En
ocasiones, un pequeño detalle es capaz de decidir una batalla de noventa
minutos en la que no se puede apreciar un claro vencedor. Esa es la magia del
fútbol, deporte rebosante de emociones. Sin embargo, esto no ocurre siempre.
Otras veces existen diferencias insalvables entre uno y otro equipo. Un primer
tiempo sublime y un gran portero en estado de gracia sirven para finiquitar a
cualquiera; más si cabe a un Athletic que, aunque mostró una inmensa mejoría en
la segunda mitad, sigue sin encontrar aquella senda gloriosa que hace un año le
condujo a disputar de manera brillante dos finales.
Dos
protagonistas, acompañados en todo momento por la que se presume la gran
estrella del futuro, hicieron que el partido tuviera dos actos bien
diferenciados. Cuando apareció el primero no hizo falta que asomara el otro; en
cambio, cuando el segundo más lucía, más se echaba en falta al primero. La
primera mitad de Portillo fue como un sueño hecho realidad. En un Málaga algo
cambiado debido a lo cercana en el tiempo que se halla la gran final de Oporto,
el paleño fue capaz de brillar por encima del resto. Ni siquiera Isco, siempre
estupendo, fue capaz de hacerle sombra. Acaparó el balón y distribuyó como si
llevara toda la vida jugando en la medular, alzando su voz para decir que está
aquí y para muchos años; que poco importa quién salga o quién entre, él es
capaz de hacer a jugar al equipo de la mejor manera posible. Claro, con el
césped en un gran estado, todo es mucho más fácil.
Pero
si Portillo estuvo excelente, el que más sorprendió fue Piazon. El talento
brasileño, el hambre de la juventud y la suavidad en el toque que es sello de
identidad de este equipo hacían presagiar que el Málaga había firmado una
perla. Destacó cada vez que tuvo ocasión con la canarinha y con los reservas del Chelsea e incluso con el primer
equipo, pero su actuación de ayer fue quizá la más completa que se le recuerda
si tenemos en cuenta que tiene sólo diecinueve años. Piazon, arropado en todo
momento por el espectacular físico de Baptista, que está de vuelta, y la
potencia de Antunes, que acaba de llegar para quedarse, fue un tornado por la
izquierda. Se encargó de proponerle a Iraola una partida difícil de ganar,
sobre todo a los diecisiete minutos, cuando un recorte dejó al brasileño con
todo a favor para ponerle en bandeja el gol a Saviola. Pero lo mejor de la
actuación de Lucas fue su implicación. Se desvivió en ataque y se vació en
defensa, sorprendiendo a propios y extraños. Sin duda, fue el elemento de
cohesión entre los dos actos del encuentro.
Porque
en la segunda parte, el león volvió a rugir. Quizá con menos fiereza que antes,
pero con la misma ambición. Cuando De Marcos comenzó a carburar, cuando el
empuje de Susaeta se hizo patente, el Athletic despertó y el dominio quedó en
igualdad. Pero en esos momentos en los que el Málaga más bajó su nivel,
apareció el gran héroe de la tarde: Willy Caballero. Si Sabella no quiere ver
que es el mejor portero, no sólo de Argentina, sino de la Liga BBVA
actualmente, allá él. El caso es que los de Bielsa no lo olvidarán tan
fácilmente. Ya dejó un aperitivo sensacional en el primer tiempo con una doble
parada imposible a Ibai y Aduriz. Lo de la segunda parte fue diferente, aunque
igual de espectacular. Si el Málaga pudo hacerse con los tres puntos fue por su
soberbia actuación. Las paró de todos los colores: de falta, a bocajarro, de
manera sobria y espectacular. Cuando más apretó el Athletic, con Aduriz y
Llorente en el campo, más lució Caballero. Tanto, que en unos últimos minutos
de infarto, lanzó una contra que el recién ingresado Joaquín no culminó por un
palmo. Ahora sólo falta que repita gesta en Portugal y deje la eliminatoria
encarrilada. El sueño debe continuar.
PabloG.
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