En medio de la tormenta desatada en torno a él, fútbol.
Sergio Ramos sigue siendo futbolista. De los mejores del mundo en su puesto,
para ser exactos. Hay pocos en el panorama internacional con su entrega y su
garra. Quizá no siempre esté al mejor nivel y quizá a veces se
exceda, pero nunca baja el ritmo ni la intensidad. Expulsiones como las del
pasado miércoles lo condenan, pero pocos se fijan en lo que hay detrás: Sergio
Ramos no esquiva responsabilidades nunca en el terreno de juego. Si se tiene
que jugar la roja, se la juega, porque se siente líder y responsable de su
equipo. Y eso es muy admirable.
En poco más de una semana, Ramos llegó a ocupar tres
posiciones diferentes: mediocentro en el Camp Nou, central contra Sevilla y
Rayo Vallecano, y lateral derecho en casa de la Juventus. Su desempeño fue
desigual, pero la confianza de su entrenador para entregarle el puesto de mayor
responsabilidad en los trascendentales duelos de Barcelona y Turín fue total.
Resume muy bien lo que es este jugador que ejecuta con los pies lo que le nace
en el corazón.
Sergio Ramos es, probablemente, el defensa más versátil del
fútbol actual. Adaptable a varias posiciones, como ya hemos comentado antes, y
defensivamente excelso. Su juego aéreo es una de sus armas más explotadas y más
poderosas y le permiten cortar multitud de balones. El resto los recupera por
pura colocación y un corazón que no le cabe en el pecho. Además es muy rápido.
Eso le permite corregir los defectos de su compañero de baile en la zaga.
Pero ofensivamente también es un arma muy peligrosa. Saca el
balón desde atrás con soltura y de manera exquisita, ya sea en corto y
avanzando con el equipo o con un preciso envío en largo, donde también destaca,
porque su pierna derecha es un una delicia. Por precisa y por potente. Líder
atrás, sus avances causan pánico en el rival. Y es que no se puede olvidar que
hubo un tiempo en el que Ramos vivió más en el ataque que en la defensa,
prácticamente.
Corría el año 2008 y la selección española se alzaba
campeona de Europa. Allí estaba Ramos, bebiendo de aquel fútbol de ensueño
pegado a la banda derecha. Era un auténtico ciclón. Destrozaba a la defensa
contraria apareciendo por sorpresa, cuando los sistemas diseñados por los
seleccionadores contrarios eran incapaces de detectarlo. Y por eso fue un pilar
muy importante, con 22 años, de un equipo mágico. Repitió actuación y éxito en
2010. Y se consolidó en la élite para después brillar como el central más
completo del mundo.
Sergio Ramos es una pieza casi
insustituible. No existe ningún futbolista en el planeta capaz de ocupar su
posición con las mismas garantías que él y a la vez cubrir la misma cantidad de
registros. Ha aprendido a lo largo de su carrera como moverse por el mundo del
fútbol y ha logrado cambiar la imagen que tenía cuando salió de Sevilla a
cambio de 27 millones de euros. Ahora se ve envuelto en un meollo que
probablemente no le haga justicia, porque ante todo, es futbolista.
PabloG.
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