“Estás despedido
Manolo”. Así de contundente fue la portada del diario Marca un día después del
empate del Real Madrid en La Rosaleda y de que el Barcelona se proclamara
campeón de liga con noventa y nueve puntos. A pesar de que el Madrid de
Pellegrini logró su récord histórico de puntuación en liga, no gustaron en la
capital ni la dura eliminación copera ante el Alcorcón, ni el varapalo de la
Champions en la que el Lyon apeó a los merengues en octavos de final por sexta
temporada consecutiva. Finalmente, tras una serie de discrepancias con el
equipo directivo del club (con el que traía un tira y afloja desde
pretemporada, en la que pidió que no se traspasara a Robben ni a Sneijder y que
se concretara la incorporación de Cazorla, pero ninguna de sus anteriores
peticiones se realizó), Pellegrini fue cesado en su cargo, que fue rápidamente
ocupado por José Mourinho.
He aquí el inicio
de la historia de un hombre que como Dante, tuvo que descender a los infiernos
para volver a tocar el cielo con sus manos. Ya lo hizo en Villarreal, donde con
duro trabajo y mucho sacrificio, llevó a un equipo de mitad de la tabla a toda
una semifinal de la Liga de Campeones, en la que cayó de la manera más cruel
posible ante el Arsenal, con un penalti fallado por Riquelme en los últimos
instantes que hubiera supuesto la clasificación para la gran final. De hecho,
fue su buen hacer en tierras castellonenses lo que le abrió las puertas del
Bernabéu, avalado por su atractivo juego colectivo y los buenos resultados
cosechados, ya que llegó a hacer subcampeón de liga al Villarreal.
Pero tras la
dolorosa salida por la puerta trasera del estadio de Chamartín, Pellegrini, ese
hombre que aterrizó en Madrid con la etiqueta de mejor entrenador de la Liga de
las Estrellas, se encontraba en el paro. No le faltaron ofertas, se habló
incluso de que el Liverpool se interesó por sus servicios para llevar a Anfield
de nuevo al primer plano futbolístico mundial, pero al chileno no le sobraban
las ganas. Estaba hundido después del trato que tuvo tanto por la prensa como
por su propio club en Madrid. Pero entonces llegó una llamada procedente del
sur de la Península: el Málaga, nuevo rico del fútbol español tras el
desembarco del jeque Abdullah Bin Nasser Al-Thani, había cesado al técnico
portugués Jesualdo Ferreira y necesitaba un golpe de timón que lo recondujera a
la parte noble de la clasificación. La empresa no era sencilla, ya que el
equipo costasoleño se hallaba decimoctavo con tan sólo siete puntos. Sin
duda, era un reto muy diferente para un técnico acostumbrado a otros objetivos
más altos.
Lo primero que
hizo Pellegrini, junto al director deportivo Antonio Fernández, a su llegada a
Málaga fue intentar recomponer una plantilla demasiado descompensada y rodearse
de jugadores de su plena confianza. De este modo aterrizaron en la capital de
la Costa del Sol Maresca, Demichelis, Baptista, Camacho y Asenjo, toda una
columna vertebral nueva para sacar al equipo del abismo. No fue un inicio
fácil, lleno de irregularidad y con unos jugadores que no lograban asimilar la
filosofía de su nuevo entrenador. Tampoco ayudaron las lesiones, que mermaron
al equipo blanquiazul, dejándole primero sin Baptista y después sin Asenjo, que
se volvió a romper el ligamento cruzado anterior, por lo que el club se apresuró
en fichar a Caballero, del Elche de Segunda División. Los resultados
continuaban sin llegar y la afición se desesperaba. No era este su sueño del
jeque. Para colmo, el día que Pellegrini volvió al Bernabéu, decidió sacar al
campo a los menos habituales, lo que acarreó un siete a cero que ruborizó a
todos los malaguistas.
