Fue
un partido muy extraño el que se vivió en Stamford Bridge. Extrañísimo y con
dos partes bien diferenciadas. Por unos minutos pareció que el mundo estaba al
revés; pareció que la suerte estaba
contra el Chelsea
y que la injusticia
del partido beneficiaba al Liverpool. Pronto –en realidad, más bien tarde– se encargaron
los hábiles delanteros reds en
demostrar todo lo contrario. Los hombres de Rodgers pudieron ganar el partido.
Lo tuvo José Enrique en sus botas en el último minuto del descuento, pero su
disparo fue interceptado por la mano salvadora de Petr Cech. Hubiera sido un
premio demasiado grande. El Liverpool se impuso en los minutos finales cuando
entró en un peligroso intercambio de golpes con el Chelsea. Se replegó para
evitar que la velocidad de Moses, Hazard, Sturridge y Mata provocara una sangría,
y salió con inteligencia. Para ello fue importante la entrada de Suso, que unió
las líneas de medio campo y delantera para dar profundidad al equipo, y el
partidazo de José Enrique, el mejor futbolista del partido. Pero hasta ese
momento, el Liverpool fue una triste caricatura de sí mismo.
Brendan
Rodgers es un entrenador que se caracteriza por los ideales colectivos que
imprime a sus equipos. Lo demostró el año pasado con el Swansea, en el que el
buen trato del balón fue un principio inamovible, y por eso el Liverpool confió
ciegamente en él su nuevo proyecto. Se le debió olvidar esta tarde. Apostó por
una línea de tres centrales que no dio solidez defensiva al equipo, por unos
laterales adelantados que no supieron muy bien donde estaban hasta la segunda
parte –a pesar de todo, José Enrique estuvo excelente– y por una delantera
demasiado aislado en la que Sterling se perdió al no tener la línea de cal como
referencia. Pero lo más preocupante fue el centro del campo. Sahin continúa su
decepcionante línea descendente. No es ni la sombra del
jugador que
brilló en Dortmund.
Y por si fuera poco, ni Allen ni Gerrard se encontraron a sí mismos. Fue triste
ver al fino centro campista galés perder balones impensables en un futbolista
de su talla.
Ante
este caos, el Chelsea sacó provecho. Fue superior en cuanto a posesión, aunque
no brilló especialmente en ese aspecto. Lo que define a este equipo es su letal
contragolpe. Y de entre todas sus piezas, destaca Eden Hazard. Cuando el belga
arrancaba, el Liverpool se echaba a temblar. Atravesó el centro del campo y la
defensa cuando quiso y como quiso. Puso balones peligrosos a sus compañeros,
como un servicio perfecto a Torres en la izquierda que tan sólo Brad Jones
evitó que se colara en la portería. Pero el factor diferencial de este equipo se
llama Juan Mata. No en vano, el burgalés lleva siete goles y diez asistencias
en los últimos diez partidos. Hoy sumó una más desde la esquina que permitió el
gol de Terry tras un fallo garrafal de Agger en la marca, y estuvo a punto de
conseguir el dos a cero con una jugada de ensueño. Arrancó con potencia y sentó
a Wisdom con un caño, pero su disparo se marchó alto. Es increíble el estado de
forma que atraviesa, de lo mejor de la Premier.
Pudo
hacer lo que viniera en gana el Chelsea frente a un Liverpool indolente en el
que sólo José Enrique peleó hasta las últimas consecuencias. José Enrique y
Luis Suárez, por supuesto. Eso sí, cuando pudo. Estuvo demasiado desconectado
del centro del campo con el esquema de salida y Sterling nunca fue una
solución, por lo que cuando lograba tener el balón se aventuraba a intentar la
guerra por su cuenta. Puso en problemas en más de una ocasión al Chelsea,
calidad no le falta para ello, pero pocas veces fue una amenaza sería de gol de
un Liverpool que no disparó a puerta hasta bien entrada la segunda mitad.
Se
dio cuenta Rodgers y sentó al intrascendente Sahin para dar entrada al joven
Suso. Lo agradeció el Liverpool. No mejoró su juego, pero si sus acercamientos
a la portería rival, que culminaron con un córner botado por José Enrique que
Carragher prolongó en el primer palo para Suárez la empujara en boca de gol en
el setenta y tres. Fueron los minutos en los que se creyó que el resultado era
injusto; también los que precedieron a la apoteosis final.
PabloG.
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