Con un
partido brillante en la primera mitad y de una solidez extrema en la segunda,
Mourinho y su Chelsea pasaron por encima del Liverpool. Con las dos caras
fueron el mejor equipo sobre el césped. Y eso que empezaron perdiendo, porque Skrtel
empujó a gol una jugada a balón parado a los tres minutos de juego. Pero
después, gracias a una intensidad envidiable y una mentalidad ganadora, Hazard
y Eto’o consiguieron darle la vuelta al partido.
Después de
criticarlo crudamente, Mourinho plagió a Benítez y colocó a David Luiz de
mediocentro. Arriesgó mucho, porque el brasileño es una caja de sorpresas tanto
para bien como para mal. Pero le salió redondo. En la segunda parte, Brendan
Rodgers quiso anularlo colocando a su espalda a Coutinho para que enlazara con
Luis Suárez, aunque ya era demasiado tarde. Para ese entonces David Luiz ya
había decidido el partido. Solucionó los problemas de elaboración del Chelsea
con un acierto sorprendente. La manera en la que inició la jugada del 2-1, obra
de Eto’o, definió su partido: un pase picado, rebosante de confianza, suelto y
profundamente vertical. David Luiz marcó los frenéticos tiempos del juego blue para lograr la victoria.
Pero si un
futbolista es mourinhismo en su
esencia, ese es Willian. El brasileño está irreconocible. Atrás ha quedado ese
fútbol de fantasía, de amagos constantes y de velocidad indescriptible que
enamoró a Ucrania, Europa y el mundo entero. En el Shakhtar, Willian era pura
samba. Ahora ya no es nada de eso. Su fútbol es más feo y mucho menos
eléctrico, pero muchísimo más útil para el equipo. Trabaja en defensa, recupera
balones (hasta once en el partido de hoy, el jugador que más veces lo hizo) y
aporta equilibrio. Se mancha de barro hasta los codos. Y así triunfa. Tanto o
más que regateando anárquicamente. Aunque brille menos.
Hazard es
un diablillo con el culo muy gordo y una facilidad apabullante para ser
decisivo. Cuando llegó a la frontal del área y antes de que le pegara con el
interior del pie, todos habíamos adivinado ya la trayectoria de ese balón:
moriría en la escuadra. La jugada la inició él, consciente de que si seguía
corriendo le llegaría su oportunidad. Tiene tanta mala leche en el cuerpo que
su suave toque se convirtió en un misil teledirigido. Nada pudo hacer Mignolet,
errático en el segundo gol. El belga cometió un error infantil ante un chacal.
Eto’o metió la puntita nada más, lo justo para voltear el partido y el corazón
de más de un amante del fútbol. No está en plenitud pero sigue goleando, como
siempre.
A este Liverpool
le falta picardía y algún que otro tiro en el cuerpo. Casi tantos como le
sobran al Chelsea. Los chicos de Brendan Rodgers todavía creen que al fútbol se
juega con los pies, haciendo jugadas imposibles y que los goles son lo más
importantes. Son muy cándidos. En el fútbol, en este fútbol de altísima
competición, cada partido es una guerra. Y más si se juega en Stamford Bridge,
donde no desmontan las trincheras entre juego y juego. Ni siquiera por Navidad.
Cuando acabó la primera parte, Sakho le pidió la camiseta a Eto’o. Es normal;
es un muchacho joven que seguramente creció cantando los goles del camerunés.
Pero reflejó lo que era el partido. Futbolísticamente eran niños contra hombres
que tenían la lección muy bien aprendida. Y la lección era ganar el partido por
talento y preservarlo por la fuerza.
En el
descanso, Mourinho quitó a Lampard y metió a Obi Mikel. Quitó a la chispa y
metió al músculo. Quitó al emblema del Chelsea y metió a un futbolista que
sostenía la bandera de su ideario. Y en ese momento Stamford Bridge supo que
el partido no se escapaba. No sólo porque Luis Suárez, el único arma de
verdadero peligro del Liverpool estaba desaparecido. No sólo porque le estaban
pegando, con y sin balón, para anularlo. No sólo porque sin él el Liverpool no
es nada. No. Sabía que no se escapaba porque cuando Mourinho arriesga siempre
gana. David Luiz, Willian y Mikel para decidir un partido. Y un profundo olor a
seriedad y campeón de la Premier League.
PabloG.
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