El
23 de mayo de 2001 en San Siro, la historia del Valencia cambió para siempre.
Perdió la final de la Champions, la segunda consecutiva; la segunda de su
historia. Perdió en los penaltis de la manera más cruda posible. Y aquel día
nació una fobia irracional hacia unos colores, un escudo, un equipo: el Bayern
de Múnich. El destino quiso volver a emparejar a ambos equipos en este grupo de
la Champions League. Jamás desde aquel fatídico día fue capaz el Valencia de
vencer a los alemanes. Ni siquiera hoy, pero es muy probable que ese terror
hacia los bávaros haya desaparecido para siempre.
El
futbolista que salió peor parado de aquella decisiva tanda fue Mauricio
Pellegrino. El notable central argentino fue el encargado de lanzar el último
penalti de su equipo. Lo lanzó con la izquierda, fuerte y colocado, pero Oliver
Kahn adivinó perfectamente la trayectoria de su disparo. Hoy no estuvo en el
campo, sino en el banquillo para dirigir al Valencia a la victoria. Y
probablemente, si el partido tuvo ese color épico fue gracias a su alma. Se le
puso muy cuesta arriba el duelo a los chés a la media hora. Barragán no fue capaz
de medir su euforia y arrolló sin control a Alaba en la banda. El polémico
Howard Webb le señaló el túnel de vestuario con todas las de la ley. Fue en ese
preciso instante donde la mano de Pellegrino se notó. Cual general romano,
arengó a sus tropas a la victoria. Reconvirtió a Feghouli al lateral derecho e
hizo explotar a Mestalla para que llevara en volandas al equipo.
El
partido del Valencia con diez jugadores fue excepcional. No se equivocaba el
mítico Helenio Herrera al afirmar que con diez se juega mejor que con
once. Primó la cordura en el conjunto ché. Su juego fue serio, inteligente y,
sobre todo, consecuente. No se empeñó en someter al Bayern, sino en hacer
florecer sus carencias. Cissokho fue un pulmón por la izquierda. Cortó
cualquier atisbo de peligro y se sumó al ataque cuando más daño podía hacer.
También fue vital la labor de Tino Costa y Éver Banega en el centro del campo.
Su presión fue exquisita, y su toque de balón, rápido, preciso y venenoso. Pero
sin duda la estrella del partido fue Sofiane Feghouli. El franco-argelino se
destapó como un lateral total. Incluso en algunos momentos se llegó a pensar
que Cafú había vuelto a vestirse de corto. Pero no, se trataba de un joven
futbolista que por fin comienza a recoger sus frutos. Fue el corazón de ese
Valencia que conmocionó al mundo del futbol a principios de siglo. Su gol trajo
a la mente a los mejores Mendieta, 'Piojo’ López, Vicente, ‘Kily’ González… Se
plantó en la frontal del área, dribló a dos rivales y ejecutó con la izquierda
un disparo nacido en el alma. Batió a Neuer, como pudo haber batido a Kahn,
después de que el balón golpeara en la mano de Dante.
Pero
si bien el Valencia estaba poniendo el dramatismo al encuentro, las ocasiones
más claras estuvieron teñidas de rojo. No es menos cierto que el Valencia
sufrió demasiado ante un Bayern que jugó con poco gas. Dante fue un auténtico
quebradero de cabeza a balón parado y obligó a Guaita a emplearse a fondo en
más de una ocasión. La entrada de Mario Gómez y Mandzukic no fue más que un
añadido al creciente peligro bávaro. Un remate al poste del segundo antes de
que Feghouli incendiara Mestalla sirvió de aviso de lo que se avecinaba. Centró
Lahm desde la derecha con la clase que le caracteriza. En el área esperaba la
artillería: Mandzukic la dejó pasar, Gómez la tocó de tacón y Müller la empujó
al fondo de las mallas. Calló Mestalla; calló Valencia. Y después, volvió a
rugir. Comprendió que el complejo por fin se había terminado. Están en octavos, tienen
el liderato del grupo al alcance de la mano y lograron plantar cara al todopoderoso Bayern con diez jugadores durante más de sesenta minutos. Doce años
después, Cañizares podrá secarse de nuevo las lágrimas, esta vez de felicidad.
PabloG.
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