Para pronunciar correctamente su nombre hace falta un profundo
conocimiento del idioma armenio. Sin embargo, su fútbol se entiende a simple
vista: es de muchísimos quilates. Hoy decidió uno de los partidos más
importantes de su vida. Si el BVB sigue vivo en la Liga de Campeones es,
principalmente, por culpa de Henrikh Mkhitaryan. Voló sobre el césped del
Westfalenstadion para hacer olvidar a los viejos ídolos de la afición borusser,
esta vez de manera definitiva. No marcó y no asistió, pero vimos la mejor versión
del exsoviético, que se asemejó muchísimo al futbolista que era en el Shakhtar
Donetsk de Lucescu la temporada pasada.
Eso no es poca cosa. Partiendo desde la mediapunta,
Mkhitaryan batió el récord de goles anotados por un mismo jugador en la liga
ucraniana, con veinticinco goles. Pero además fue pieza clave en lo que era un
claro candidato a ganar la Champions hasta que Williams se marchó al Anzhi en
el mercado invernal. Mkhitaryan pudo elegir entre un ramillete de los mejores
clubes del mundo en verano, pero se decantó por el Dortmund. Klopp lo esperaba
con los brazos abiertos después de desembolsar 27,5 millones de euros por él,
el fichaje más caro de la historia del club de la Cuenca del Ruhr. La intención
estaba clara y la apuesta era fuerte: el BVB se entregaba al contragolpe. Hoy
se ha visto que era caballo ganador.
El armenio hace mejor a todos los futbolistas que se
encuentran a su alrededor, siempre y cuando el ritmo del partido sea muy alto.
A gran velocidad se transforma y desafía a la lógica y casi a la física: se
vuelve más preciso y más letal. Y todo, a pesar de no ser un jugador
excesivamente rápido. Pero su conducción le hace superior al resto. La lleva
cosida al pie, de tal forma que puede cambiar de ritmo y de dirección con
facilidad sin riesgo de perder el balón. Eso con auténticas balas a su lado
como Kuba, Reus, Lewandowski o Aubameyang es un arma poderosísima que Klopp
explota a la perfección. El BVB parece una versión mejorada del primer Chelsea
de Mourinho. Este volaba por tres pasillos sobre el césped, los subcampeones de
la Champions lo hacen por cuatro. Y el de Mkhitaryan, siempre contiguo al
delantero, es el más importante. Es el que inicia la jugada, el que da la
ventaja estratégica y, muchas veces, el mejor para definir la jugada.
En las
antípodas de Götze
Klopp fichó a Mkhitaryan aún a sabiendas de que su equipo
perdería mucho brillo en el ataque posicional. No se parece lo más mínimo a
Mario Götze; no es un jugador tan brillante en el pase como para meter al
equipo contrario en el campo rival. Pero en el fondo merecía la pena. Nada
casaba mejor con el “rock and roll”
que le gusta proponer sobre el césped al preparador alemán. Ese estilo que
obliga al rival a buscarte arriba por culpa del vaivén constante de ocasiones
en los que se transforman los partidos, beneficia considerablemente a
Mkhitaryan y otorga al juego del Borussia Dortmund muchas más posibilidades de
las que aparentemente podría tener. El partido contra el Napoli ha sido un
ejemplo muy claro: lo ha obligado a dejar espacios aglutinando a muchos hombres
en ataque, siempre liderados por Mkhitaryan.
Mkhitaryan se pronuncia Mikitarian,
con la sílaba tónica en la primera a.
Juega de escándalo y tiene a su equipo a un paso de la siguiente ronda. Su
fútbol recuerda al célebre Highway to
hell de ACDC por calidad e intensidad, y si uno lo mira fijamente a los
ojos puede ver ese rastro de locura tan característico de Klopp, aunque su
apariencia sea la más tranquila del mundo. Es un diablo en el campo, un arma
mortífera al espacio y uno de los mejores jugadores del mundo. Por primera vez
hoy fue de amarillo lo que era de negro y naranja, y el fútbol lo agradece.
Necesita su adrenalina.
PabloG.
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