Este artículo no se publica
hoy por casualidad. Lo pude hacer ayer, pero hubiera sido absurdo. ¿El motivo?
Una cuestión muy simple: nadie hubiera prestado ni la más mínima atención a un
texto que critica a un equipo que ha humillado a su rival endosándole un
contundente 5-0. Hoy, una vez pasada la tormenta, espero que se le preste un
poco de atención. Porque no, no es oro todo lo que reluce. Definitivamente no.
El Málaga, por fases, no me gustó un pelo.
La seña de identidad del equipo que entrenaba Manuel
Pellegrini la temporada pasada era un ataque posicional exquisito. El Málaga
era un ciclón con el balón en los pies. Lo movía de un lado a otro, encontraba
los espacios ocultos y desangraba al rival. La mayoría de las veces estos
espacios llegaban por banda, donde los laterales llegaban hasta línea de fondo
y desmontaban el entramado defensivo del rival. Pero lo que diferenciaba a ese
Málaga del resto de equipos de la liga española y probablemente también de
Europa era su intercambio de posiciones. El balón rodaba, y al mismo tiempo se
producía el desorden a partir de la línea de tres cuartos de campo. Un desorden
ordenado, claro. Y altamente productivo.
Ahora la situación ha cambiado: Pellegrini se ha ido,
y con él los grandes peloteros. Han llegado Schuster y otra clase de jugadores.
Y aunque el alemán dijo en su presentación que su idea del fútbol no se
encuentra muy lejos de la de Pellegrini, es lógico que haya variaciones. Más
que nada porque el Málaga ha cambiado su plantilla de arriba abajo. Pero lo que
no concibo es lo que se vio contra al Rayo. El Málaga se basó exclusivamente en
los balones largos cuando le tocaba proponer fútbol. Hubo ratos en los que lo
único que diferenció al Málaga de Schuster con el Stoke City de Pulis fueron
los saques de banda: en La Rosaleda se hacían en corto.
Los hombres de Paco
Jémez tienen bien aprendida la lección: tocar, tocar y tocar. Es de admirar que
un equipo tan humilde sea tan valiente. Incluso se atreven con la salida
lavolpiana. Es decir, sacar el balón desde atrás con los centrales bien
abiertos, incrustando al medicentro entre ellos y abriendo mucho a los
laterales, que se sitúan a la altura de la línea central. Esta peculiar manera
de iniciar la jugada la desarrolló el argentino Lavolpe, sobre todo, en la
selección mexicana que disputó el Mundial de Alemania en 2006, de ahí el
nombre. Su realización es tremendamente dificultosa y arriesgada, pero si sale
bien no hay mejor forma de dominar al rival, porque abre huecos por todos
lados. Un ejemplo de su dificultad es que al Bayern de Guardiola le está
costando un mundo asimilarla. Sin embargo, el Rayo la hace de maravilla.
En la Rosaleda, Galvez y Galeano (después Arbilla) se
abrían y Tito y Nacho ganaban la línea divisoria. En medio de los centrales se
situaba Saúl Ñíguez, dueño y señor del encuentro durante la primera parte. El
canterano atlético desquició a un Málaga que nunca supo leer ese inicio de la
jugada. El Hamdaoui iba a presionar a los centrales y Sergi Darder se veía
obligado a seguir a Saúl. El problema: esto hacía que Trashorras se quedara
solo en el centro del campo, con lo que ello implica. La mala lectura de esta
jugada, que se repitió cada vez que el Rayo arrancaba desde atrás, provocó que
los franjirrojos bailaran al Málaga durante buena parte de la primera mitad.
El Málaga, sin embargo, basó el partido en su
efectividad. Con balones en largo o enlazando a la contra (ahí pocos equipos
están a su altura) pudo plantarse varias veces frente a la portería de Rubén y
perdonó pocas de ellas. Consiguió con goles lo que no pudo hacer con fútbol.
Pero ¿qué pasará cuando esos balones no entren, cuando esas ocasiones (que
fueron más porque los vallecanos defienden de manera calamitosa) tarden y
tarden en llegar? El partido dejó clara una cosa: Schuster le da a su equipo un
cubo de pescado en forma de buenos futbolistas; Paco Jémez, en cambio, les da
una caña.
PabloG.
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