Arsenal y Chelsea empataron (0-0) en un partido que ofreció
mucho menos de lo que anunciaba. Pero que sirvió para dejar vivos a ambos
equipos en la Premier. El Chelsea, con trivote, fue de más a menos; el Arsenal,
que no hizo cambios, se creció con los minutos hasta el punto de tener el
partido en sus manos al final.
No
fue el más brillante de los partidos, pero sin embargo sirvió de mucho a ambos
equipos. Al Chelsea, por ejemplo, para no perder comba con respecto a la cabeza
de la liga. Y para demostrar que cuando Mourinho dispone sus fichas sobre el
tablero, es capaz de condicionar tácticamente casi a cualquiera. Al Arsenal,
aunque perdió el liderato, le sirvió para ganar algo de moral. Ahora son
segundos, empatados a treinta y seis puntos con el Liverpool y perjudicados por
un goal averagepeor, pero después del ridículo que hicieron contra
el Manchester City, sellado con un 6-3, se volvieron a convencer de que pueden
plantarles cara a los equipos punteros de la Premier. Que no han sido un
espejismo estos meses de competición y que siguen siendo candidatos al título.
Los
dos equipos siguieron trayectorias muy diferentes durante los noventa minutos.
El Chelsea dominó hasta la primera mitad, asentado en la ventaja táctica que le
suponía presentarse hoy en el Emirates con un trivote formado por Lampard, Obi
Mikel y Ramires. Tres soldados a las órdenes del mejor de los generales que
anularon por completo el juego del Arsenal. En palabras de Mourinho, la
inclusión de Mikel en el once respondía a una necesidad de ganar “equilibrio
para no quedar expuestos” y sufrir a la contra. Le salió redondo. Obligó a Özil
a recibir atrasado y Ramsey no pudo despegar en ningún momento.
Y
aún mejor le pudo salir si el larguero no llega a impedir que la volea de
Lampard desde la frontal entrara en la portería de Szczesny. Fue la mejor
ocasión del Chelsea en la primera mitad y en todo el partido. Y quizá la única
de peligro real. Coincidió con el progresivo arranque del Arsenal. O, más bien,
fue su causa directa.
Arteta
campó a sus anchas por el Emirates. Aprovechó la ausencia de un mediapunta en
el Chelsea para situarse inmediatamente por delante de los centrales y desde
ahí desplegar su fútbol. Fue lo mejor del Arsenal, el único argumento ante un
Chelsea que le ahogaba en el plano táctico. Pero no pudo hacer ninguna
maravilla. Ramsey, su teórico primer apoyo, se iba a los tres cuartos de campo.
Özil se ofrecía, pero lo máximo que daba era un apoyo de cara. Ni Sagna ni
Gibbs eran profundos. El escenario era desolador. Arteta tenía una bomba
nuclear en sus manos, pero no había aviones en el aeropuerto que le ayudaran a
lanzarla.
Poco
a poco se fue asentando el Arsenal. Comenzó a desplegar su fútbol y el partido
giró a la ida y vuelta. Un clásico en la Premier, un ingrediente indispensable
para que el partido guste. Pero fue una ida y vuelta muy moderada. Muy
respetuosa, como todo el partido. Los dos equipos se jugaban demasiado y eran
conscientes de que un error les dejaba gravemente heridos en la tabla. Que
tenía mucho más que perder el Arsenal también era una realidad. Una derrota
tumbaba anímicamente a los de Wenger, además de dejarles a un punto del líder
Liverpool.
Y
fue por eso por lo que Mourinho quiso romper el empate a cero. Porque ya estaba
bien de conservar. Entraron dos de sus hombres de mayor confianza, Schürrle y
Oscar, con el objetivo de hacer añicos el partido. Diez minutos más tarde se
arrepintió; tuvo que entrar David Luiz por Torres para amarrar el empate. Ya no
parecía tan mala idea.
Wenger
no hizo cambios pero su Arsenal brilló más al final del partido
El
motivo era simple, aunque complejo de entender físicamente hablando. Y es que
un Arsenal que no había hecho un solo cambio devoró al Chelsea en los diez
minutos finales del partido. Ni un cambio, cero. Wenger ni siquiera quitó a
Rosicky, discreto durante los noventa minutos y pasado de revoluciones, a pesar
de tener una amarilla. Casi lo borda. En una de las pocas subidas de Gibbs por
la izquierda, se asoció de maravilla con el checo. El balón llegó a los pies de
Giroud en una posición perfecta. Pero entonces Cech se estiró para tapar todo
el espacio posible y mandar el balón a córner. Era la segunda que tenía el
francés. La primera la echó fuera después de un gran pase de Ramsey.
Y
entonces llegó el final. Acabó un espectáculo que ofreció mucho menos de lo que
anunciaba. Pero también se acabaron esos noventa minutos de respeto mutuo entre
dos equipos que se saben rivales directos por el título. Unos noventa minutos
llenos de lecturas y de matices muy diferentes, contradictorios en algunos
casos. El Chelsea sigue vivo y acecha. El Arsenal, por supuesto, también.
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