En
las religiones dhármicas, el karma es
esa energía trascendente que se deriva de los actos de las personas. Es esa
fuerza que emana de cada acción que realizamos e inicia una poderosa relación
de causa y efecto: si nuestras acciones son buenas, el karma nos recompensará en el futuro; si por el contrario son malas,
nos castigará. Cómo son el fútbol y el maldito karma. Tan sólo noventa y seis horas después del fatídico gol de
Felipe Santana en Dortmund, el Málaga pudo sonreír. Tuvo que ser en el último
minuto, no había otra opción. Tuvo que ser de nuevo un brasileño el que
introdujera el balón en la red, esta vez para llevar a la gloria a los
malaguistas. Málaga lo merecía. Por las agresiones sufridas, por las tomaduras
de pelo y las ilusiones rotas. No había mejor forma. Las cosas que tiene el karma.
Debió
echarse a temblar Platini cuando conoció la noticia del gol de Baptista. No
sería de extrañar que en unos días nos enteremos de que ese chiringuito tan
bien organizado que tiene la UEFA echa el cierre. Ya se sabe, “cuando las
barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. Pero hasta que el
dichoso karma no termine su trabajo,
la ambición de cualquier equipo debe ser formar parte de esa especie de bacanal
del fútbol que organiza el máximo estamento del europeo, llamada Champions
League, y que ellos mismos se encargan de destrozar incomprensiblemente. El
Málaga, por méritos estrictamente futbolísticos, está en
el buen camino: continúa en la pelea por la cuarta plaza que ocupa la Real
Sociedad, a sólo cuatro puntos de los txuri urdin. Y no solamente eso, sino que desprende un aroma a fútbol
hoy en día inigualable dentro de nuestras fronteras. Ha vuelto el mejor Málaga.
Y el único objetivo es la liga.
El
partido fue una fiesta desde los prolegómenos. Con un recibimiento propio de
los campeones de Europa, los boquerones salieron enchufadísimos. No pesó ni el
esfuerzo titánico de Alemania, ni las horas de vuelo, ni el duro mazazo
recibido. Había ansias de venganza y eso se plasmaba en el ambiente. Jamás
gritó tan fuerte La Rosaleda. Y eso que el Osasuna, siempre valiente, no dio un
balón por perdido. Los rojillos pelearon conscientes de que cada vez ven más de
cerca el abismo del descenso. Pero el Málaga fue un ciclón incontestable
durante los primeros minutos. Si la goleada no fue de escándalo antes del
cuarto de hora, fue gracias a las manos de un portero que cada vez que pisa el
césped aumenta exponencialmente su caché. Ágil como un gato, Andrés Fernández
sacó una manopla prodigiosa a seco disparo de Júlio Baptista y evitó in extremis un rebote que se dirigía
peligrosamente hacia su escuadra. Su actuación fue formidable.
Poco
a poco fueron menguando los ánimos, fruto de la impotencia. El Málaga estaba
realizando uno de los mejores partidos de la temporada y las ocasiones,
clarísimas, se sucedían una tras otra, pero el balón no quería entrar. Saviola
fue el que más cerca tuvo el tanto, pero su lanzamiento se marchó fuera
repelido por el poste. Parecía que jamás se podría sobrepasar el muro navarro.
Ni la magnífica actuación de brega de Baptista en la delantera, ni la de Iturra
en el centro del campo parecía suficiente. Fue impresionante observar cada
movimiento del chileno, concentrado únicamente en desactivar la ofensiva rival
y entregar el balón con acierto. Ante la ausencia del lesionado Toulalan,
perdido para el resto de la temporada en Dortmund, asumió el papel de líder en
el centro del campo multiplicándose por mil. Pero hasta el final pareció que
Osasuna iba salir vivo de una Rosaleda a rebosar de gente y de ilusión. Hasta
ese mágico momento en el que Baptista reventó el balón contra las redes del
fútbol para llevar el éxtasis a una ciudad hasta ese momento hundida. Así es el
karma, sufrir hoy para disfrutar
mañana. El malaguista debe estar tranquilo: el año que viene merecen, por lo
menos, conquistar Europa.
PabloG.
No hay comentarios:
Publicar un comentario