Pescara,
la pequeña ciudad portuaria situada al Este de la península itálica, mira con
melancolía hacia Jerusalén. Ahora que su equipo se marcha de la Serie A en la
que fue su sexta participación en la máxima categoría del fútbol italiano,
después de una temporada decepcionante en la que fueron incapaces de mantener
ni el nivel del año pasado, ni la categoría. Siente nostalgia porque ve lo que
pudo ser y al final no fue. Siente nostalgia porque sabe que, de haber durado
su sueño tan solo una temporada más, su presente y su futuro hoy serían otros.
La
Italia sub-21 que hoy asombra al mundo se curtió en el Estadio Adriático, la
casa del Pescara Calcio 1936. Allí, de la mano del mítico preparador checo Zdenek
Zeman, se hicieron un nombre en el fútbol europeo jugadores como Verratti,
Insigne, Immobile o Capuano. El primero brilla con luz propia en el PSG; el
segundo, hace lo mismo en el Napoli; menos suerte tiene el tercero en el Genoa,
en el que no ha acabado de encontrar su sitio; el cuarto es el único que
todavía viste la camiseta biancoazurra del
Pescara. Hoy constituyen la columna vertebral de una selección italiana a la
que sólo le queda un escollo por superar –el más grande de todos– para convertirse
en campeona de Europa de la categoría con un juego deslumbrante.
Ellos,
acompañados de otros talentos como Sansovini o Romagnoli, fueron los artífices
de uno de los mayores logros de la historia del Pescara: situarlo en el
planisferio futbolístico. El modesto equipo abruzo se ganó el corazón de un
buen puñado de aficionados alrededor del mundo, a pesar de encontrarse en la
Serie B, lo que tiene un mérito increíble. Pero tiene su lógica: el Pescara
enganchaba. Su juego era dinámico y arriesgado, el clásico equipo fantasioso
del maestro Zeman, un superhéroe de los banquillos italianos capaz de convertir
en oro casi cualquier equipo modesto que toca –otra cosa son los grandes–. Con
su 4-3-3 inamovible, el buen trato del balón era fundamental. Verratti ponía la
pausa, y sus compañeros del centro del campo, el trabajo físico. Arriba,
Insigne era un puñal por la derecha; Immobile, un cañón capaz de definir de
cualquier forma. Sus 28 goles estuvieron acompañados y fueron consecuencia
directa de sus continuos y peligrosos movimientos por el frente de ataque. Los
delfines eran un auténtico espectáculo, aunque el ascenso costó mucho trabajo
alcanzarlo.
Pero
como todo sueño, llegó a su fin. Suele pasar cuando hay un equipo modesto con
grandes aspiraciones de por medio. Verratti había cautivado a medio mundo y su
continuidad en el equipo era insostenible. Immobile regresó al Genoa, equipo
copropietario de sus derechos junto a la Juve, después de su año de cesión.
También volvió a Nápoles Insigne para cubrir la baja de Lavezzi, que se
convertiría en compañero de Verratti en el PSG. Además, Zeman, el arquitecto
del equipo y de su identidad, el héroe del Adriático, aceptó la propuesta de la
Roma para hacer del Olímpico el Olimpo del fútbol, un proyecto que fracasó estrepitosamente.
Hoy
Pescara, como el resto de Italia, tendrá su corazón en Jerusalén. Vibrará con
cada ocasión, se emocionará con cada gol, pero lo hará de una manera diferente
al resto. Saben que hoy juegan su
final, la que pudo ser y finalmente no fue. Pero les queda un consuelo: el
triunfo de Italia será el triunfo del Pescara. Será el triunfo de un equipo
fugaz y romántico que dejó una huella imborrable en el corazón de los
verdaderos amantes del fútbol.
PabloG.
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