La tierra que la locura nacionalista del
ser humano devastó está hoy de fiesta. Bosnia-Herzegovina, cuya sociedad y
cultura vuelven a florecer sobre la hierba quemada, estará en la primera cita
mundialista de su historia. Tras el horror, la barbarie, 100.000 muertos y casi
2 millones de desplazados, sólo fútbol y alegría.
Cuando uno habla de Bosnia-Herzegovina,
lo primero que se le viene a la cabeza son guerras, masacres y genocidios. Lo
que ocurrió allí durante la primera mitad de la década de los 90 fue algo tan
atroz que ha quedado en el subconsciente de las personas para siempre. Se
enfrentaron en combates fratricidas las cuatro etnias y las tres comunidades
religiosas que daban a Bosnia una riqueza cultural envidiable. Serbios
ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes no tuvieron piedad entre
ellos. Que la Biblioteca Nacional de Sarajevo fuese devastada por las llamas
era un angustioso símbolo de que la razón había pasado a un segundo plano: sólo
importaba pasar por encima de ese enemigo que antes era hermano.
Uno de los episodios más monstruosos de
toda la guerra tuvo lugar en la región de Srebrenica. Allí, el Ejército de la
República de Srpska (o Ejército de los serbios de Bosnia), dirigido por Ratko
Mladić, y el grupo paramilitar de “Los Escorpiones” llevaron a cabo una
limpieza étnica en la que murieron más de 8.000 bosnios de religión musulmana.
En el genocidio de Srebrenica también fueron fusilados niños, mujeres y
ancianos, a pesar de que el objetivo inicial era eliminar únicamente a los hombres
de la zona. Todo ello en nombre del nacionalismo serbio. Srebrenica es una de
las heridas más profundas las Guerras Yugoslavas. Una herida que ni siquiera
hoy en día, veinte años después, ha logrado cicatrizar.
Sarajevo jamás volverá a ser lo que fue hasta
1992. Aquella ciudad cosmopolita en la que coexistían de forma pacífica las
comunidades católicas, ortodoxas, musulmanas y judías. La visualización de sus
respectivos templos perfectamente integrados en el paisaje de la ciudad llenaba
de paz y tranquilidad a la ingente cantidad de turistas que visitaba cada año
la capital bosnia. Ahora que el terror ya se ha esfumado de esa bella tierra,
Sarajevo, y Bosnia en general, quieren recuperar la esencia que el odio humano
les arrebató. Una empresa complicada y constantemente zancadilleada por unas
instituciones profundamente marcadas por la tragedia que sacudió al país. Por
eso nunca volverá a ser lo que fue; porque aunque su gente quiere y consigue
pasar página, su Estado se empeña en seguir estancado en el pasado.
Es curioso: cuando uno piensa en Bosnia,
piensa en guerras, masacres y genocidios, pero no piensa en fútbol.
Bosnia logró ayer la clasificación para
el primer mundial de su historia con una fantástica generación de futbolistas.
Los Spahić, Misimović, Pjanić, Džeko o Ibisević serán recordados para siempre
como héroes. Liderados desde el banquillo por Safet Sušić, certificaron su
clasificación para Brasil gracias a una gran jugada del ‘10’ del Manchester
City rematada en boca de gol por el delantero del Stuttgart. Se clasificaron
como primeros de grupo después de alcanzar los 25 puntos, los mismos que
Grecia, aunque con un gol más a su favor.
El fútbol, reflejo del cambio
En los últimos años, el progreso del
fútbol bosnio ha sido meteórico. Tras una dura transición después de la
desintegración de Yugoslavia y, por consiguiente, de su selección, los bosnios
han encontrado por fin su identidad. Una identidad que, curiosamente, no se
encuentra muy alejada de lo que mostraba cita tras cita la selección plavi: talento a raudales y mucho
corazón sobre el césped, pero muy poca organización. Sin embargo –o por eso,
más bien– se han convertido en el combinado nacional más potente de los
Balcanes.
Los once elegidos para escribir con
letras de oro el nombre de Bosnia-Herzegovina en la historia del fútbol fueron:
Begović; Vršajević, Bičakčić, Spahić, Salihović; Pjanić, Medunjanin, Misimović,
Lulić; Ibišević y Džeko. Dos datos hablan con claridad de lo que ha sufrido el
pueblo bosnio: ocho de estos futbolistas se criaron fuera de las fronteras del
país; de los once, sólo Misimović no es hijo de movilizados por la guerra.
Pero también es el reflejo de lo que está
ocurriendo en un territorio que mira al futuro con optimismo. Bosnia, como el
ave fénix, está renaciendo de sus cenizas, y que su selección de fútbol esté
presente en la primera cita mundialista de su historia no es más que un reflejo
de que las cosas se están haciendo bien. La explosión de júbilo que ayer
comenzó en Kaunas con un gol de Ibisević y que se extendió por todo el
territorio bosnio es un argumento más para solidificar una nación que quiere
ser plural, abierta y, ante todo, digna.
Bosnia estará en Brasil y el fútbol
sonríe. Sigue tirando barreras.
PabloG.
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