra de arena frente a la Rusia de David
Blatt, rival que ya venció a España en la fase de grupos después de remontar un
marcador desfavorable de dieciocho puntos. Esta vez el guión fue diferente,
totalmente opuesto.
En
la primera parte se vio la peor versión de la triste España que anda a la
deriva por Londres. La selección española cerró bien en defensa, impidiendo el
lucimiento de las estrellas rusas, pero todo su esfuerzo defensivo no tenía su
recompensa en ataque, donde los de Scariolo se mostraron totalmente
desacertados. Rusia anotaba poco, pero anotaba; España no. El nueve a doce con
el que finalizó el primer cuarto es un reflejo claro de lo que se vio en el
campo. En el segundo, la situación empeoró: España continuaba con su sequía
anotadora, mientras Rusia conseguía despegarse poco a poco. Buena culpa de ello
la tuvieron el capitán Monya, con un tres de tres en triples en apenas cinco
minutos, y Sasha Kaun, que se impuso en la pintura y aportó ocho puntos en la
primera mitad. Rusia se colocaba a trece puntos de una España sin chispa, sin
buenas sensaciones. Nadie aparecía para rescatar a un equipo que sólo apretó un
poco al final del segundo cuarto para maquillar un poco el resultado –veinte a
treinta y uno– de una primera mitad para el olvido.
Hubo
reacción tras el descanso. España se lavó la cara y sacó todo su orgullo para
dejar atrás todo lo ocurrido en la primera parte. Apretó los dientes. Empezaba
un partido nuevo, uno de los partidos más importantes de su historia. Los jugadores
lo captaron pronto, y dieron un extra en el campo para recortar la diferencia
en un tercer cuarto estratosférico. Pau, Rudy y Calderón asumieron el liderazgo
del equipo y decantaron la balanza en favor de España. Cuatro triples suyos en
siete minutos redujeron la ventaja rusa a sólo tres puntos. España no sólo
anotaba, sino que exhibía su mejor versión. Volvía a ser España, no esa especie
de monstruo que se ha estado paseando
por la cancha londinense. Finalmente, un triplazo de Calderón puso las tablas
en el marcador en el último suspiro del tercer cuarto. Rusia se veía maniatada.
No podía ser de otra manera: la defensa española funcionaba a la perfección,
gracias a Pau, a Marc, y a la inestimable aportación de Felipe Reyes. Especialmente
llamativo fue el caso de Marc Gasol, que se destapó en el último período y dio
una lección maestra de como jugar en el poste. Se movió, anotó, asistió,
circuló. Y todo ello en el momento que más lo necesitó la selección, que con
los puntos de Pau Gasol, la chispa de Llull, y bajo la dirección de Calderón,
rompió el partido con un parcial de nueve a cero ante el que Rusia no tuvo
respuesta, debido a la falta de un líder. Kirilenko no tuvo su día, falló en el
momento clave y en situaciones decisivas. España jugará su tercera final
olímpica con las sensaciones recuperadas. La tercera puede ser la vencida.
Pero
antes de morder el oro deberá superar un último escollo. Más bien, el escollo.
Estados Unidos también alcanzó la final olímpica para reditar las de Pekín 2008
y Los Ángeles ’84, de la que ayer se cumplieron veintiocho años. Y lo hizo de
la manera que acostumbra: destrozando a sus rivales. Esta vez fue el turno de
la combativa Argentina de Ginóbili y Scola, que a pesar de sus respectivos
dieciocho y quince puntos poco pudieron hacer frente al mejor equipo del campeonato
y del mundo.
USA
dominó desde el principio, gracias a la gran aportación de Kobe Bryant, que se
desmarcó en la primera mitad con ocho puntos. Parecía imparable, y,
probablemente, lo fuera. Pero a la actuación de Bryant hay que añadirle la de
LeBron James –dieciocho puntos, siete rebotes, siete asistencias–, dominador
absoluto de la pintura tanto ofensiva como defensivamente. El rey James se
volvió a marcar otro partidazo, secundado por las aportaciones de Chandler y
Kevin Love por dentro que impidieron las situaciones fáciles de Argentina. USA
basó su victoria en la fantástica defensa interior en los tiros de tres. Como
siempre. Pero Argentina, con el orgullo y la garra que les caracteriza, jamás
le perdió la cara al encuentro. Esta generación irrepetible de jugadores quería
despedirse con otro oro, como el que lograran en Atenas, y no renunciarían a su
sueño fácilmente. Ginóbili tiró de su equipo por enésima vez y se marcó un
final del segundo cuarto memorable, culminado con un magnífico triple que
dejaba el marcador en cuarenta a cuarenta y siete al descanso. Argentina seguía
en el partido.
Carmelo
Anthony y, especialmente, Kevin Durant, encontraron problemas en la anotación.
No podían mostrar su mejor nivel. Era sangrante el cero de tres en triples de ‘Durántula’.
Pero tras el paso por los vestuarios, su suerte cambió, y con ella, la del
encuentro. Ambos jugadores empezaron a tener fluidez, a tener fuego en la
muñeca. Tres triples consecutivos para cada uno en menos de tres minutos,
dieciocho puntos geniales que rompieron el partido definitivamente. La clara
demostración de la superioridad estadounidense en este deporte se vio reflejada
en uno de esos triples de Anthony: el neoyorkino de origen puertorriqueño se
levantó desde casi medio campo y su lanzamiento entró limpio en el aro
argentino. USA es un equipo temible y muy difícilmente contrarrestable. Además,
James volvió a dar una exhibición de fuerza y potencia, desafiando a la física
con vuelos y jugadas imposibles. Los americanos se gustaron y arrasaron a los
guerreros argentinos, que se despiden del torneo con un amargo sabor. Todavía,
el bronce puede poner un broche de oro a esta magnífica generación de
jugadores. USA alcanzó, de nuevo, la final de las Olimpiadas. En ella espera
España, con ansias de revancha. Se vivirá una final épica, donde el oro estará
más caro que nunca.
PabloG.
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