Pero poco a poco
el equipo se fue asentando y asimilando conceptos, algo que después, con la
vuelta de Baptista, se fue transformando en goles y victorias. Con el brasileño
como estrella y con Caballero asentado, por fin, en la portería, el Málaga
firmó un final de temporada meteórico y acabó décimo primero, desplegando
además un juego envidiable. Pellegrini lo había logrado y la ilusión por la
siguiente temporada iba en aumento.
El verano fue
agotador en las oficinas del club, que no pararon de trabajar hasta tener
confeccionada una plantilla que permitiera luchar por Europa: la Europa League
era el objetivo. Pero para lograrlo debían de llegar refuerzos de calidad, y el
que abrió la veda no fue otro que Ruud Van Nistelrooy. La llegada del
legendario ariete holandés elevó la marca a otro nivel y propició el desembarco
de grandes jugadores a Málaga. Por La Rosaleda pasaron Toulalan, Joaquín,
Sergio Sánchez, Monreal, Mathijsen, Buonanotte e Isco, pero todavía se
necesitaba la guinda del pastel, por eso Pellegrini, como ya hiciera en el
Madrid, pidió el fichaje de Santi Cazorla, su pupilo predilecto en su época del
Villarreal. Con el fichaje de Cazorla por diecinueve millones de euros, el más
caro de la historia del club, el técnico chileno se sentía en condiciones de
darle a su afición la tan ansiada clasificación europea.
Tras el intenso
verano, se dio el pistoletazo de salida a la liga más ilusionante de la
historia del malaguismo. Pero pronto, los aficionados se encontraron con la
realidad, y es que como ocurriera en la llegada de Pellegrini a Málaga, había
demasiados jugadores nuevos como para asimilar su filosofía de primeras, por
eso el inicio de liga fue de lo más irregular. A esto hubo que sumarle el
enfrentamiento abierto que Apoño mantuvo con el técnico, lo que quebró un poco
más el ambiente del vestuario. Tampoco era Cazorla el líder que se esperaba de
él, lo que irritaba a la afición y tenía a Pellegrini en el alambre. A pesar de
todos los problemas, el equipo fue sacando poco a poco los resultados y se
asentó en la parte alta con un juego que se veía que podía ser brillante, pero
que todavía no lo era. Con la salida de Apoño en la segunda vuelta, el clima
del equipo mejoró y tras un período negativo que alejó al Málaga de los puestos
europeos, el cinco a uno al Zaragoza marcó el inicio de un nuevo final de liga
meteórico con Cazorla como director de orquesta. Tal fue la hazaña que en su
visita al Bernabéu, Pellegrini pudo tomarse la revancha de la manera más dulce,
con un gol de falta de Cazorla, su extensión en el campo, en los últimos
instantes del encuentro. Ni siquiera las lesiones de los jugadores más
importantes impidieron la proeza blanquiazul. Tras el sprint final, el Málaga
llegó a los últimos partidos de liga con opción de disputar la Liga de
Campeones e incluso de conseguir la tercera plaza, después de derrotar al
Valencia en La Rosaleda. El objetivo de la Europa League se quedaba pequeño.
Finalmente, la tercera plaza fue inalcanzable, pero si se logró el mayor
objetivo de la historia del club, y es que Málaga la próxima temporada será de
Champions. Una vez más, Pellegrini había logrado el objetivo, esta vez con
matrícula de honor.
Es por eso que
Pellegrini ha pasado de Manolo a Don Manuel, porque este Málaga, basado íntegramente
en su filosofía de toque y sacrificio, juega como los ángeles y ha conseguido
instalarse en la élite del fútbol europeo, sorprendiendo a propios y extraños. Sin
duda, el gran público, así como la ilusionada hinchada malaguista, tiene que
reconocer lo que es un secreto a voces: Pellegrini es un grande en lo suyo.
PabloG.
Muy entretenido de leer, mucho mejor que algunas cosas que se leen en medios informativos "profesionales", sigue asi amigo
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias!
EliminarTe espero por aquí.