Como
en la película de Spielberg, aparece cuando menos se le espera. Se acerca con
sigilo, calcula las distancias y sale a flote para asestar un mortal mordisco a
su presa. Su apodo le delata: es un tiburón del área. Es su hábitat natural y
el gol, su medio de vida.
Mientras
su equipo la toca se encuentra ausente. No se deja ver, no aparece. No quiere
saber nada del balón ni de su esférica forma. Parece como si le importara un
bledo lo que ocurre en sus narices. Pero la realidad es otra. Bajo el agua,
Negredo no deja de aletear en todo el partido. Pelea con los centrales, los
mueve para abrir espacios y eso le permite estar siempre en el espacio y tiempo
adecuados para hacer el gol. Lo que se ve tan fácil desde fuera, ese toque que
sólo empuja el balón para meterlo en la portería georgiana, requiere de minutos
y minutos de lucha, de brega. Y en eso Negredo es el mejor.
A
la sombra de Diego Costa –de su futuro, más bien–, Negredo se ha hecho fuerte a
base de efectividad y entrega. Sale a gol y derroche físico por partido, un
arma de la que la España preciosista de Del Bosque no puede prescindir de
ninguna manera. Es un delantero centro de los de verdad, de los de siempre. De
esos que te fabrican un gol resolutivo de la nada. Esa especie de futbolista en
peligro de extinción capaz de marcar con la oreja o con el ombligo ese tanto
que el resto de sus compañeros no puede ni con el más ortodoxo y ajustado de
los tiros. O con una chilena, le da lo
mismo. Pero además, Negredo es de los buenos. De los mejores, para ser más
concretos.
Este
tiburón tiene un extra del que pocos más pueden presumir: es vallecano. Y como
buen vallecano, es combativo. Despreciado por el Real Madrid, se tomó la
justicia por su mano en Almería hasta transformarse en uno de los mejores
delanteros del país. Le llegó la oportunidad de formar parte de una escuadra
mítica como la del Sevilla y no desaprovechó la ocasión: goles, goles y más
goles; goles de todos los colores para ser tenido en cuenta, para poder formar
parte de ese grupo mágico que arrasaba en Europa y el mundo. Le costó lo suyo,
a pesar de que siempre cumplía. Pero por fin lo ha conseguido. Ya es miembro de
pleno derecho de esta histórica selección.
Se
ha montado un gran revuelo a raíz de su partido ante Bielorrusia. Gente muy
entendida, o que al menos lo aparenta, en esto del fútbol que se tira de los
pelos y se pregunta que qué le hace falta a Negredo para ser considerado un
futbolista de referencia mundial en su posición. La respuesta es fácil: goles
son amores, pero sin un buen altavoz mediático que difunda ese querer por los
cinco continentes, la cosa está complicada. En Manchester se encuentra ahora
mucho más cerca de esa posición que cuando goleaba en Nervión o en el Juegos
del Mediterráneo. Pero todavía le falta el peso que te da jugar en el Madrid,
en el Barcelona o en el Bayern.
Pero
mientras se fijan o no en él; mientras se preocupan o no de dedicarle las
portadas y titulares que merece, el tiburón de Vallecas seguirá buceando en
busca de nuevos retos, de nuevos desafíos. Continuará destrozando a mordiscos todo
lo que se le cruce en su camino. No cree en la suerte. No espera que nadie lo
agarre un día de los brazos y lo lleve volando hasta el paraíso que se gana día
a día con su fútbol: sabe que sin trabajo nada es posible. Sabe que la suerte
se busca y se conquista, no se merece ni se espera. En eso es más vallecano que
nadie.
Un
segundo. ¿No oyes esa musiquilla irritante? Cada vez es más intensa y
estridente. ¡Ya viene! ¡Cuidado con el tiburón!
PabloG.
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